No les puedo mentir. Desde muy pequeño me encantaba la noche de la Navidad y todo lo que ella conllevaba en mi casa: Una deliciosa cena en la que la estrella del show era el pavo horneado, la familia reunida –con mis tíos y primos jugándose bromas todo el tiempo–, y un árbol luminoso en cuyos pies descansaban los regalos listos para ser abiertos y disfrutados.
Teníamos una Nacimiento –o Belén, como le dicen en otros países– pero era parte de la decoración. No había oración, ni agradecimientos y la presencia del niño Jesús, por lo menos espiritualmente, era nula, pese a que era su noche, no la nuestra.
Sin embargo, hace dos años tuve la oportunidad de pasar fiestas en un lugar privilegiado: Israel. El destino me llevó a la tierra donde hacía más de dos mil años nació el hijo de Dios y puede ver cuán diferente se vive allá la Natividad. Sin árboles, ni villancicos, ni regalos costosos, y menos Papas Noeles que invadieran las vitrinas de los centros comerciales.
Allá conocí gente extraordinaria que me enseñó el verdadero significado de la Nochebuena. Amigos que se denominan judíos mesiánicos, es decir, judíos que aceptan que Jesús es el hijo de Dios y el Mesías prometido en las Escrituras.
Son una minoría, que pueden ser tratados como ‘traidores’ por los más ortodoxos, pero cuya fe es tan fuerte, tan intensa, que me hizo recordar a los primeros cristianos mártires, a los que le debemos la subsistencia de la Iglesia en sus inicios.
Entre ellos hay quienes consideran el 25 de diciembre “un día más”, pero otros se reúnen para recordar el nacimiento de Jesús en una cena simple en el que se leen pasajes del Nuevo Testamento, referentes a los primeros días del ‘Dios hecho hombre’.
“Todo tiene un carácter más espiritual. Los símbolos paganos y las superficialidades se las dejamos a otros”, me dijo uno de ellos.
Sus palabras me hicieron reflexionar sobre el origen de la Navidad y su verdadero significado y pronto descubrí que he vivido durante muchos años sumergido en un mar de mentiras. No voy a recoger todas para este informe, pero sí cuatro de las más importantes.
Primero: Jesús nació el 25 de diciembre de hace 2008 años
No hay evidencia histórica y en los Evangelios nunca se menciona la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Incluso, los científicos creen que nació en el año 6 ó 7 a.C. debido a que por esos tiempos hubo una extraña triple conjunción de la Tierra con los planetas Júpiter y Saturno que causó una luz destellante en los cielos. ¿Acaso fue la estrella que guió a los ‘Reyes Magos’ hasta Belén?
El día de Navidad fue oficialmente reconocido en el año 345 cuando, por influencia de San Juan Crisóstomo y San Greogorio Nacianzeno, se proclamó al 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo.
Al parecer los “santos” siguieron la política errada de absorber en lugar de reprimir algunos ritos paganos de la antigua Roma, con el objetivo de ganar más adeptos. En diciembre, los romanos celebraban el natalicio del Sol Invencible con dos festividades: La Brumalia (25 de diciembre) y la Saturnalia (17-24 diciembre) que tenía –¡oh sorpresa! – el tradicional “intercambio de regalos”.
Segundo: Los Reyes Magos
La Biblia no dice nada de reyes, sólo “magos que vinieron del Oriente”. Tampoco que eran tres y menos que se llaman Melchor, Gazpar y Baltasar. Pudieron haber sido seis, diez o hasta 60 y lo más probable es que hayan sido sacerdotes de Zaratustra de la antigua Persia.
Algunos estudiosos afirman que el líder religioso Tertuliano en el siglo III convirtió a los magos en “reyes” porque era inaceptable que personajes que practicaran la malévola hechicería adorasen al hijo de Dios.
En Occidente se comenzó su adoración en el siglo V y no fue hasta mediados del siglo XIX que comenzaron a traer regalos a los niños, la popular “Bajada de Reyes”, que celebra con mucho entusiasmo a inicios de enero en países como México, y en donde esa tradición –felizmente– ya está apagándose en el Perú.
