La razón de este develamiento de emociones: su esposa Patricia, compañera de vida y amiga incondicional que procuró y cuidó su quehacer de escritor como si fuera el suyo. En el discurso en la Academia Sueca en Estocolmo titulado “Elogio de la lectura y la ficción”, Mario Vargas Llosa descarnó el alma para darse a conocer, en la plenitud de sus canas y amores más cercanos, como nunca lo había hecho.
Hizo un recuento de quién era y de por qué era escritor, por qué el mundo de las letras lo fascinó y atrapó irremediablemente, contó a la importante audiencia: el mundo entero, cómo la soledad infantil se tradujo en una alucinante imaginación y prolífico universo de ficción; es decir, aprovechó el momento de mayor trascendencia mediática en su existencia para hablar de su esencia.
Recibir el Premio Nobel de Literatura ha supuesto para Vargas Llosa alcanzar un merecido lugar que no hace más que reconocer su talento literario. Aquí las ideas y tendencias políticas quedan subyugadas ante la capacidad que ha tenido para sostener un talento literario irremplazable, cultivarlo y recrearlo una y mil veces sin pausa ni mediocridad.
Lo que más impactó del discurso de poco más de 50 minutos fueron las palabras a Patricia Llosa, su prima y esposa de casi toda la vida. Ver a Mario Vargas Llosa romperse frente a la fragilidad de esas palabras que él mismo escribió para decirle al mundo que ella es todo para él, resultó un acto inesperado.
La presión e intensidad del momento vivido en Suecia como parte de los previos a la entrega oficial del Premio Nobel del viernes 10 de diciembre, es la culminación de días y semanas de correrías y entrevistas desde que se proclamara el primer y único Premio Nobel del Perú. No pudo terminar de mejor manera: en una pública declaración de amor escrita por una de las plumas más privilegiadas de la historia.
A Mario Vargas Llosa le bastaron 144 palabras para desnudar su corazón. No hizo falta más, no necesitó de más artilugios ni metáforas para expresar todo lo que le debe y agradece a Patricia, en lo que fue sin duda el instante más sentido de la ceremonia. El llanto se escurría entre su voz, el escritor guerrero luchaba para no desarmar completamente el sentimiento y llorar... y quebrarse y demostrar de qué verdaderamente está hecho.
Al escuchar una y otra vez sus palabras es imposible no evocar y recorrer las miles de imágenes que automáticamente vienen cuando recuerdas su nombre, el éxito que lo rodea, las portadas de sus libros en decenas de idiomas, sus hijos, su determinación para hablar de las dictaduras y presidentes de Latinoamérica, en fin, el aplomo que hoy sabemos en quién se sostiene y a quién se debe agradecer.
Sin la constancia y terquedad de Vargas Llosa nada hubiera sido posible, quizá el ejemplo más importante sea ese justamente. En un país como el Perú en que se suele ver los errores y desaciertos primero, sería bueno rescatar el modelo de la férrea perseverancia que ha guiado a MVLL a Estocolmo, al Premio Nobel... y a Patricia.
“El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace como 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella, mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana y los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo, y todo lo hace bien, resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que hasta cuando cree que me riñe me hace el mejor de los elogios: Mario, para lo único que tu sirves es para escribir”.
Este arequipeño posiblemente no soñó que al aprender a leer a los cinco años descubriría un mundo inagotable de historias y complejidades, que abriría una caja de Pandora en la que ingresó maravillado para que un 7 de diciembre de algún año, en la helada Suecia cubierta de nieve, sus palabras resonaran fuerte y claro todo el día, como si solo eso hubiera ocurrido, como si nadie más hubiera hablado.
Así de poderosa es la fuerza de su palabra, así de gigante fue su emoción, así de contundente es la historia de su vida que arrancó marcada por la ausencia de un padre que apareció de repente para cambiarle la vida a los 11 años y sumergirlo en un dolor que poco a poco fue soltado cuando las voces de sus personajes se hacían más importantes.
Todos sus héroes reales y literarios estuvieron presentes en el discurso. Se podía imaginar en un ejercicio de visualización al ver a MVLL de pie, rodeado de la natural formalidad de la ceremonia, con ellos al lado, escoltándolo y protegiéndolo de su propia intensidad, con una afonía amenazando la voz que logró salir y pronunciar en un perfecto castellano su personal elogio al mundo que lo acoge. Así durante casi una hora, su madre, su abuelo Pedro, su tío Lucho, Patricia, sus hijos y nietos recorrieron el sonido y la armonía con su evocación.
Así un hombre llegó a sus 74 años a conocer la máxima gloria literaria que este humano mundo puede ofrecer, en un galardón que solo añade, en este caso, más atención, más miradas, pero jamás más brillo y justicia, ya que el talento de MVLL es, hace mucho tiempo, un hecho incontrastablemente único.