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REVISTA

VIDA CON VIH

La historia de Elena
Generacción no cesa en su campaña contra el SIDA. En nuestra última edición presentamos un informe sobre el VIH en el Perú y en esta oportunidad una historia de vida sobre una paciente portadora de este incurable mal.
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VIDA CON VIH

Como muchos saben, el 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial de la Lucha Contra el SIDA. Generacción dialogó con Elena, portadora del VIH, quien trata de convivir con la enfermedad de la manera más normal posible.

Elena tiene 28 años y se enteró de que era portadora del VIH hace cuatro. Recuerda cómo sucedió todo del mismo modo que si hubiera sido ayer. Necesitaba que le realizaran una intervención quirúrgica de menor importancia y días antes había ido a que le sacaran unos análisis de sangre.

En los papeles que le dieron, marcó un aspa en la parte que preguntaba si quería realizarse también el descarte del VIH. Nunca se había hecho la prueba  y se animó a que se la hicieran.

Por esos meses, su novio, junto al cual llevaba tres años, le había pedido matrimonio. Elena había aceptado. Jamás se le había ocurrido serle infiel y jamás se le había ocurrido que él podía serlo. Quizás por eso pensaba que no formaba parte del grupo de riesgo.

Mientras esperaba los resultados de los análisis en la sala de espera de una clínica local, hojeaba una revista en cuyas páginas había un especial de novias. Todavía no había elegido el vestido, aunque tenía una idea de cómo quería que fuera. Tenía tantos planes, tantos detalles que cuidar. Cuando la doctora que la atendía desde hacía dos años le dijo que necesitaba hablar con ella en privado, no se alarmó.

Adentro del consultorio había otra mujer además de la doctora. Elena se sobresaltó por primera vez. La doctora le dijo que no se preocupara, que era una psicóloga. Pero Elena se preocupó todavía más. Se preguntó para qué necesitaba ella una psicóloga si todo iba bien en su vida y se sentía más feliz que nunca. Luego de dar algunos rodeos, la doctora le comunicó que los exámenes habían arrojado positivo en la prueba del VIH.

La primera reacción de Elena fue de incredulidad. “Pensé que era un error”, dice. “Se lo dije a la doctora, pero ella me contestó que lamentablemente las posibilidades de un error eran pocas. Me dijo que en todo caso faltaba la prueba definitiva, del Wester Blot”. Le volvieron a sacar sangre en ese mismo momento, a petición suya. Una semana después, le confirmaron la terrible noticia: era portadora del VIH.

Los primeros días, luego de tomar conocimiento de su estado, fueron los peores. Elena pensó incluso en suicidarse. Llegó a la conclusión de que todos sus planes se truncarían. Pensaba: si igual voy a morir, para qué preocuparme, para qué esforzarme. Faltó a los exámenes finales de la universidad donde estudiaba derecho y a la postre perdió el ciclo. Renunció a su trabajo.

Se pasaba los días encerrada en su cuarto, preguntándose por qué, por qué a ella. También se preguntaba cómo se habría podido infectar con el virus, si jamás había sido promiscua. Sabía la respuesta, pero prefería callarla. Lo que ni siquiera se imaginaba era la reacción de su novio, el hombre que supuestamente la amaba más que a nadie en el mundo.

Al principio ella rehuyó cualquier contacto físico con él. Finalmente él le preguntó qué pasaba. Ella se echó a llorar en sus brazos. Le contó todo. Él no quiso creer. La apartó de su lado. “Tuvo el cinismo de preguntarme con quién me había acostado, quién me había contagiado”, recuerda Elena. “No sé qué me dolió más, si la noticia en si o el hecho de que mi novio pensara eso de mí. Yo lo amaba. Pensé que podíamos enfrentarlo juntos. Pero me equivoqué”.

Él no quiso verla una semana, mientras se hacía sus propios análisis. Después de eso la llamó. Se encontraron en una cafetería. Elena rememora esa escena como si fuera una foto. No tenía hambre ni ganas de nada. Solo pidió agua, él pidió café. Estaba ojeroso. Le comunicó que sus resultados también eran positivos. Su mirada era dura y su voz era fría.

