Cómplice, absoluto y entregado estuvo Fito Páez la noche del jueves 30 de junio en el Centro de Convenciones Scencia de La Molina ante los cientos de personas que esperaron ansiosas su ingreso al discreto escenario. Entró vestido de negro y con una sonrisa contagiante y rápidamente se sentó frente al piano, el otro protagonista de la noche.
Los gritos y la euforia se desataron porque la presencia de su ídolo fue irrefutablemente feliz, todos de pie recibían al héroe de la memoria, al arquetipo de las canciones y composiciones que tal vez acompañaron las batallas emocionales más complejas, o los amores más desafiantes.
La primera canción Y dale alegría a mi corazón, un himno de optimismo para sus seguidores, pintó la noche de cuerpo entero, todos cantando al unísono para acompasar las notas que Paéz iba sacándole al piano, ese instrumento que domina y acaricia a la vez cuando decide plantear un espectáculo como el del jueves 30, íntimo, profundo en esencia y sencillo en forma: él y su piano, en completa complacencia con el público.
La atmósfera que se vivió permitió que el cantante argentino desplegara con muy buen ánimo su talento, pedía silencios cuando deseaba regalar un solo de piano y el público supo responder, supo entrar a ese juego mágico de música y respeto para poder disfrutar al máximo.
Como cuando en el amor te dejas llevar por tu pareja, igual, en esa noche mágica, Fito Páez guió a todos hacia donde quería llegar: al goce total de la música, esa música que definió como especial, para el corazón.
Canciones como A rodar mi vida, Mariposa Technicolor, El amor después del amor, Te vi, 11 y 6, permitieron recorrer su carrera musical, pese a que se esperaba que esta presentación incluyera canciones de su último disco Confía.
Hubo un momento inesperado, que a decir de los asistentes fue un regalo, cuando Fito Páez al volver al escenario después de hacer un receso y cambiarse de ropa, ahora lucía un traje amarillo y un polo de los Beatles, se puso de pie al extremo del escenario, de cara al público y ofreció una canción a capela, sin micrófono, sin piano, iluminado con una luz roja, solo él. Dispuesto y calibrando las notas para que el sentimiento fluya y llegue con más libertad.
El tema elegido para este regalo fue Y yo vengo a ofrecer mi corazón, una hermosa canción que dice algo así: Quién dijo que todo está perdido/ Yo vengo a ofrecer mi corazón/ Tanta sangre que se llevo el río/ Yo vengo a ofrecer mi corazón./ No será tan fácil, ya sé qué pasa/ No será tan simple como pensaba/ Como abrir el pecho y sacar el alma/Una cuchillada del amor.
La reacción fue desbordante, el publico se sentía agradecido por la entrega, la pasión y el amor demostrado por el artista.
La noche siguió avanzando y Dar es dar apareció irrumpiendo el silencio y recordando que la vida de un artista es justamente eso, tener la capacidad de darse con respeto, sin poses, sin reparos, y si bien Fito Páez ha atravesado por muchas fases en su larga trayectoria, lo ha caracterizado la incansable búsqueda por ser honesto. Por no dejar nada en el tintero.
Hoy más maduro y llevando en el cabello algunas canas volvió a Lima incluyéndola en una gira extensa que tuvo a ciudades tan diferentes y distantes como Palma de Mallorca, Zaragoza, Pamplona, Bilbao, Londres, Leganes, Paris, Tel Aviv, Herzliya, Santo Domingo, entre otras.
Fito Páez ha vendido más de 3.000.000 de discos y se muestra tal como es: padre de dos niños, amante de la libertad y conciente de que un ídolo no solo se construye de fama sino de un trabajo serio y consecuente con sus ideas. Mantiene contacto directo a través de sus redes sociales oficiales con su fans y goza de la atención que le basta para ir por el mundo haciendo su música.
Ya no es el rockero de melenas largas que los medios quieren seguir paso a paso, es simplemente Rodolfo, el hombre que nació un 13 de marzo en Rosario, Argentina, y que se enamoró del piano para siempre.