MIGUEL BACA ROSSI

No hubo más susurros, nada se movía a la espera de que su creador hablase. Y de esa charla es nuestra historia. De la vida del artista plástico más reconocido del Perú. El maestro Baca Rossi.

 

CINCO SENTIDOS

 

Aquella tarde no sabía qué esperar. Una personalidad con tantos logros y honores representaba un reto, una intimidación. Miguel Baca Rossi es sin duda el escultor peruano que elevó su quehacer artístico a estándares mundiales insospechados.

 

Con las imágenes fotográficas de sus obras en mis retinas me aventuré a este encuentro, sin tener idea de lo que experimentaría al acercarme a ellas. Al percibirlas en toda su dimensión. El primer descubrir me permitió reconocer la dedicación que el Maestro Baca Rossi ha puesto en sus creaciones.

 

Un esfuerzo que nace de su amor y pasión por la figura humana. Se establece el contacto visual entre ambos, un hombre de 92 años y yo. Me observa, fija la mirada y no deja de seguirme con los ojos. Me estudia. Él sentado y yo de pie. Lo siento calibrando mi silueta.

 

Le llama la atención mi delgadez, mi estructura física casi diminuta. Es un hombre acostumbrado al cuerpo, lo conoce mejor que nadie seguramente. No en vano realizó los primeros modelos anatómicos en tamaño natural para la enseñanza de Anatomía, ciencia que estudió al mismo tiempo que la Escultura. Por ello le resulta gracioso e intenta, por su experiencia, mentalmente proporcionarme como escultura.

 

No hubo grabadora entre nosotros, una natural conversación que no permitía nada perturbador. Me tocó afinar los sentidos para que no se me escape algo importante, ni siquiera el aire. Porque este taller ha cobijado al maestro tantos años, se han producido en él piezas que han viajado por el mundo: Estados Unidos, Portugal, El Salvador, Argentina, México, Uruguay, Brasil y el Vaticano.

 

Han atravesado fronteras geográficas y espirituales. Retratos y rostros creados por Miguel Baca Rossi como la expresión de un país emotivo y fuerte. En ellos no hay debilidad, buscó siempre dignificar la cultura con una expresión segura. Las costumbres y afectos cotidianos existen con la simpleza de su paso por esta vida.

 

Y es que en su trabajo también hizo falta afilar los sentidos. El tacto por sobre todo lo demás. La vista, que le permitió la percepción exquisita de los detalles. El oído, para escuchar palabras, tonos de voz reveladores, inflexiones que le indiquen el camino de la sensibilidad.

 

El olfato para sentir con más ahínco la tierra: su material a moldear. Todos los sentidos puestos a disposición del corazón. Porque nada se gana con una figura vacía, que no diga nada. Sus obras te gritan la pasión que él vivió. Horas y días encerrado en su taller esperando que el impulso creativo no se esfume... paciente, riguroso, cálido.

 

DE VOCACIÓN MAESTRO

 

Solo hace falta caminar por la ciudad para descubrir a Miguel Baca Rossi, un paseo que nos llevará a toparnos con cualquiera de sus obras. Monumentos, bustos, murales, imágenes, relieves que exhiben al publico su calidad y su vocación de maestro.

 

Maestro que forjó sus talentos en el terreno de lo habitual y cotidiano. Siendo profesor de escuelas y universidades, su cátedra ha influido en generaciones de artistas. De personas que le agradecen su afecto y la exigencia.

 

Estuvo siempre dispuesto a darse sin mezquindades. Ofreciéndose como un ejecutor preciso de la obra que la naturaleza le impuso. El talento que le impuso: Retratar la humanidad con una perspectiva reflexiva, orillando la estética a la utilidad.

 

Crecer en el Puerto de Pimentel, en Lambayeque tuvo que influir en esa mirada vasta, infinita. Profunda, como el mar. Modelaba esculturas con arena, y esos fueron sus inicios con la plástica. Arena que después se convertiría en yeso, barro, granito, mármol, bronce...

