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DÍA DE LA MADRE

Una historia que contar
Celebrar a la madre es más que una costumbre o una herencia foránea; en ocasiones me he preguntado qué necesidad existe en recordar algo que es un acto natural de la especie humana. Sin embargo, tras sendas cavilaciones llego a la conclusión, muy humana también, de que lo más valioso siempre hay que festejarlo. Cada año cumplido, cada logro obtenido, el nacimiento de un niño... y cómo no, la vida, representada cada día en ese latido llamado mamá.
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DÍA DE LA MADRE

LA PASIÓN DE ANNA JARVIS

 

Porque no podía ser de otra manera cada hecho, social y relevante, tiene una razón de ser, una serie de eventos que sumados a la pasión de una persona gestan la historia. El "Día de la Madre" tiene una fascinante historia detrás, separada del azúcar y los mil corazones que solemos asociar a cada segundo domingo de mayo.

 

Una historia que envuelve a una mujer que no fue madre, a una mujer que sí lo fue, y a una determinación y poderío que no nacen del útero, sino del amor; y ese no habita en el cuerpo. Una mirada valerosa fue la que tuvo Anna Jarvis, una hija que admiraba con especial entrega a su madre. Una activista social que tras la Guerra Civil Estadounidense dedicó su fuerza a trabajar por su familia y por su comunidad.

 

La pasión arranca su fuego cuando su madre fallece, Anna siente entonces la inmensa necesidad de recordarla de forma diferente, con más vehemencia si se quiere. Busca la manera dentro de ella misma de no dejar morir ese afecto, imagino que al tener más de 40 años al momento de enterrar a su madre y no tener una familia propia, Anna Jarvis llenó su vació personal y soledad con esta extraña iniciativa para la época, institucionalizar el Día de la Madre como una celebración formal y constante.

 

Batalla complicada la que emprendió en 1905, pero admirable en un sentido idealista, mediante cartas y misivas a los sectores más influyentes de su comunidad trató, sin tecnología y comunicaciones ultra veloces, dar a conocer su objetivo. La fecha clave sería el segundo domingo de mayo, día en el que falleció su madre. Para 1910 su convocatoria echó raíces y en muchos estados ya se celebraba el Día de la Madre, hecho que fue impulsado inteligentemente con la creación de la Asociación Internacional del Día de la Madre.

 

 

Finalmente Anna vio su sueño convertirse en total realidad con la promulgación del Congreso de los Estados Unidos del Día de la Madre en la fecha que ella propuso. Es increíble que una mujer y una sola idea, hayan podido movilizar todas las fuerzas colectivas e individuales con un sencillo fin: renovar la cercanía de madres a hijos en un día en el que no quede excusa alguna para decir lo que queremos decir. Anna, posiblemente en su ingenua y sincera obsesión por el amor a su madre, no calculó todo lo que vendría después.

 

Ella pudo ver a más de 40 países del mundo festejando a sus madres en días similares. Dentro de ellos el Perú, que en 1924 decretó en resolución suprema celebrarlo el segundo domingo de mayo. Muy a pesar de ello, la historia dio un giro malvado y antojadizo, y es que la naturaleza humana es hermosa en ocasiones, pero traidora la mayoría de ellas.

 

Anna no pudo evitar ver cómo el día que ella había creado con tanta pasión y honestidad se convertía poco a poco en una fecha mercantilista y comercial. El afán por regalar a mamá el mejor obsequio posible aplacó el inicial origen de la celebración.

 

Un símbolo que Anna Jarvis le dio al Día de la Madre fue el clavel blanco, porque era la flor predilecta de su madre, y en un bello intento por envolver a todas las madres propuso un arreglo floral de claveles blancos en memoria de las madres ausentes, y en medio un clavel rojo, por aquellas que están aun a nuestro lado. Simbología que cuidadosamente diseñó para preservar la esencia de un día tan importante para ella.