Tercero: Papá Noel como símbolo de la Navidad
El personaje más entrañable de estas fiestas es quizá el responsable de que Jesús haya pasado a un tercer plano. Si queremos conocer su origen debemos tener presente que hay más de una historia.
Algunos señalan que la figura de Papá Noel se construyó sobre la base de San Nicolás, un obispo turco del siglo IV que regalaba obsequios a los niños y cuya fama se expandió por toda la Europa Medieval.
Otra historia, esta vez de Holanda, habla de un hombre llamado Sinter Klass que iba vestido de obispo y que también regalaba a los pobres. Lo curioso es que el dadivoso hombre provenía de España con su ayudante, “el negro Peet” a bordo de una barco.
En 1809, el escritor estadounidense Washington Irving escribió una sátira sobre el popular personaje que veneraban los emigrantes holandeses y así nació Santa Clauss. Fue tal el éxito que el ‘santito’, que retrató el dibujante Thomas Nast, saltó el charco –el Atlántico– y llegó a Gran Bretaña y Francia, donde se fundió con Bonhomme Noël, o si lo prefiere, Papá Noel.
Si se pregunta de dónde salió la popular imagen del gordito bonachón, se la debemos a Coca Cola que, en una de las mejores campañas publicitarias de la historia, le encargó en 1931 al pintor Habdon Sundblom remodelar el personaje de Nast para hacerlo más atractivo, humano y creíble.
El aspecto de un vendedor jubilado llamado Lou Prentice sirvió de base a Sundblom para crear en sus óleos la figura moderna de Santa Clauss y que vistió con los colores corporativos de la compañía: Rojo y verde. ¡Viva el capitalismo religioso que hace millones!
Cuarto: Un árbol pagano
El origen de la adoración al árbol se remonta al tercer milenio a.C cuando los pueblos indoeuropeos se expandieron por el Viejo Continente.
El árbol era símbolo expresión de las fuerzas fecundas de la Madre Naturaleza y muchas veces, según la tradición druida, se colgaban cabezas de osos, o de los guerreros enemigos.
Los paganos que abrazaron el cristianismo no dejaron del todo sus tradiciones y como una forma de celebrar el nacimiento de Jesús adornaron los árboles con guirnaldas, regalos y esferas de colores. Una costumbre que se extendió por todo el mundo, llegando al extremo de colocarles en algunos países nórdicos los “gnomos” –o pequeños demonios–.
Reflexión final
Muchos quizá creerán que puedo sonar aguafiestas estando a pocos días de la Nochebuena. Mi motivo, por cierto, es hacer que reaccionen de esta farsa llamada Navidad, en donde los regalos, el dinero, la comida, los adornos superan nuestro regocijo por el nacimiento de Cristo.
Prestemos atención a esos detalles históricos de la Navidad, que poco a nada tuvieron que ver con la figura de Jesús. Él nunca dijo nada de conmemorar su natalicio y sus apóstoles no iniciaron esa costumbre, ¿por qué deberíamos hacerlo nosotros?
Pero, si en caso queremos celebrar con sinceridad la Nochebuena –que puede ser también otra noche que no sea el 25 de diciembre– dejemos aun lado las frivolidades y el consumismo desbordante que caracteriza a la sociedad capitalista de hoy.
Piense por un momento cómo le gustaría a Jesús ser recordado o celebrado o mejor aun, imagine que lo invita a cenar. ¿Será importante para el hijo de Dios cenar pavo y tomar chocolate con panetón?, ¿será importante que él tenga un regalo costoso a los pies del árbol?
Él ya nos dio el mejor regalo –su mensaje–, pero muy pocos están dispuestos a aceptarlo. Prefieren escribirle a ese gordito regalón que vive en el Polo Norte. Pero, señores, Papá Noel, no da la salvación. Aunque las empresas quieran vendernos ese mensaje.