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REVISTA

VÍCTOR DELFÍN

Un apasionado por la vida
Tuve la suerte, hace algunos años, de compartir con él una conversación en su casa, una conversación que marcó mi admiración por un personaje hasta entonces ajeno, desconocido. La casualidad me acercó esta semana a él otra vez. Su trabajo escultórico y pictórico me sorprendió caminando en un parque en San Borja, me atrajo nuevamente, e invitó a contarles sobre aquel encuentro, sobre aquel día.
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VÍCTOR DELFÍN

UNA MAÑANA DE AGOSTO

 

Esa mañana, muy temprano, asistí a lo que sería mi primera entrevista con un personaje de renombre. Con una persona apreciada, querida y también polémica. Una inmensa escultura me dio la bienvenida, mucho jardín, mucho verde, una casa que no era una casa, un taller que no era un taller... una incógnita. Indescifrables esculturas talladas en bronce y metal emergían como árboles, sacudían mis retinas con el color... la fusión entre el mar que azotaba a lo lejos y el sonido de mi respiración consumaban una sinfonía particular.

 

Víctor Delfín construyó en el distrito de Barranco este lugar, un especial refugio para su inventiva y creación. Esperé unos minutos en el jardín interior y por una portezuela tallada entré a un espacio mágico. Un caballo dorado llamó mi atención,  sumergiéndome entonces en la conciencia del artista plástico, en la esencia del hombre humilde que logró fabricar piezas únicas, fuertes. En eso su voz rompió el silencio, "Pase por favor, siéntese un momento".

 

Mi estadía en su casa se estaba transformando en un gran juego, de pronto, sentía que  alguien supremo lo proponía. Retaba mi imaginación, mi curiosidad. Cada habitación era más interesante que la anterior, cada una mantenía el equilibrio perfecto entre locura y pasión. Cuadros de distintos tamaños, murales incendiados de color, espejos, rincones y resquicios aprovechados al máximo por el artista para generar sensaciones. Despertar la emoción.

 

SU COMPROMISO SOCIAL

 

Víctor Delfín, piurano de nacimiento, ya tiene 82 años, está comprometido desde siempre con los derechos humanos y la lucha anticorrupción. Ha mantenido activamente su presencia en el país alimentándola con su naturaleza social, no solo de artista. Es por ello que me intrigó cómo surge el instinto por los demás, cómo su vocación de artista lo llevó a su activismo político.

 

"Yo pienso que un artista es como cualquier espíritu humano, no tiene ninguna diferencia. El arte no lo excluye de los problemas, todo lo contrario. A medida que uno va enriqueciéndose a través de la cultura, que es una pedagogía, se va dando cuenta y adquiere una cultura general. Un sentimiento justo sobre la vida.

 

Entonces uno no se quiere perder la oportunidad de hacer algo por su entorno. Y yo creo que la característica esencial de un artista es transformar el mundo. Cuando a mi me preguntan por qué me inmiscuí en los problemas políticos, yo creo que es un deber. Es una decisión moral, porque uno tiene un compromiso con su suelo, con su pueblo, yo me siento muy agradecido con el Perú que me ha dado tanto..."

 

Meditando en las casualidades y de cómo la vida se encapricha, porfía en acercarte a aquello que algún día fue especial; la exposición que me regresó al recuerdo de este encuentro con Víctor Delfín está ubicada frente al Cuartel General del Ejército, el Pentagonito, en el Anfiteatro del hermoso Parque de la Felicidad, en el distrito de San Borja.

 

Parada allí, rodeada de su obra, esculturas, piezas de orfebrería, murales, enormes lienzos, su orgulloso y desafiante autorretrato, pensaba cómo ha cambiado el país. En los años de Fujimori y Montesinos, cuando Víctor Delfín vigorosamente batalló con estudiantes universitarios y activistas por la recuperación de la democracia, hubiera sido impensable que se pudiera apreciar su trabajo frente al Pentagonito, símbolo del poderío corrupto, dolorosa época para la libertad de expresión.

 

Complejas curiosidades que el tiempo guarda, sin embargo, creo que no es tanta casualidad. La oportunidad de restituir la presencia de Víctor Delfín en la escena cultural de la ciudad siempre será una buena y necesaria noticia.

 

Sobre esa etapa de lucha social nos contó... "Durante esos ocho años de lucha, adquirí la experiencia más formidable de mi existencia, haber alternado con los obreros, con los estudiantes, con las adoloridas madres de las víctimas de los desaparecidos, mi contacto fuerte con la juventud... Ahora cuando salgo a la calle me siento protegido por mi pueblo, por mi sociedad".

 

EL QUEHACER DEL ARTISTA

 

La sensación de estar en el lugar correcto es algo que Víctor Delfín conoce muy bien, la vocación por el arte, esa divina enfermedad, lo llevó a elegir, desde muy niño, su camino. Escogió comprar lápices de colores y hojas de papel en lugar de medias y zapatos para reemplazar los que tenía. A pesar de las carencias y pobreza, su familia lo arropó con cariño y dedicación, abrigando sus sueños, estimulando su mente. Menor entre siete hermanos, capturó el afecto y engreimiento de sus padres, quienes le enseñaron, a pesar de los mimos, a no ser egoísta.

 

Llegó a Lima con 19 años, huyendo de un amor adolescente no correspondido, orgulloso y terco decidió emprender su desafío. La Escuela de Bellas Artes era el punto final de la travesía, postuló plagado de temores porque no había podido pintar o dibujar con carboncillos, no conocía los óleos, la desventaja era gigante, pero el talento también.

