Lejos de las actividades que a Roxanita la pueden llenar de alegría y satisfacción, esta pequeña de apenas 12 años se levanta muy temprano pero no para ir al colegio –como casi todos los niños de su edad– sino para poder ganarse algunos soles y con ello ayudar en la alicaída economía de su hogar.
Al igual que ella, más de dos millones de niños y niñas menores de 18 años trabajan, en la mayoría de los casos, en situaciones peligrosas que van en contra de su integridad física y emocional. Y si tomamos en cuenta que en el país, existen alrededor de 10.5 millones de niños, eso significa que cerca del 30% de la población infantil en el Perú se dedica a trabajar.
Una cifra que ha aumentado considerablemente, habiéndose casi duplicado, puesto que en 1996 esta ascendía a 16% y a poco más de 1.3 millones de menores, por lo que resulta fácil deducir que actualmente en nuestro país casi uno de cada tres niños, niñas y adolescentes entre 6 y 17 años, trabaja.
Definido por las diferentes convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como el trabajo realizado por niños menores de 12 años; como aquel hecho por niños menores de 15 años que les impide asistir a la escuela; y como el que es ejecutado por niños menores de 18 años exponiéndolos al peligro para su salud mental y física; según la OIT solo hasta el 2000 había 246 millones de niños trabajadores entre las edades de 5 a 17 años, incluyendo 110 millones menores de 12 años, en el mundo.
SIN DISTINCIÓN DE GÉNERO
Con una clara tendencia al crecimiento en los últimos años tanto a nivel mundial como en el Perú, queda claro que desde la perspectiva de género, el trabajo infantil y adolescente en nuestro país afecta casi en la misma proporción tanto a hombres y mujeres. Así del total de niños, niñas y adolescentes que trabajan, 54% son varones y 46% son mujeres.
Pero también se esboza una clara diferenciación en función a la edad. Al punto que desde la perspectiva de la edad, del total de la población infantil y adolescente ocupada en el Perú, un 61% está compuesto por niños y niñas entre 6 y 13 años; mientras que el 39% restante trabajadores menores de edad está integrado por adolescentes entre 14 y 17 años.
Por ello no resulta para nada extraño encontrarse con decenas de niños y niñas en cada parada de los semáforos, donde no solo venden golosinas o periódicos, sino que también se desempeñan como ‘dateros’ de las combis o microbuses, o arriesgando sus vidas haciendo un sinnúmero de piruetas para atraer miradas y ganarse unas cuantas monedas.
DEJANDO HUELLAS
Frente a esas impresionantes cifras, el Comité Directivo Nacional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil (CPETI) considera que el trabajo infantil se convierte en un problema cuanto existen mínimos indicios de que este puede poner en riesgos sus derechos al bienestar y desarrollo.
Bajo esa perspectiva, para la Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA Perú) una niña, niño o adolescente que trabaja no puede concluir satisfactoriamente sus estudios, ni desarrollar su personalidad.
Y es que –sostiene ADRA Perú– “al verse obligado a madurar a temprana edad, el niño o niña se limita en su recreación y deteriora su salud al exponerse a materiales tóxicos, con riesgo de mortalidad, reproduciéndose así el círculo de la pobreza de manera alarmante”.
INCOMPATIBILIDAD CON LOS ESTUDIOS
Aunque en el caso de Roxanita, ella no ha dejado de estudiar –como si sucede con otros niños–, gran parte de su tiempo lo dedica a atender a los clientes que visitan la tienda de pantalones donde labora, en pleno mercado central del Callao, lo que ha terminado por mellar su rendimiento académico, aunque “igual pasará de año”, nos aclara.
Sin embargo, cifras relacionadas con la educación revelan que un 4,8% de niñas y niños no asistieron a centro educativo alguno en el 2003, mientras que un año después –en el 2004– el 58,6% de los niños y el 56,2% de las niñas tenían al menos un año de atraso escolar, porcentajes que estarían –a decir de ADRA Perú– íntimamente relacionados con las horas que le dedican al trabajo, las que –ya sea por cansancio o por problemas de alimentación– terminan por influir en su rendimiento en clase.