“Me preguntó nuevamente con quién me había acostado”, cuenta Elena. “Me acusó de haberle malogrado la vida. Se atrevió a insultarme. Al final me dijo que no quería saber nada más de mí, que cada uno enfrentaría su problema como pudiera”. Y se fue.

Los días siguientes, Elena pensó en reclamarle. Reclamarle por los años que le había dado. Reclamarle por haberle estropeado la vida a ella siéndole infiel. Reclamarle por ser tan cobarde. Luego lo pensó mejor y decidió que no valía la pena. Se dio cuenta de que tendría que enfrentar sola a la enfermedad.

Se armó de valor y les contó todo a sus padres. Ellos quedaron impactados, pero le dijeron que estarían a su lado y que contara con ellos siempre. “Eso me dio fuerzas para seguir”, dice Elena. “No creo que hubiera podido pasar por todo sin la ayuda de ellos”.

Con la ayuda de sus padres, precisamente, logró terminar sus estudios y recomponer su vida. Hoy, cuatro años después de que le comunicaran la que fue sin duda la peor noticia de su vida, Elena se ha recuperado, aunque no del todo.

Sus ojos se nublan cuando recuerda esos momentos. Pero ya no tiene ganas de llorar. Empezó a visitar a una psicóloga que le ayudó a ser fuerte y a perdonar para seguir adelante.

“No le guardo rencor a mi ex novio”, asegura. “Pero me dolió muchísimo que reaccionara de ese modo. No me lo esperaba de él. Teníamos tantos planes juntos”. Sin embargo, el rompimiento con el hombre que iba ser su esposo y que prefirió huir no fue todo lo que tuvo que afrontar.

“Es difícil decidir a quiénes les vas a decir y a quiénes no”, asegura Elena. “Tampoco se trata de estar divulgándolo a los cuatro vientos, pero una siente que si no se lo cuentas a ciertas personas les estás mintiendo”.

“Al saber que era portadora, algunas amigas y amigas y hasta familiares se alejaron discretamente”, dice. “Me dijeron que estarían conmigo y que me apoyarían sin importar nada, pero no fue verdad. Poco a poco se alejaron. Ahí te das cuenta quién está contigo en verdad y quién no”.

Ahora Elena ha conseguido trabajo en un estudio de abogados de Lima. Antes de ingresar a laborar, les comunicó a sus jefes que era portadora del virus. No fue fácil, pero había decidido que su vida no sería una mentira. Se preparó para lo peor.

Sin embargo, sus empleadores se portaron muy bien. Le dijeron que los mantuviera al tanto de la evolución del mal y que tomara las precauciones normales. Y le dieron la bienvenida a la empresa.

Sin embargo, no todo es color de rosa. Como es natural, ha descartado la posibilidad de ser madre. “Eso es lo que más me duele”, dice. “Como toda mujer, yo quería ser madre en algún momento. Ahora sé que eso no va a suceder. Tengo que resignarme a eso. A veces, cuando estoy, sola, lloro. Me pregunto por qué tuvo que pasarme esto a mí”.

También descarta volver a tener novio. “No es que no quiera saber nada de los hombres”, asegura, “pero sería injusto para la persona que me ame tener que cuidar a una persona enferma. Y más injusto todavía tener que resignarse a no tener hijos. No podría hacerle eso a nadie. Por eso me dedico a trabajar y a cuidar a mis padres. Es lo único que me queda ahora”.

La historia de Elena no acaba del todo mal. Periódicamente debe tomar los retrovirales que la mantienen con vida y en buen estado físico. Por el momento, los síntomas del virus no se manifiestan en su organismo. Vive una vida lo más común posible. Guarda la esperanza de que en algún momento se descubra la cura para el mal que sufre. Y entonces, dice, podrá amar y ser amada. Y, sobre todo, ser madre.

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COMENTARIOS
1 comentarios      
Hola, que tal lei tu historia, me da gusto saber trabajas, he leido bastante acerca de este padecimiento, y creo que como dicen, esta es la enfernedad que nos hace quedernos mas a nosotros, mismos y disfrutar mucho cada dia, animo saludos, desde lima
05 de octubre 2014
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