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REVISTA

EL DÍA DEL PERÚ

Con repique de Cajón
Cajas, esclavos, tablas, criollos, calabazas huecas y secas... todo es origen, nada es seguro. Historias y anécdotas que unidas nos dejan esa nostalgia perdida de aquella paternidad difícil de demostrar. El Cajón es peruano porque somos nosotros quienes más disfrutamos de su magia y entrega. Lo rescatamos de los mitos y el dolor para hacerlo repicar; convirtiéndolo en patrimonio nacional y dándole su lugar.
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EL DÍA DEL PERÚ

MÁS QUE MADERA

"Pero el cajón peruano tiene un sonido propio. Uno puede lograr sonidos de cristales, plumas  y tempestades.   Posee un toque evidentemente afroperuano y como  tal ha sido creado en esta parte de América". Susana Baca (Cantante afro peruana)

Una caja, una cómplice hechura de madera con un simple orificio para que el sonido se construya, se forme. Una mujer u hombre dispuesto a sentarse, y sentir en su cuerpo los golpes, los toques, la vibración. Una caja que guarda desde la esclavitud afroperuana una esencia encallada en las manos, en las yemas de los dedos. En ese rubor discreto que los cajoneros tienen en su corazón.

El origen del Cajón tiene diferentes vertientes, ideas, fragmentos encontrados por historiadores, rescatadas frases que ayudarían a armar el complejo génesis de un instrumento sencillo. Humilde. Nada pretencioso. Y es que el Cajón peruano lleva esa cualidad en su historia, es el símbolo de lo sencillo frente a lo complejo, es la victoria del tiempo, de los cambios, las intrigas sociales y la soberanía racional.

Su capacidad rítmica y sus cultores han explorado su potencia, su riqueza como si se tratara de una veta de oro, de afecto. La calidez del instrumento produce música pero también identidad. Una identidad que buscaremos en este recorrido con la sola finalidad de encontrarnos en ella. Descubrir cómo una caja de madera puede y ha podido sobrevivir desde la esclavitud a la actualidad.

Un sonido particular, con agudos, graves y medios que contemplan las infinitas posibilidades sonoras. Un matiz, un roce envolvente que añora ese grito, ese llanto, ese clamor de libertad. La libertad del sonido, la libertad de la voz sin palabras, sin estructura verbal. Estimulando los ejes corporales, los latidos del corazón, el ritmo interno, los pasos, la marcha del organismo, de la sangre. El Cajón lleva ese misterio. El misterio del cuerpo que es parte de la música, del movimiento de la sonoridad.

El instrumento se sumerge, se funde con las piernas, el coxis, la pelvis, las manos, los brazos, para conseguir ese momento, a través del cajonero el cajón encuentra salida, auxilio. El volumen no es volumen, el peso no es peso, es materia para el ritmo, para el golpe. El silencio, contrapunto y repique es la fórmula, nada llega sin silencio, nada aflora sin batalla, nada suena sin pasión.

MÁS QUE CAJAS Y TABLAS

Había una vez una Costa, un país que fue invadido, subordinado. Un proceso conquistador y colonizador que buscaba echar raíces donde no debía, donde no existía. La esclavitud, una forma exclusivamente humana de perversión, emergía como fuente de sustento, de riqueza, de expansión. Africanos maniatados y estigmatizados por su color llegaban a América para cumplir su terrible destino, el destino de la pena y el desarraigo en fundos, chacras y haciendas.

Estigma que los condenó a ser llamados ?negros esclavos? a ser tratados por los libros como objetos y no como personas. Y me pregunto hoy, no será esa la manera más perfecta para el olvido, para la decepción, para eliminar su influencia de cualquier manifestación cultural.

Imagino a los esclavos, a las personas, hombres, mujeres, niños, desencajados, absortos en esta tierra lejana, imagino esa sensación de extranjería, de no pertenencia. Ese mudo canto que debió esconder su tragedia, el drama de una raza sometida, diluida en la discriminación y la lástima. En ese contexto se encuentra la esencia del cajón. Nadie ha debatido su origen afro peruano, se cree que la música viene del África, la validez entonces de su influencia podría reconocer al cajón como elemento afro peruano, originario de la población esclava del Perú.

