Resulta preocupante que en el Congreso de la República, de la noche a la mañana, se pusiera en la agenda de discusión un tema que de haber prosperado hubiera puesto en cuestión un aspecto consustancial a los regímenes que se dicen democráticos como el nuestro. Felizmente, primó la cordura. Un grupo de congresistas proveniente de diversas bancadas -dando muestras de seriedad y responsabilidad- paró en seco el ímpetu de aquellos que no encontraron mejor manera para defenderse de las críticas que amordazar a la libertad de expresión.
Hubiese sido un desatino digno de un régimen antidemocrático. Ya que en nombre del legítimo derecho a la rectificación del que goza toda persona natural o jurídica, se hubiesen generado los mecanismos para que -en otro contexto o incluso coyuntura- la norma emitida sirva para contraer y reducir los espacios de crítica que toda sociedad democrática necesita para funcionar como tal. Pues no hay sociedad que pueda reclamar con legitimidad el estatus de democrática si desde el poder del cual emana la normatividad se atenta contra la libertad de expresión.
Y un escándalo de singulares proporciones e insospechadas consecuencias... pues esta norma, cuyo debate ha sido postergado no se sabe hasta cuándo, era debatida, como le correspondía serlo, en el seno de la Comisión de Constitución: Un colegiado que se encuentra en la mira del ciudadano de a pie, no solo producto de la controversia que ha causado la elección de la congresista Mercedes Cabanillas como su presidente, sino también por el hecho de que en su seno necesitan ser debatidas leyes trascendentales para la sostenibilidad del régimen democrático en nuestra patria.
El país no hubiese entendido cómo algo que ya ha sido y está, por ende, normado, sea objeto de discusiones que -lejos de instruir al país como todo intercambio que se produce en el Congreso debe hacerlo- restan a todas luces magnanimidad a la discusión y distorsionan más la pobre imagen del parlamento ante el país. Esto -que quede muy en claro- dice mucho de lo poco serios y ligeros que son aquellos que no visualizan mejor manera para recuperar los espacios perdidos en la simpatía y empatía con la opinión pública que el que consiste en crear meras controversias.