RECLAMO CONJUNTO
Ante tan alarmante panorama, el Grupo de Vigilancia Frente al Trabajo Infantil, que forma parte del programa Tejiendo Redes de Felicidad, inició hace algunos días la campaña “Una firma contra el trabajo infantil”, con la finalidad de elaborar una carta y dirigirla al propio presidente Alan García.
De esta manera, las diferentes instituciones internacionales que integran este colectivo harán hincapié en las deficiencias del actual gobierno frente a esta problemática, esto a pesar que con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, en junio último, el CPETI anunció en el año pasado lograron que 5,099 menores dejaran definitivamente de trabajar.
A pesar de ello, el Grupo de Vigilancia Frente al Trabajo Infantil espera lograr un considerable número de firmas para que más niños dejen de engrosar las preocupantes filas de menores trabajadores, más aun cuando según la OIT, solo en la capital alrededor de 241 mil niños y adolescentes, de entre 6 y 17 años, trabaja.
Además, según el Programa Proniño, en nuestro país “el 90% de los niños y niñas trabajadores entre los 10 y 14 años perciben una remuneración igual o menor que el salario mínimo, es decir, alrededor de un 20% menos de lo que gana un adulto con siete años de escolaridad, incluso salarios inferiores, pagándoseles incluso en especie”.
Así las cosas, resulta evidente que los menores que trabajan no gozan derechos laborales y se desempeñan en empleos precarios, de ahí la importancia –coinciden todas las instituciones que trabajan en el tema– de enfrentar con decisión un problema que, paradójicamente, afecta a quienes se supone son el futuro de toda nación.
ESCALOFRIANTES CIFRAS
– Poco más de 2.1 millones de personas menores de 18 años trabajan.
– 16,5% de los niños y 14,8% de las niñas entre 5 y 11 años trabajan.
– 29% de niños y 27% de niñas, cuyas edades fluctúan entre los 12 y 13 años también trabajan.
– Entre los 14 y 17 años de edad, trabaja el 42,4% de niños y el 29,9% de niñas.
– En zonas urbanas el 4% de las niños y niños cuyas edades fluctúan entre los 5 y 11 años de edad trabajan; mientras que en zonas rurales la cifra aumenta a 30%.
– El 39% de niñas y niños que pertenecen a hogares de pobreza extrema trabaja, mientras que en hogares de pobreza no extrema trabaja el 22% y en familias sin pobreza trabaja el 20%.
– Según la OIT, cerca de 50,000 niñas, niños y adolescentes trabajan en un contexto familiar en minería artesanal, una de las peores formas de trabajo infantil, junto a la explotación comercial sexual, la pornografía, la trata infantil y el trabajo forzoso.
Consecuencias para pensar
Sociales y morales:
- Profundiza la desigualdad.
- Viola los derechos humanos fundamentales de la infancia y la adolescencia.
- Acelerado proceso de maduración.
- Impide o limita el adecuado proceso educativo.
- Enfrentamiento a un ambiente adulto y a veces hostil.
- Perdida de la autoestima, problemas de adaptación social y traumas.
Físicas y psíquicas:
- Enfermedades crónicas.
- Dependencia de fármacos.
- Retraso en el crecimiento.
- Agotamiento físico.
- Abusos físicos y psíquicos.
- Picaduras de insectos y animales ponzoñosos.
- Infecciones a causa de químicos.
- Heridas, quemaduras y amputaciones.
- Dolores en las articulaciones y deformaciones óseas.
Económicas
- La pérdida promedio de dos años de escolaridad a largo plazo significa un 20% menos de salario durante toda su vida adulta.
- Pérdida de poder adquisitivo del mercado nacional.
- La pérdida de años de educación se traduce en una calidad inferior del capital humano disponible en una sociedad.
- Incidencia negativa en el PBI.
Fuente: Proniño (http://www.pronino.pe/trabajo.htm)