Con la colonización española vienen las prohibiciones para este grupo social sin derechos y valor, sus tambores, considerados también por la Iglesia Católica recalcitrante de la época como ?paganos? fueron prohibidos, vetados. Nadie podía acceder a uno, ya que todo tambor fue quemado. En una hoguera de intolerancia y estupor, como si el fuego hubiera podido destruir las ideas, cuando se incineraban libros considerados peligrosos o revolucionarios; mucho menos la música. El fuego no puede con ella, porque es su alimento.

El "Panalivio" era el canto que interpretaban los esclavos, era un ritmo de lamentos y quebrantos cuya cadencia encerraba una forma de comunicación entre ellos. De un lugar a otro ese ritmo era la clave para su propia sobrevivencia emocional. Se aferraban a su percusión para no fundirse en la opresión, en la tristeza; para continuar conectados a ese pasado ancestral.

La creatividad se abrió paso, y sin tambores buscaron cajones de fruta, usados para transportar mercadería como instrumento. Cualquier superficie plana era digna de ser percutida. En el universo del silencio y maltrato, todo era plausible de sonido, todo generaba una voz. El cajón data de 1900, sin embargo, algunos investigadores afirman que en 1850 ya habían rastros de él.

La discusión está en la forma que éste tenía. Una manera de encontrar vestigios del cajón incluso antes de 1850 es al analizar la serie de objetos ingeniosos que sirvieron de soporte para que el cajón llegue a su forma natural. Calabazas secas y huecas eran tocadas, por su estructura, como el cajón, sobre ellas. Sentados sobre las calabazas, a diferencia de los pocos tambores africanos que trajeron los esclavos que se tocaban de pie.

Parecería ser que el aporte afro peruano fue la manera de tocar la percusión, sentado en el instrumento. También improvisaron tamboretes hechos de pedazos de madera cepillada, fabricados de troncos de árboles huecos cortados de diferentes maneras. Se pulían y con pieles de animales eran cubiertos para lograr un sonido único.

Otra hipótesis señala que nació de las cajas de Whisky y latones de Kerosene que los esclavos usaban para aliviar las largas faenas de trabajo forzado. Nada es comprobable, sin embargo, tiene mucha lógica. Los mitos que rodean nuestro instrumento bandera terminaron cuando en 1950 el compositor Abelardo Vásquez establece una medida estándar para el cajón, que hasta ese momento era construido de distintos tamaños y formas.

María Del Carmen Dongo asegura que fue: 45 cm de alto, 35 de base y 20 de ancho. En ese momento el cajón peruano encuentra la luz, se encuentra en una forma clara y definida, pero aún sin identidad propia.

La religiosidad no escapa a esta historia, el misticismo de la santería africana, cuyas etnias bene, yoruba, bantú, congo formaron la etnia afro peruana, sostuvieron el contacto con su espiritualidad y divinidades a través de la percusión, elemento clave para acercarse a su fe. Dejando atrás las diferencias entre ellas, estas etnias africanas construyeron un lenguaje ya americano, al sincretizar aquel recuerdo lejano de las pertenencias que tuvieron que dejar, con las nuevas y ricas posibilidades musicales que los objetos más cotidianos les ofrecían.

Nadie pudo sospechar que una "caja" podría prevalecer intacta en esencia, convertirse en un instrumento reconocido por el mundo, por su adaptabilidad para los ritmos, su resonancia social y la inconmensurable prueba de fortaleza y bravura negra del Perú. Lo evolutivo de nuestro mestizaje nos ha dejado un proceso social complejo, enraizado con disimiles influencias, sin embargo, rescatamos lo existente, abrazando todas las razas y colores para nutrir la música, el arte, la vida misma.

MÁS QUE SONIDO

"Cada percusionista logra sus propias sonoridades por la intervención de sus propias manos y sus propias características físicas; pues las manos y sus formas de colocación en el instrumento, así como la fuerza aplicada va hacer distinto y único cada toque más aun considerando las sutilezas rítmicas de cada músico, la velocidad o la intensidad con que se ejecute cada sonido".

Chalena Vásquez (Musicóloga peruana)

Actualmente el Cajón debe hacerse de cedro o caoba seca, finas maderas que aseguran la calidad del sonido y la duración del instrumento. La postura ideal del percusionista es con ambos brazos libres para ejecutar los movimientos con soltura y precisión. Encontrando así sus auténticos agudos, graves y medios. Explorando la superficie del Cajón podemos descubrir, como quien acaricia a un amante, que las tonalidades son infinitas.

