Banner Tuvivienda
Viernes 29 de marzo 2024   |   Contáctenos
REVISTA

RÚPAC

Ciudad de Fuego
Aire limpio y puro, incontrastables paisajes pintados de verde y miles de años de nuestra historia en cada una de las bien cimentadas edificaciones de piedra que componen la 'Ciudad de Fuego', o 'Machu Picchu limeño', es lo que le ofrece la sierra de Huaral, a escasas horas de nuestra capital.
(0)
RÚPAC

Convertido en el lugar perfecto para disfrutar del sabor y cariño del norte chico, con unas jugosas naranjas y deliciosos tamalitos huaralinos, además del incomparable pato al ají como protagonistas, Huaral nos ofrece un sinnúmero de atractivos que nos permitirán relajarnos, respirar aire puro, realizar reconfortantes caminatas y disfrutar de una incomparable comida.

 

A menos de dos horas de nuestra capital, esta provincia limeña alberga un sinnúmero de pueblitos tranquilos conformado por casas señoriales con capillas e incontables rincones turísticos como antiguas haciendas, fincas, lomas, baños termales, museos y restos arqueológicos que le permitirán descansar y despertar con el cántico de bulliciosas aves.

 

Por ello, ni la altura haciendo mella en su estado físico, le impedirán disfrutar lo que esta parte de la sierra limeña nos ofrece. Así que después de haberse deleitado con los encantos de la ciudad huaralina, nada mejor que adentrarse hacia las alturas para descubrir miles de años de historia escritos por cada una de las piedras que conforman uno de los restos arqueológicos más importantes que alberga nuestra capital: Rúpac.

 

Conocida desde siempre como la 'Ciudad de Fuego', sus similitudes con algunas de las construcciones que forman parte de la única nueva maravilla del mundo que se encuentra en nuestro país, le han valido para hacerse del apelativo de 'Machu Picchu limeño'.

 

LLEGADA DE ALTURA

 

Aun cuando llegar a Huaral no requiera de ningún esfuerzo sobrehumano, arribar a Rúpac continúa siendo una tarea digna para quienes además de ganas, gusten de largas caminatas.

 

Ubicado a cerca de 60 kilómetros de la cuna de la 'naranja huando', el pueblo de La Florida, a más de 3,000 metros de altura, se convierte en obligado punto de parada de todo visitante, quien puede llegar hasta ahí en cualquiera de las combis o taxis que salen a ciertas horas hacia este pueblito.

 

El río Chancay es fiel testigo de nuestro recorrido y vamos dejando atrás numerosos manzanos y naranjos que se confunden con el verdor de los parajes que deleitan nuestros ojos, que por un momento nos hacen olvidar el vértigo que nos produce el zigzagueante camino.

 

Después de surcar piedras de diferentes tamaños por el camino sinuoso de cerca de 10 kilómetros que nos conduce a nuestra siguiente parada, pero sin perder de vista la magnífica campiña que se divisa a lo largo de todo el camino, una inmensa y vieja reja nos da la bienvenida a un pueblo que desde la primera impresión calza a la perfección con su bien ganado sobrenombre de 'pueblo fantasma'.

 

PUEBLO FANTASMA 'ACOGEDOR'

 

Enclavado en el cerro Mango, el Apu tutelar de los Atavillos, en San Salvador de Pampas le resultará imposible toparse con alguien. Es que a pesar de lo bien constituida de sus edificaciones, sus tradicionales casas de adobe con techos a dos aguas para resistir la inclemencia de las lluvias, lucen totalmente deshabitadas.

 

Pero, de todas esas edificaciones, la primera en llamar nuestra atención es su Iglesia. Pintada de un impecable blanco que la distingue de las demás construcciones de barro, todo parece indicar que este recinto religioso se levantó en pleno siglo XIX. Y así parece demostrarlo su centenaria campana, desde cuya ubicación se logra divisar el pueblo en su total magnitud.

 

Ya en Pampas, la escuela comunal de dos pisos se convierte en el lugar propicio para proteger a los visitantes del inclemente frío que en pleno invierno y, sobre todo, en las madrugadas se apodera de cada uno de los rincones de nuestros cuerpos.

 

Con las energías repuestas tras una reparadora noche de descanso, los primeros rayos solares son la señal esperada por quienes, como nosotros, emprenderán caminata rumbo a la Ciudad de Fuego.

 

ENCANTOS DE LOS ATAVILLOS

 

Parajes pintados exclusivamente de verde, con algunas flores preparadas para crecer a cerca de 3,500 metros de altura, además de una que otra vaca que en el transcurso de la caminata va dejando huellas de su paso como señal del camino que los visitantes han de seguir, se vuelven una constante en las más de cuatro horas que nos tomará para llegar a Rúpac.

 

Como por capricho de la naturaleza, un par de caídas de agua le imprimen un cariz distinto al estrecho sendero que todo visitante debe recorrer, el mismo que nos conduce hacia una de las pruebas vivientes de los orígenes del reino de los Atavillos que, según cuenta la historia, fue una expansión del imperio Huari - Tiahuanaco.

 

Luchando para que el cansancio no se apodere de nuestro cuerpo, la imponente imagen de Marka Kullpi salta nuestros ojos y desde la primera impresión sabemos que se trata de una monumental fortaleza, la que lejos de estar enclavada al borde de un cerro, encierra miles de años de historia de nuestro país.

 

Varios minutos cuesta arriba y después de divisar un pequeño cartel que nos da la bienvenida al 'Machu Picchu limeño', numerosas edificaciones de piedra no tardan en llamar nuestra atención.

 

Se trata de edificaciones o 'kullpis' de varios niveles, con entradas muy pequeñas y sistemas de ventilación, sus techos construidos de lajas de piedra se hicieron con tal precisión que no permiten el ingreso de la luz del sol ni de agua de las lluvias, técnica que ha sido vital para su conservación.

 

Algunas de las 'kullpis' llegan a medir 10 metros de altura y tienen una especie de horno o chimeneas. Pero lo que llama la atención son sus paredes interiores, que fueron edificadas con piedras sobresalientes, a manera de colgadores, y mantienen un color rojizo.

 

Un color que alguna vez, a decir de los historiadores, caracterizó a todo Rúpac, motivo por el que en las tardes con la puesta del sol, este se resplandecía como una llamarada. De ahí que su nombre, Rúpac, encuentre razón en la palabra aimara 'Lúpac', que significa 'llamarada roja' y que tras varios procesos llegó a nosotros como Rúpac.

 

Aunque se dice que esta fortaleza se usó con fines militares y religiosos, en tiempos posteriores llegó a convertirse en una especie de cementerio para la población indígena, que después de la llegada de los españoles se vieron obligados a enterrar a sus muertos a la usanza cristiana. Pero también existieron tambos, cuarteles, viviendas y templos.

 

Reconfortados por la caminata y por las edificaciones de piedra que aun lejos de la Ciudad de Fuego permanecen en nuestra memoria, emprendimos el camino de regreso a Huaral, pero con la consigna de regresar en una nueva oportunidad. Y es que solo estando en el lugar, se puede decir que una sola vez no basta para tratar de entender el magnetismo que se siente al apreciar cada una de las 'kullpis' que forman parte de Rúpac.
Participa:
COMENTARIOS
0 comentarios      
2018 Grupo Generaccion . Todos los derechos reservados    |  
Desarrollo Web: Luis A. Canaza Alfaro    |    
Editor de fotografía: Cesar Augusto Revilla Chihuan