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HELEN THOMAS: LA INQUISIDORA

El adiós de la primera dama de la prensa de EE. UU.
Comentario antisemita obliga al retiro a la decana de los corresponsales de la Casa Blanca, tras 50 años de legendario trabajo.
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HELEN THOMAS: LA INQUISIDORA

Helen Thomas no era una mujer común y corriente. A ella era imposible etiquetarla con el cliché barato de ser parte del “sexo débil”. Con su apenas metro cincuenta, lo que le faltaba de estatura le sobraba en ovarios, por no decir “cojones”.

Ella era temeraria con la pluma, una inquisidora ácida y mordaz del poder político que puso contra las cuerdas a nada menos que 10 presidentes de Estados Unidos, a los que cubrió en la corresponsalía de la Casa Blanca por 50 años

El 27 de mayo pasado, en un arranque de honestidad y provocación, que nunca pudo dominar del todo –y menos a sus 89 años–, Thomas levantó protestas airadas cuando salió a la luz unas declaraciones que dio a la web “Rabblive.com”.

Con camarita en mano, el rabino David Nesenoff preguntó a la veterana periodista en los jardines exteriores de la Casa Blanca, ese campo de guerra que conocía tan bien, si tenía algo que mencionar sobre el Estado hebreo cuando se celebraba el Día de la Herencia Judía.

“Dígales que se vayan de una vez de Palestina”, contestó Thomas en un latigazo verbal que aprovechó muy bien Nesenoff, quien replicó con: ¿algún comentario mejor? La mítica columnista de Kentucky le recordó que “esa gente está siendo ocupada”. Cuando el rabino le consultó que a dónde deberían ir, ella le espetó que a “Alemania, Polonia, América, el resto del mundo”.

La publicación del video en la red obviamente desató una andanada de críticas contra Helen por su claro matiz antisemita y por poner el dedo en una llaga que todavía no termina de sanar para muchos, en especial, en el mundo árabe: la creación del moderno Estado de Israel.

Una acontecimiento histórico que supuso la alegría de los pocos sobrevivientes del Holocausto que huyeron de una Europa maldita –esa misma a la que Thomas les recomendó volver– que odiaba todo aquello que oliera y se viera como judío.

LE BAJAN EL DEDO

Las declaraciones de la decana de la prensa norteamericana resultaron demoledoras. Sus propios “compañeros” de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca –que hacía mucho tiempo querían defenestrarla– llegaron a emitir un comunicado de censura calificando la diatriba como “indefendible”.

Y hasta Robert Gibbs, el secretario de prensa del presidente Obama, se vio forzado a marcar distancia y etiquetó el pronunciamiento de Thomas como “ofensivo y condenable”.      

Al bajarle el dedo y la gracia presidencial, el desastre fue mayor. Nine Speakers Inc., la agencia literaria que la representa, le canceló el contrato, y un grupo de estudiantes del colegio Walt Whitman la forzó a que renunciara a pronunciar el discurso central en la ceremonia del grado de bachilleres. La cereza del pastel fue el despido de la cadena de diarios Hearst, en la que trabajaba desde el 2005.

TODA UNA LEYENDA

Aunque Helen emitió un comunicado disculpándose profundamente por sus declaraciones, la veterana periodista terminó saliendo por la puerta trasera del periodismo en un final injusto que no puede borrar los grandes méritos de una vida dedicada a las letras.

Thomas comenzó en 1943 cuando fue contratada por la agencia United Press Internacional (UPI) que le encomendó cubrir los departamentos de Sanidad, Educación, el FBI y el Congreso.

En un comienzo sus jefes dudaron de que una mujer fuera capaz de hacerse valer en un mundo –el periodístico– dominado por hombres, con sus golpes bajos y mañas, pero Helen dio la talla.

Menuda como una niña, sus armas siempre fueron su lápiz y su libreta de notas de la que no alejaba sus ojos mientras hacía la pregunta que todos tenían en la cabeza pero que nadie se atrevía a pronunciar.

En noviembre de 1960, UPI le encargó la cobertura de la presidencia de John F. Kennedy, y poco después la corresponsalía de la Casa Blanca de la que no saldría hasta 10 presidentes después, convirtiéndose en una testigo privilegiada de la toma de decisiones en la mayor potencia del mundo.

De su trato con los presidentes, Thomas tiene innumerables anécdotas que plasmó en su libro Front row at the White House, una especie de autobiografía egomaníaca que es una delicia literaria.

Por ejemplo, no duda en mostrar su admiración por Kennedy de quien alaba su juventud y visión. “Él era un pacifista, que peleó en la Segunda Guerra Mundial y que sabía los horrores de un conflicto”, dijo.

Sus ideas izquierdistas le hicieron ser condescendiente con los demócratas a los que veía como el “mal menor” frente a los conservadores republicanos, a los que detestaba. “Simplemente no tienen alma o humanidad, menos Reagan”, aseguró en una ocasión.

Sin embargo, esa repulsión, como dijo una vez tener, no le impidió tener palabras de elogio para Gerald Ford, quien “dio estabilidad y confianza a EE. UU. después del escándalo de Watergate”, aunque nunca le perdonó que indultara a Nixon. “Se mariconeó”, golpeó Thomas.

De Nixon recuerda su tenacidad y astucia política que lo hacía dar conferencias de prensa sin necesitar de atril, ni papeles ni tarjetas –algo impensable hoy en día–. “Qué capacidad para torear a la prensa, pero cada vez que tenía que optar entre dos caminos, tomaba el equivocado. Tenía un lado oscuro”, señaló.

EL PEOR DE TODOS

Sin embargo, de todos los mandatarios fue Bush hijo del que tiene un pésimo recuerdo. “Sigo pensando que fue el peor presidente de la historia de EE. UU. Con él era todo negro o blanco, bueno o malo, con nosotros o contra nosotros, vivos o muertos. Carecía de compasión ni entendía a la gente”, dijo hace unos años en una entrevista al diario argentino La Nación.

Al llegar a la presidencia en el 2001, Bush la vetó y no le abría el micrófono para que haga sus preguntas, pero en el 2006 bajó la guardia y le concedió una oportunidad, que Thomas no desaprovechó.

“Sr. Presidente me gustaría preguntarle por su decisión de invadir Iraq, que ha causado la muerte de miles de militares norteamericanos y civiles iraquíes. Cada una de las razones, al menos las reconocidas públicamente, resultaron no ser ciertas”, señaló en aquella jornada histórica.

Y digo “histórica”, porque en esos años, la prensa estadounidense, en general, era incapaz de increpar, fiscalizar, cuestionar la guerra contra el terrorismo internacional de Bush. Aquel que se atrevía a ir contra la corriente corría el peligro de ser tratado como un “traidor a la patria”.

A Helen Thomas no le importó. En realidad, nunca le importó el qué dirán sobre sus opiniones políticas y personales, pese a que –como en el caso de su comentario anti israelí– podía herir susceptibilidades. Hoy ya no está más para ser la conciencia de América, pero desde estas líneas va nuestro homenaje a una leyenda del periodismo del siglo XX.    

OTRO DATO

Thomas publicó en el 2006 su segundo libro Watchdogs od democracy? en el que hace una crítica sin ambages sobre cómo los periodistas que van a Washington a la Casa Blanca han dejado de cuestionar a las personas de poder.

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