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CRÓNICA EN EL WORLD TRADE CENTER

A ocho años del atentado contra las Torres Gemelas
Hace dos años tuve la fortuna de visitar la ciudad de Nueva York, de encantarme con sus calles, sus luces, su gente, su vivacidad. Mi visita fue exactamente seis años después del atentado contra las torres gemelas en el World Trade Center (WTD).
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CRÓNICA EN EL WORLD TRADE CENTER

Mi obligación, como periodista, fue visitar el lugar que nos dio por primera vez una imagen indefensa de los Estados Unidos; mi deseo, como ser humano, fue sentir por un instante ese escalofrío que produce la muerte, para enfrentar los temores, para no olvidar jamás.

 

LO QUE VI Y VIVI

Nueva York es una ciudad que nunca duerme. Su vitalidad y energía es abrumante. La vida corre rápido y sin demora, igual que en  el centenar de películas y series de las que ha sido partícipe. Me dirijo en el auto de Richard, mi gran amigo y guía en mis pocos días en la gran manzana. Las carreteras amplísimas y hermosas, se confabulan con la velocidad de los vehículos y crean un ambiente que me mece y arrulla.

 

De acompañantes tengo además a mi madre y mi hermana, ellas desean pasear... yo ver el gran vacío del WTC. Para ellas es un lugar frío y triste, sin mucho interés; para mí es un lugar histórico que no puedo dejar de ver. Me entusiasma la idea de percibir el ambiente, sentir el olor. No sé lo que voy a encontrar, aunque Richard me adelanta un "flaca, no se puede ver nada", quizá para no entusiasmarme más de la cuenta.

 

Para llegar al WTC hay que caminar varios minutos. Igual que en Lima, encontrar un estacionamiento cercano es muy difícil, además de muy caro. Caminamos varias cuadras, pasando por pequeños parques, grandes edificios, congestionadas calles. Hay que cruzar un puente, luego otro y otro...el lugar se ha convertido en una gama de grandes cilindros de metal que fungen de plataformas para trasladar a las cientos de personas que van y vienen del centro empresarial.

 

En la entrada del puente nos recibe un cartel: Remembering the 9/11. Esta fecha, que parece fracción, se repetirá continuamente durante todo el recorrido, un recorrido opacado por el frío y plomo metal. Las rendijas entre sus paredes metálicas son mínimas, como si el país no deseara que viéramos el corazón del WTC, un corazón destruido y lleno de escombros.

 

Me acerco lo más que puedo, busco entre los agujeros del puente e intento ver, ver lo que tanto desean ocultar. La reconstrucción del WTC parece avanzar muy lento, considerando que mi visita fue casi seis años después del atentado. Veo grandes maquinarias, gigantescos bloques de cemento, decenas de personas. Todo se ve más pequeño desde arriba. Y pensar que en este lugar se levantaban orgullosas las dos torres más altas de la primera potencia mundial.

 

TRISTEZA SIN CARETAS

 

La gente camina presurosa por el puente, quizá porque no hay más que ver solo metal a los costados, arriba y abajo; de repente porque a pesar del tiempo el lugar sigue teñido de tristeza. Más de dos mil personas perdieron la vida es esa zona, no podía ser de otra manera.

 

El puente finaliza en lo que era la entrada del centro empresarial, y tal y como me dijo Richard, no se puede ver nada. Altos muros de concreto y rejas  protegen de miradas curiosas el interior del WTC, de rato en rato se abren las puertas para dejar salir o entrar maquinaria, y es cuando intento ver, urgar en el interior.

 

El ambiente no es diferente al de un edificio en construcción. La torre de la libertad, así se llamará el rascacielos que están construyendo en la misma ubicación de las gemelas. Thomas Boada y David Childs, son los arquitectos encargados de reconstruir el sueño y esperanza americanos en una labor que costará más de USD2,000 millones.

 

Al llegar a la entrada principal me doy cuenta que estaba equivocada. Si alguna vez hubo intensión de ocultar las cosas, si hubo verguenza por la falla en su sistema de defensa, ahora la sobervia se convirtió en aceptación, el dolor en fuerza y decenas de imágenes lo demuestran.

 

Camino en una galería callejera. Imagenes vivas captadas por fotógrafos muestran la desesperación del momento. Rostros desgarradores, pedazos de lo que alguna vez fue un escritorio, una silla, una cocina, escombros y desechos. Más de una decena de fotos están colgadas en la puerta principal del WTD, están ahí para que sintamos la muerte, para que no olvidemos jamás.

 

LECCIONES

 

Es inevitable sentir un nudo en la garganta. Cientos de nombres de hombres y mujeres fallecidos, desaparecidos...hijos, padres, hermanos, esposos que volaron en mil pedazos sin saber lo que sucedía. Muchos salieron de casa esa mañana sin despedirse de su ser amado por temor a despertarlo, dando por sentado su retorno, asumiendo un futuro que le fue arrancado de las manos.

 

No puedo dejar de mirar, de contemplar los rostros teñidos por el humo y la tierra. En las fotografías todos se ven iguales, todos comparten el color de la muerte y el dolor de la partida. Son imágenes sin precio que nadie debe dejar de ver, un paso obligatorio para todo turista y un santuario para todo estadounidense.

 

Termino la hilera de fotos, sin duda lo mejor que hay en el lugar. El frio del metal reinante y las ruidosas maquinarias se desvanecen ante el mar de sensaciones que el recordar lo sucedido le genera a todos los presentes. Sin duda hay dolor, tristeza, impotencia y rabia, mucha rabia...esa misma que ocasionó la muerte de más de dos mil personas.

 

Mi recorrido está por terminar. Ha sido breve pero intenso. Y es verdad, no hay mucho que ver, pero sí mucho que sentir y sobre todo demasiado que aprender. Richard me cuenta que hoy el lugar sigue igual, que no ha cambiado desde mi visita y que la construcción de la nueva torre tiene para rato.

 

Me pregunto si quizá es mejor así. Que los muros de cemento, las máquinas, las rejas y los metálicos puentes nos recuerden todos los días que la maldad existe y que la soberbia tiene un precio... Me voy feliz por lo visto y lo vivido, deseando volver a la Gran Manzana, con sus calles, sus luces, su gente y su luna.
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