 

Pero tras presentar en 1923 una demanda para eliminar la fecha del calendario de festividades oficiales, su reclamo tuvo la misma pasión que impulsó la creación de este día, llegando a generar disturbios en una reunión de madres de soldados en lucha, siendo arrestada por su arrebato. Y es que no hay arrebato sin justa razón, en ese lugar vendían claveles blancos a las participantes de la convocatoria popular, Anna no resistió ver las flores expuestas sin una sincera intención.

 

Anna luchó con férrea determinación invirtiendo su herencia familiar en una severa campaña por erradicar el Día de la Madre, pero no fue posible. Ya no tenía los mismos seguidores. Antes de su muerte a los 84 años, en 1948, declaró su absoluto arrepentimiento por haber impulsado la creación de ese día. Sin embargo, existe un museo sobre ella y es la inspiradora de la fecha, aunque al final de sus días no lo deseó.

  

PARA RECORDAR

 

Líneas aparte, la historia de Anna Jarvis me lleva a pensar en lo contradictorio del ser humano, cada acto puro puede tornarse raro, distante, lejano del sentimiento inicial. Así somos, volátiles y generalmente mal intencionados. Sin embargo, en esta esencia quebradiza y frágil siempre hemos encontrado a una persona dispuesta a perdonar y sobretodo... a olvidar. Esa es quizá la ventaja de las madres. Esa capacidad auténticamente suya de olvidar nuestras fechorías y seguir abrazando y alimentando.

 

Que está sobrevalorada la imagen materna en nuestra sociedad, puede ser, que el comercio y las ofertas han convertido este día en una feroz competencia por ver quién gasta más, también es verdad, pero ¿qué queda cuando sacamos de la ecuación estos elementos?, queda ella, y nada más. Ella en su más cálida posibilidad de darse y entregarse al momento de la celebración, a pesar de saber que solo durará ese día y después todo volverá a girar...

 

Las llamadas telefónicas en vez de las visitas, los remilgos y las batallas por lo cotidiano, las miles de ocasiones en las que una palabra fue áspera y no amable, las excusas y las mentirillas piadosas; todo lo que habitualmente aloja el corazón de una madre. Ese corazón que seguro está muy lejos de los corazones impresos en encartes y globos. Ese corazón que solo alberga sueños para sus hijos y anida fe, esa que nunca muere.

 

Si existe una madre que particularmente admiro en el universo extenso de la maternidad, es una cuya fortaleza es más gigante y profunda que mi sola capacidad para pensarlo; aquella madre que entierra a un hijo. Creo que esta madre es la más intensa y la más valiente. Porque no existe ley natural o física que me explique cómo se hace para lograr mantener las piernas firmes cuando hay que espectar tal hecho.

 

Viene a mi mente el nombre de Isabel Allende, una escritora cuya fama y fortuna no le alcanzaron para evitar despedir a su Paula hace algunos años, viene también Sandra Plevisani, la repostera más querida y conocida en Lima, que tras luchar duramente con el cáncer de su pequeña Camila, no pudo retenerla en la vida. Blanca Varela, que en su poesía trató de encontrar consuelo cuando su hijo menor, Lorenzo, quedó suspendido en una muerte absurda que se llevó su aliento.

 

Heroínas entre tantas heroínas anónimas que seguro día a día enfrentan la compleja e inexplicable despedida a sus hijos. Pelean con enfermedades en los pasillos de un hospital y alimentan sus esperanzas aun cuando no las hay. Ellas son mis heroínas, porque son todo lo que algún día quisiera ser. Una madre que es capaz de abrazar en la vida y si llegara la muerte, también. Qué lección para este día, abracemos mientras estemos aquí, que ese calor generado entre el cuerpo de mamá y el tuyo no tiene comparación.

 

ALGO PERSONAL

 

A todas las madres, de útero y de corazón, les deseo un día diferente, vibrante, feliz. Plagado de sueños cumplidos y de esa complacencia que solo ver a un hijo te da. Por lo pronto me preparo para recibir los muchos regalitos creados por mi hija en la escuela, manualidades que llevan su esfuerzo y cariño, pero sobretodo, que cargan esa esencia que Anna Jarvis nos quiso regalar a todas cada segundo domingo de mayo. Una simpleza indescriptible envuelta en un papel hecho de alegría y emoción.
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