Enma Ignacia Ruiz Anglas arribó a Lima desde su natal Matucana a los 12 años de edad, sin presagiar que tiempo más tarde traería al mundo 12 hijos fruto del idilio con Buenaventura Chihuán.
Cuando cumplió 19 años Enma pasó a la fila de las casadas, contra viento y marea, sin importar los comentarios mal intencionados de su familia. A los 21 ya tenía en sus brazos a su primer retoño, una niña que pondría de nombre Flora.
Los años siguientes Enma se recuerda embarazada. A pesar de la inestable situación económica de su esposo quien era zapatero y de sus constantes embarazos, producto –posiblemente- de la escasa información sobre planificación familiar, ella no se dejó amilanar y aprovechó las fuerzas de la juventud y los deseos por sacar adelante a su familia para trabajar dignamente en lo que sea.
Su sueño era salir de ese callejón de un solo caño donde vivía con sus hijos, en un cuarto de ocho por nueve, prácticamente uno sobre otro, pues acomodaron ingeniosamente algunos camarotes para que cada uno mantenga su privacidad en las noches.
Enma trabajó para el Banco Wiesse como lavandera. Tras 10 años de realizar este oficio decidió dedicarse al comercio ambulatorio de comida. A pesar de los esfuerzos, mantener varios pequeños no era fácil, así que ellos entraron en acción: los más grandes cuidaban a los chicos, mientras Enma salía todas las mañanas a vender almuerzos.
Su buena sazón la ayudó a conseguir clientela rápidamente y esto le valió para que sus hijos no pasaran hambre. Claro que ello no hubiera posible sin la ayuda de su esposo, quien amorosamente también se hacía cargo de los niños, después de llegar del trabajo.
Sus hijos mayores, al ver el esfuerzo que hacía junto a su esposo y el poco ingreso que generaban, hicieron un sacrificio por los más pequeños al cambiar los estudios por el trabajo.
La tenacidad a prueba de balas de Enma solo fue empañada por la muerte de tres de sus hijos, dos con más de un año de edad y uno que murió al nacer. Tuvo dos cesáreas y una operación de hernia pero ni eso la detuvo.
Cuanto todo parecía mejorar, una enfermedad pulmonar fulminó las fuerzas de Buenaventura y lo condenó a muerte. Este hecho sumió en la depresión a Enma, quien perdió a quien creía que sería su compañero eterno.
Posteriormente, Enma y su familia dejaran ese callejón del Rímac rumbo a Los Olivos, aunque para ello tuvieron que pasar 40 largos años. En la actualidad, Enma vive con alguno de sus hijos en este distrito, en una cómoda casa que construyeron a punta de esfuerzo.
Ella, a sus 87 años, parece haber olvidado el pasado y disfruta plenamente del presente, aunque con algunos achaques propios de la edad. Tiene una vitalidad impresionante que le permite cocinar los platos más deliciosos en su cocina celosamente resguardada. Además, realiza sin complicaciones los quehaceres cotidianos.
Enma es una madre coraje, un ejemplo que por estas fechas vale la pena reconocer.