Recuerdo la manzana chilena como una de las frutas más cotizadas en los mercados populares. Lo mismo ocurría con las conservas Dos Caballos y Aconcagua. La gente se deleitaba con esos duraznos bañados en almíbar. Nadie reparaba en la procedencia de la producción. Eran tiempos donde el consumo estaba más cerca del poder adquisitivo de los peruanos.
Nuestras manzanas y sus variedades pasaban a un segundo plano ante el brillo y sabor dulce de las provenientes del sur. Recuerdo también que el solo hecho de mencionar que el vino era chileno era una distinción para los vanidosos.
Entonces nuestro país empezaba a armarse peligrosamente y la voz del pueblo anunciaba una nueva guerra en el Pacífico. Hasta allí creo que siempre se instaló en la sociedad la idea de pensar el país desde otra realidad. De allí se explican el marxismo, el maoísmo, la corriente liberal, la moda, la música, la comida.
Me atrevo a ensayar que nuestro país empieza a mirarse mejor a raíz de lo que Chile ha hecho en los últimos años. El tema del Pisco es sintomático. Tuvimos que enterarnos que el vecino país del sur venía comercializando y difundiendo que el Pisco era chileno para recién pensar en la denominación de origen y en la calidad de nuestra bebida nacional.
Posteriormente, miramos al Pisco como una posibilidad de exportación, pues antes, su consumo era reducido y la voz popular y los propios empresarios no se arriesgaban a invertir en este rubro, a pesar de su calidad reconocida a nivel mundial por los grandes catadores. Paradojas de la peruanidad que nos ha tocado vivir.
DISTANCIAS
La creencia popular suele decir que Chile empieza a ser un país desarrollado a partir de la dictadura de Augusto Pinochet. Casi todos los taxistas piensan lo mismo y hasta se aventuran a pensar que a nosotros también nos hace falta un Pinochet desde hace tiempo.
Se desconoce que el país sureño era mucho más integrado que nosotros antes que el fenecido dictador, incluso, mucho antes del propio gobierno socialista de Salvador Allende.
Al menos en ciudadanía, la sociedad chilena ha logrado consolidar una relación más democrática con las instituciones del Estado. El cumplimiento de la ley es una práctica ciudadana que forma parte de su modus vivendi.
En pocas palabras, el país que dirige Michelle Bachelet, empezó a construir su nación desde su propia independencia de la corona española en 1818. Dentro de esta lógica se entiende que el concepto de identidad se encuentre mucho más insertado en la mentalidad de los primeros productores de cobre en el mundo. Hay que decirlo, Chile nos lleva cierta ventaja. Es más país.
Desafortunadamente nuestra historia en este aspecto es involutiva. Por ejemplo, la identidad nacional y el nacionalismo siempre han sido tratados con cierta animadversión. Allí están sus más recientes exponentes como José Sabogal, Juan Velasco Alvarado y Ollanta Humala.
No hemos logrado cuajar esta idea en la política peruana, estamos muy lejos de emular a México o Argentina. Y esto también está estrechamente vinculado con la idea de mercado y capital humano.
Me viene a la memoria un comercial de televisión donde se enfatizaba la tendencia a comprar productos peruanos. Fue tan impactante que hasta pasó por juicios de la competencia.
Felizmente el fallo fue favorable a la parte nacional y a partir de allí el consumidor tiene cierto reparo a la hora de elegir y el “compra peruano” se ha hecho popular, tanto así que está estampado en todas las etiquetas de presentación. ¡Cuánto me hubiera gustado escuchar este comercial cuando miraba las manzanas chilenas y las conservas de mi infancia!
POTENCIALES TRAIDORES
Víctor Ariza, el espía peruano, nos ha permitido conocer la voz unísona de todos los políticos chilenos frente a este espinoso tema. Pareciera que están muy bien adiestrados en la relación bilateral con nuestro país.
No pasa lo mismo en nuestra clase política y cada uno echa agua para su molino con miras a las elecciones presidenciales del 2011. Si en Chile la concertación de los partidos políticos fue una experiencia política sin precedentes, aquí es una ocurrencia de muy mal gusto. Pensar en una candidatura única es una mala señal toledista.
No sé, pero un país que ha sido calificado como el nuevo tigre de Sudamérica por Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), no puede seguir menospreciando a sus mejores exponentes. Hablo de los hermanos Cori, campeones mundiales de ajedrez. Tienen al apoyo de la empresa privada pero del Estado ni chicha ni limonada.
Así se desperdician nuestros talentos mientras una congresista se pasea por Europa con la plata de todos o una lista de parlamentarios de otra gestión se aprovecha de los recursos públicos con la jugosa cédula viva.
Un país con este perfil crea Arizas, Espinozas o Hoefken, quienes, carentes de amor a la patria en un ambiente donde gana el que más riqueza tiene, no dudan en mancillar la honra de nuestra bandera. Prefieren ser ricos antes que peruanos.
En este contexto, el siglo XXI nos ha contagiado la figura revalorar nuestro país. De que estamos mejor que antes no hay duda, pero la idea de integración con nuestros países vecinos primero pasa por cohesionar a la gran cantidad de masas ajenas a la ley.
No se puede hacer país con individuos que recién empiezan a conocer las normas elementales de la sociedad cuando la pobreza los lanza a las calles como informales.
La cultura combi pregonada en los noventas todavía nos envuelve con su prepotencia y salvajismo. Ejercer nuestra ciudadanía es un elemento fundamental para proyectarnos al desarrollo.
En esta línea, todo aquello que nos aleja de la atmósfera democrática nos dirige al letargo mientras nuestros vecinos se ríen porque todavía muchos se consuelan diciendo que somos un mendigo sentado en un banco de oro.