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REVISTA

MÁS QUE UN HUEVO DE PASCUA

Semana Santa
Mi Semana Santa comenzó este año intentando no romper el cascarón de los huevos que debía vaciar con aguda destreza, soplando suavemente por un agujerito minúsculo la yema y la clara, para que puedan ser decorados en la escuela de mi hija. Nada litúrgico, nada espiritual, entonces fue allí cuando caí en cuenta que la Semana Santa tiene nuevos rituales y nuevas posibilidades.
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MÁS QUE UN HUEVO DE PASCUA

JUEVES. 1° DÍA

 

La celebración de la Semana Santa siempre despertó en mí inquietudes, con pena y  temor, confieso que me asustaba la exaltación a la muerte tan cruel y despiadada de Jesucristo en la cruz. Conflicto de sensaciones que nacieron de niña al participar en una procesión plagada de euforia y devoción. Una urna de vidrio recreaba el ataúd que contenía una escultura gigantesca de un Cristo derrotado y adolorido, imágenes oscuras y tristes que impactaron fuertemente, pero lograron despertar mi curiosidad y evitar mi indiferencia con estas fechas.

 

Durante mucho tiempo me costó aceptar que cada marzo o abril la Semana Santa volvía con sus películas antiguas, con la repetición número treinta de Ben Hur, con Charlton Heston,  el clásico Quo Vadis y con las escenas de la crucifixión de un Jesús que me dolía ver, y es que pensándolo bien, es muy duro que un pequeño comprenda que después de la muerte viene la Resurrección. Esa Resurrección que es esperanza y regocijo, a pesar de las manos marcadas por los clavos y las heridas de la vida.

 

A consecuencia de esta dimensión extraña entre la fe y la realidad de un cristianismo que se basa en la muerte y restauración, opté por alejar esas imágenes de mis retinas, cuando llegaban los jueves y viernes santos, prefería no ver, no escuchar, no inmiscuirme en el ánimo de la festividad. Tarea complicada porque cuando no existía  televisión por cable no podías encontrar otra opción, todo te empujaba a recordar, y es posible que eso sea lo que ahora, misteriosamente, añore.

 

 

VIERNES. 2do DÍA

 

Los huevos de Pascua son una tradición importada, tratando de encontrar el origen de aquella historia que justificaba que haya estado torturándome con esos huevos de gallina frágiles y resbaladizos, descubrí algo interesante, algo que confortaba mis viejas fobias con la Semana Santa y posiblemente teñirían de alegría estas fechas de meditación y agradecimiento.

 

Desde otro punto de vista, más alentador, la muerte de Cristo es la puerta para un renacimiento, la resurrección es la puerta que abre esa posibilidad en el mundo cristiano. ¿Cómo encaja entonces en esta filosofía un huevo de chocolate decorado con platinas de colores?

 

La costumbre, aunque usted no lo crea, comienza antes del cristianismo, se originó en Europa y Medio Oriente. Cuentan las leyendas que en Egipto y en Persia se intercambiaban huevos decorados cuando comenzaba la primavera, para eternizar en ese presente simbólico el renacer de la naturaleza. Es decir, la resurrección de la vida, del color. La asociación con la Pascua viene directamente de Europa, donde la primavera está muy cerca de la Semana Santa, es allí donde el huevo pasó a ser el signo del renacer de Jesucristo. Es en la Edad Media que se universalizó el uso de los huevos de pascua como un elemento infaltable en estos días.

 

Curiosa historia y feliz hallazgo, porque en muchos años no había logrado conectar mi emoción infantil y lúdica con esta celebración. Y se preguntarán ¿por qué lúdica, por qué feliz, si con la resurrección es suficiente? Puede ser, pero yo me quedé suspendida en ese momento de mi primera infancia, asustada, sin encontrar una respuesta madura y concluyente a un temor que me acompañó durante muchos años. Es posible que justo ahora esté reivindicando ese episodio, y con valentía esté enfrentando un fantasmal recuerdo en estas palabras pascuales.

 

La cáscara del huevo representa, en la simbología de la Semana Santa, la tumba en la que Jesús estuvo aguardando su retorno a la vida, es por ello que en algunos países europeos los huevos se decoran el Jueves Santo y se rompen el Domingo de Pascua, celebrando que resucitó y salió del sepulcro.

 

 

SÁBADO. 3er DÍA

 

Dulces coincidencias o juguetonas asociaciones, el caso es que las tiendas están invadidas por huevos de chocolate, grandes, coloridos, y resulta impensable no regalar a un niño un huevo de chocolate en esta Pascua, ver con emoción que coma ese placentero alimento y en ese inocente ejercicio de la niñez, ir descubriendo que la fe puede ser alegre y que Jesucristo no está en esa cruz que vemos cada mañana en el cuarto de la abuela.

 

La Semana Santa me devuelve a esas dudas naturales, a los cuestionamientos trascendentales del yo ser, y el yo hombre, pero decido apartar de mi mente las complicaciones esta vez y aprender a disfrutar de la vida y la fe. Porque hay que recordar que Jesús murió, sin embargo en cada minuto, en cada aliento surge la resurrección verdadera, aquella que no necesariamente tiene una hoja de palma en la mano, o recorre las siete iglesias el jueves santo.

 

Más allá de los planes, los campamentos y los viajes, la Semana Santa es el recordatorio constante de que alguna vez, si así lo crees, alguien entregó su tiempo y pasión a una causa que consideró justa, valiosa; un motivo y una razón que va más lejos que un rito o una bendición. Ese flaco que solía caminar sobre las aguas, pelucón y con la piel tostada por el sol, ese hombre que supo, por sobretodas las cosas, dar amor, ese flaco no es hoy el de mis recuerdos oscuros o mis miedos de niña.

 

DOMINGO. 4to DÍA

 

Con el tiempo las tradiciones sedimentan los corazones y se arraigan, puede ser que el huevo de pascua sea una tontería producto del marketing y de la industria que en todo encuentra una manera de lucrar, pero hoy decido quedarme con esa tradición, que me recuerda el cascarón que se rompe para que la vida fluya y emerja.

 

Finalmente la esencia de la Semana Santa es esa, la vida que rompe las barreras de lo existente para dar paso a una vida diferente. Encarnada en Jesús en estas fechas, pero incrustada en cada uno de nosotros los 365 días del año, libres de credos o liturgias, tenemos la capacidad de ser nuestros propios símbolos de esa resurrección, podemos ser el reflejo de aquello que hace tanto tiempo ese hombre de Nazareth soñó que seamos. Ser mujeres y hombres felices, dichosos, capaces de renacer en cada acción cotidiana, el amor y la entrega.

 

Si me preguntan ¿y qué vas a hacer en Semana Santa? Les diría que no sé todavía, pero seguro comeré un delicioso huevo de chocolate confitado de sonrisas, y al derretirse en mi paladar, recordaré agradecer por esta vida que intento renacer cada día.
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