 

Una travesía educadora lo guió durante cuarenta años, impactando las aulas y talleres de la Universidad Nacional de Ingeniería, la Pontificia Universidad Católica del Perú, y la Escuela de Bellas Artes. Escuela que lo formó, y que dirigió magistralmente, terminando en 1985 su compromiso social con la educación.

 

Los que lo conocen afirman que bastaba solo minutos para que un cubo de barro se transformara en un rostro lleno de expresión, de vida. Su producción contiene piezas pequeñas y estampas peruanas, así como monumentos de 3 ó 5 metros de alto.

 

Miguel Baca Rossi tiene la capacidad de conmover y atacar la fibra más emotiva con un solo gesto, aunque sea  hecho de plastelina. Pasaron los minutos y brindamos por el placer de estar allí, en su taller y en casa.

 

Recorro con la mirada su pasión taurina evidenciada en las piezas que recrean los movimientos del torero a la perfección. Y le pregunto "Le gustan mucho los toros, y me responde, como no, si soy Baca. Y ríe con una sonrisa sincera, tranquila. La sonrisa de un hombre satisfecho con su faena.

 

Me llama la atención el Caballo de Paso Peruano que tiene en el centro del taller. Un gallardo chalán lo cabalga, le pregunto si es él, me parece verlo en los ojos, y me dice que es su hermano Armando, el amaba los caballos... Y su mirada se pierde por primera vez, seguramente en el recuerdo.

 

Hoy sus manos son frías, me delatan el paso inexorable de los años. Esas manos que esculpieron tanto, que se desesperaron por encontrar la precisión, la exactitud. Cuando hubo un fracaso, un accidente con alguna obra, nos cuenta su hija Giuliana, retornaba al taller, volvía a trepar el andamio, y continuaba. No había descanso hasta concluir. No podía dejar nada pendiente.

 

MÁS QUE UN HONOR

 

Una pieza muy especial para la familia Baca Rossi es la estatuilla en plata de San Martín de Porres. Ésta fue entregada por el Presidente Fernando Belaúnde Terry como obsequio al Papa Juan Pablo II. Uno de los muchos honores que el maestro ha recibido, ya que su escultura está en permanente exposición en el Museo del Vaticano.

 

El Hipódromo de Monterrico, Palacio de Gobierno, la Plaza de Acho, la Plazuela del Teatro Segura, El Castillo del Real Felipe, la Sede de la Comunidad Andina, la Biblioteca Nacional son algunos de los múltiples lugares en el país que exhiben obras de Miguel Baca Rossi.

 

A sus 92 años parece que todo lo ha vivido, una fructífera carrera y un nombre que ha merecido la "Condecoración de la Orden", reconociéndolo así por la Presidencia del Perú como la máxima personalidad de la escultura nacional. El amor con su adorada Carlota, compañera que fue su soporte y mejor escultura.

 

Cinco hijos y diez nietos que guardan celosamente su legado. Lo cuidan, lo estiman en la dimensión perfecta, con esa exactitud que él les enseñó. Una mirada apacible. Un rostro que no está registrado en un retrato. Nunca sucumbió a la vanidad de hacerse a él mismo. Presumo que no hizo falta.

 

En los rostros conocidos como los de Tupac Amaru, Julio Ramón Ribeyro, Víctor Raúl Haya de la Torre, Micaela Bastidas, Jorge Basadre, José Carlos Mariátegui, desplegó su fiereza, su potencial de peruano orgulloso. Y en los rostros anónimos, de aquellos que observó por largo tiempo caminar, quedó guardada su esencia de hombre. De ser humano cautivo en ese anonimato que dice tanto.

 

Un emisario del silencio de otros, de las palabras que no pudieron salir. De los pescadores de Pimentel, de las vendedoras, de Tomasa, de los luchadores. Imágenes con volumen sobreviviendo el tiempo y el espacio.

 

Llega el final de la visita, y le pido que por favor nos regale una fotografía. Se incorpora enérgico y posa, mira, se sujeta fuertemente de las riendas del caballo. Le agradezco el tiempo, y le doy la mano. Esas manos que tanto han hecho por el Perú.