 

Becado durante ocho años por su indiscutible potencial, tuvo que hacer mientras tanto de todo para sobrevivir, ayudante de construcción, jardinero, gasfitero, la vida dura que lo trasladó a la esencia misma del ser humano. Sus exposiciones y muestras han recorrido Europa, Nueva York, Ecuador, y muchos otros lugares que han ayudado a trazar una ruta artística apreciable, consagrando su nombre como uno de los más importantes artistas latinoamericanos.

 

Su capacidad multifacética ha explotado en todos los campos de la plástica, persiguiendo sin miedo direcciones disímiles, tallado en madera, grabado en metal, pintura, murales, orfebrería, es decir, un inagotable trabajo que buscó desesperadamente tocar todo aquello que existe para comunicar.

 

Su visión crítica lo hizo reflexionar sobre el arte y la situación en el país, reflexiones muy personales que recobran importancia cada día. "La gran obra teatral no se ha hecho en todos estos años. Ha habido una ausencia de los artistas, y yo creo que se debe a una falta de generosidad. La mayoría está pensando en Europa, en otro mundo. Los peruanos no amamos el Perú, ese es el problema de la gente... eso hay que corregirlo, y es a través del arte, que siempre deja una enseñanza. Uno se va liberando, se va cuadrando, se da cuenta quién es".

 

Por ello su obra siempre está dirigida a la calle, "para mí la cosa está en la calle" el arte que se integra con el público, que no lo excluye. Han pasado varios años y vuelvo a toparme con Delfín en un parque, al aire libre y renuevo mi esperanza en que el arte va a seguir fluyendo en la ciudad, pero así, naturalmente. "Es una pedagogía, eso es el arte. Yo no tengo más que tercero de primaria, no necesité ir a estudiar secundaria, y a veces hasta me felicito... eso sí, leo bastante" (Víctor Delfín).

 

DE FRENTE AL MAR

 

Una feliz iniciativa de la Municipalidad de San Borja, haber celebrado los 26 años del distrito con esta exposición, una propuesta que alegra la vista, el corazón y reconoce el trabajo de un artista peruano. Involuntariamente el tiempo retrocede, el sello de Víctor Delfín  confronta, cuestiona. Rescata la persistente interrogante de por qué llegamos a tanto, por qué la intolerancia y corrupción se instaló en nuestro país, por qué, en algunos casos, se sigue instalando.

 

El mundo interior de Víctor Delfín se traduce en su obra, se manifiesta con una fortaleza enérgica, se lee en esa capacidad intuitiva de medir el pulso de la ciudad, de la gente común, como la escultura del Parque del Amor, aquella pieza mítica que muestra un apasionado beso. Una muestra de que no existe límite, no hay prejuicios inmiscuidos en el proceso creativo. La entrega no ofrece resistencia.

 

"Haber nacido con esta facultad ha sido una bendición, porque cuánto me he divertido, cuánto he vivido, cuánta gente hermosa he conocido, es decir, me puedo morir esta tarde con la absoluta convicción de que la he pasado muy bien". Su admiración más grande es por la vida, la gratitud por lo recibido y la sencillez con la que ha llevado su éxito, lo inspiran a apreciar lo más pequeño, lo más simple.

 

Así como la chatarra se convierte en arte, así como el material despreciado en sus manos encuentra forma, estilo, identidad. "Yo me despierto muy temprano asustado porque de repente es el último día. Apenas aparece un rayo, como no tengo cortinas en mi dormitorio que está frente al mar, veo la luz, y me despierto. El día para mí es una especie de regalo. Siempre es un hermoso regalo".

 

Si hay algo que nunca olvidé de aquel día fue la calidez de su mirada, la combinación entre rigor y delicadeza, escucharlo admitir con cierta pena que es un "apasionado pero mientras dura el instante", comprenderlo a través del tiempo, percibir mejor su inquietud por el presente, su desgano por el futuro.

 

Su desapego a los vínculos establecidos y su universal espectro de afecto cuando me dijo que veía a las personas como símbolos, cada niño es su nieto, cada joven su hijo... no le pertenecen sólo los suyos, sino todos. "Hay que abrir el gran angular del corazón para ver el mundo"... y esa frase no ha dejado de retumbar en mi memoria.

 

Caminar observando a pequeños, jóvenes, ancianos sorteando las enormes esculturas, confundiéndose con ellas en un  rincón de la ciudad,  fue reconfortante. La convivencia inesperada con un artista que hoy pasa los ochenta años y mantiene su espíritu libre, intenso. Ver instalado en el verde ese caballo dorado que me asombró y descubrir que me sigue asombrando. Reconocer que algunas cosas no cambian, no mutan, es bueno. Víctor Delfín se comparte, abrió literalmente su casa para que salgan raudos sus caballos, para que su obra se escape y sea por un instante nuestra.

 

Su trazo está delineado cuidadosamente, su eterna adhesión al ser humano lo construye como un luchador efusivo, tosco, sutil, contestatario, pero constante, y en esa constancia las palabras finales de aquella mañana de agosto continúan siendo las mejores para terminar este relato. "La única manera de pasar por la vida es asumiéndola con amor, sin odios, sin rencores. Porque no tenemos derecho a exigir nada, sino a dar" (Víctor Delfín).
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