Sutilmente los agudos se sujetan del extremo superior, se afianzan con el toque del índice, medio, anular y meñique, con ambas manos y articulando el golpe del rebote perfecto, como un latigazo encendido que busca el retorno, la respuesta inmediata. La percusión del Cajón recrea la constante interrogante, esa pregunta incisiva que busca respuestas.

Nunca un golpe es suficiente, con una postura corporal de realeza, erguido y elegante, los graves afloran del centro mismo del cajón. Con el brazo extendido la energía ejerce una presión galopante atravesando la palma de la mano, y es allí cuando la vibración se apodera de todo. Del ritmo, la cadencia, la fortaleza, creando sonidos abiertos, cerrados y oscuros. Imágenes musicales que transitan por el espectro auditivo, transitan y aparcan su intensidad en el cajonero ubicando los sonidos medios, mezcla de agudos y graves saltando de uno al otro generando matices inesperados.

MÁS QUE EUFORIA

"Me parece maravilloso que instrumentos de distintos pueblos, sirvan para expresar la música de diferentes etnicidades. Nunca un instrumentista de mi país se atrevería a hablar de un 'cajón argentino', ni llamarle 'argentino' a un cuatro venezolano. Me parece maravilloso reconocer los instrumentos característicos de pueblos hermanos y darles la paternidad que se merecen, de esa manera nos reconocemos como hermanos que tenemos la misma sangre, pero que no somos la misma cosa".

Carlos Castro (Músico y maestro argentino)

Es más que conocida la controversia que surge cuando hablamos del cajón flamenco o español, una identidad que no aceptamos; muy a pesar de ello si hay algo cierto es que en el Perú nos tardamos años en reconocer el valor exacto del instrumento, recién en el 2001 se le declaró,  por el Instituto Nacional de Cultura, Patrimonio Cultural de la Nación. Gracias al esfuerzo casi individual de la percusionista María Del Carmen Dongo, que sin escatimar esfuerzos provocó una corriente de opinión que derivó en el aprecio al Cajón y su protagonismo en la escena cultural.

Maestros que dedicaron su vida a la música peruana también merecen el reconocimiento, Caitro Soto, Eusebio "Pititi" Sirio, Julio "Chocolate" Algendones, Juan "Cotito" Medrano, la familia Santa Cruz, Victoria Santa Cruz y Ronaldo Campos, a la cabeza de Perú Negro, Arturo "Zambo" Cavero. Todos ellos dieron forma y memoria al Cajón peruano, sus ejecuciones calaron en la gente atrayendo cada vez  más público.

El intercambio cultural entre criollos y negros, con una hispana influencia han derivado en la multiplicidad de ritmos que son acompañados por el cajón, el Landó o Tondero, el Payandé, Festejo, Zamacueca, todos se nutren de él, el vals en los años 60 se vuelve festivo y sincopado gracias al cajón. En los 70 la "caja mágica" encuentra un lugar que no perdería nunca. El folklore negro se populariza internándose de a pocos en todos los sectores sociales. Llegando años más tarde al jazz, rock y a la música andina.

MÁS QUE UN DÍA

La sensibilidad natural de la madera se cuela en las manos de un percusionista, se inyecta, se filtra para dejar salir su aroma, su equilibrio. Invocar a las deidades africanas hoy puede sonar a sacrilegio, pero ¿cómo saber que no ocurre? ¿Quién puede asegurar que ese atrevimiento no es parte de un ritual supremo? Abrir las piernas y sujetarse en el Cajón encierra un poco de furia contenida, de seducción.

Atracción, fascinación por el eco, la acústica de los tiempos, la pausa. La respiración y el ejercicio litúrgico de la perfección. La música despierta los sentidos, el oído, la vista, el tacto, el olfato, en el toque del Cajón confluyen todos confundidos en una sola evocación. Una sola necesidad.

Quien no ha probado sentarse en un Cajón y tocarlo, hágalo, sienta, descubra... tal vez, encuentre esa voz particular, radicalmente individual. Una manifestación de libertad que cada vez que suena desata la tormenta del recuerdo de un pasado fugitivo, escurridizo que nos busca, nos persigue. La esclavitud del cuerpo y del alma, de la raza y la segregación, en el Perú, todos somos iguales. En este 28 de julio recordemos que la contradicción nos enriquece, nos consuma como sociedad ideal, abierta. Capaz de verse a ella misma sin indiferencia. Sin desapego.
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