La idea del ingreso a estas instituciones está tan presente en las mentes de padres y madres que hasta aplauden que un niño de primer grado de primaria rinda un simulacro de examen de admisión cada domingo.
La educación en manos privadas puede significar una excelente oportunidad para contrarrestar las falencias de la educación pública, pero la realidad nos dice otra cosa: la gran mayoría apunta a la universidad como la cúspide de su meta educativa solo para citar uno de sus temas en cuestión.
En las zonas conocidas como conos se puede apreciar que todos los colegios prometen el ingreso seguro sin academia, como si el colegio no tuviera en sus prioridades la aprobación del examen de admisión y la elección de una carrera de futuro; como si la currícula no llevara de manera natural a lograr este objetivo.
Así, una simple vista de las ofertas en las zonas populares presenta a la universidad como una angustia social o una necesidad de distinción, pues el adolescente que no se perfila para seguir una carrera profesional no es digno del orgullo familiar.
Periódicos, revistas, carteles y paneles, invaden calles y avenidas y muestran fotos de niños que son presentados -muchas veces sin consultarte si pueden utilizar su imagen fotográfica y desconociendo sus derechos- en calidad de marketing y publicidad.
NIÑOS UNIVERSITARIOS
Desconociendo el tiempo de diversión y juego que todo niño debe tener vemos a niños de primaria, lápiz y borrador en mano, yendo sábados o domingos a sus centros de estudios a rendir un simulacro de examen de admisión de dos horas de duración para que -según la concepción de los promotores educativos- el escolar se vaya “acostumbrando” a este tipo de exámenes.
Y así los tienen durante todo el año a fuerza de preguntas y respuestas sin reparar en el hartazgo que puede generar este estilo de trabajo. Conste que no estamos involucrando las horas pedagógicas de mañana y tarde, porque si juntamos todo lo citado líneas arriba es normal “formar” a niños con altas dosis de estrés infantil, el cual, puede estar alimentado por esa rara sensación de incomodidad que un escolar de primaria de cinco o seis años puede experimentar al provenir de hogares disfuncionales.
Quizá por eso existe un rechazo a cumplir las tareas o mantenerse concentrado en clases. Lamentablemente, muchas veces los padres educan a sus hijos pensando como adultos y no reparan en el pensamiento y en el mundo maravilloso de los niños.
Particularmente pienso que un niño desconoce el significado de un claustro universitario, está más preocupado en divertirse y ser feliz, y necesita ser formado en valores para que más adelante sea una buena persona y mejor ciudadano.
No es cierto que la universidad sea garantía de éxito. Conozco mucha gente que nunca pasó por la universidad y es feliz. Gente capaz, con valores, que escogieron carreras técnicas, el deporte o abrieron su propio negocio haciéndole caso a su formación y aspiraciones personales.
Si bien es cierto que la universidad te perfila como un profesional en todo el sentido de la palabra, muchos se pierden en el camino cuando no han sido bien educados, incluso directores de colegios me informan que muchas encuestas demuestran que aquellos niños que ingresan prematuramente no terminan su carrera por diferentes circunstancias de la vida: ¿No será producto del hastío de 16 años con la misma cantaleta de la bendita universidad?
Infelizmente, muchos colegios privados están manejados por personas ajenas a la pedagogía y la educación. La educación escolar privada se ha convertido en un lucro desmedido y el Estado no tiene ninguna supervisión integral y efectiva en este tipo de instituciones.
Otra desventaja radica en que la noción de equidad de trabajo en la sociedad que recibimos hace que los padres se esfuercen porque sus hijos opten por una carrera profesional, vale decir, abogado, ingeniero, contador, médico, antes que jardinero, mecánico, obrero, empleado administrativo o hasta profesor –aún se piensa que no es rentable-. ¡Ni pensar en vigilante, mozo, cocinero o personal de limpieza! No pues, esto sería una vergüenza para la familia.
Así se piensa en las zonas populares, así se puede frustrar a un adolescente, que a mi juicio, deber salir de la primaria bien formado, con la educación elemental y con valores comprobados, con nociones de ciudadanía para que en la secundaria, desde un nivel gradual, llegue a la etapa preuniversitaria con la suficiente madurez e independencia para elegir el destino que va a regir su vida para siempre, ora en la universidad ora en cualquier otra faceta laboral, pero feliz.