El camino llano, de pronto perdía sus formas y se volvía un poco más áspero y pedregoso, las ansias eran las mismas que las que había experimentado en un principio, el día que me enteré que tendríamos una noche de cabalgata. Yo que nunca había subido a un caballo, que con las justas habría realizado la desgastada pose infantil subida en un burro de madera, para la foto respectiva… Sabría que dejaría pasar la oportunidad y seguramente no habría historia qué contar al respecto.
Ya inmersa en la experiencia, no dejaba de maravillarme el paisaje, siempre verde; derecha e izquierda, verde; arriba y abajo, verde. Salíamos por momentos del camino y retrocedíamos sobre nuestra marcha y allí estaba el verde. Un verde que llenaba los ojos, que servía de pampa, de alimento del ganado, de posada de los caminantes, de refugio de los que habían optado por vivir lejos del mundanal ruido, y que adentrados en sus tierras habían hecho de sus vidas una verdadera riqueza, un tesoro inapreciable, para quienes vivimos inmersos en los vaivenes de las ciudades.
Construcciones de gran edificación, con muestras de modernidad evidenciadas en sus antenas techeras, pero aisladas unas de otras, eran la más clara muestra de que no se necesita de nada más que la naturaleza y de la familia amada para vivir y ser feliz. Estas escenas, muy dentro de mí, comenzaron a cuestionar mis trasnochadas ideas de que vivir en la ciudad, es la única meta bien lograda.
Sin duda esta experiencia comenzaba a diferenciarme de la Cecilia que llegó un par de días atrás a este destino, antes ignorado o quizás muy poco anhelado. En el trayecto perdí la conciencia del tiempo, no sé si pasaron dos o tres horas que partimos desde la ciudad de Cuenca. Mis pensamientos volaron lo suficiente y transgredieron tiempos y espacios y hasta me vi habitando en el campo, como nunca antes lo hubiera deseado.
La promesa de una tarde, o quizás una noche de cabalgata, ya se iba avistando y la emoción creciendo, como si me hiciera descubrir un mundo diferente, de contacto directo entre la naturaleza y yo; y eso creo que era lo que más consumía mis intrigas. Porque ya se sabe, la naturaleza es siempre impredecible, y la mía también lo fue…
Un rancho, una hacienda moderna, sería la mejor descripción para lo primero que vimos. Amables hacendados, que han hecho de este, un modo de vida inmejorable. Se dedican a vivir, solo eso, y a contagiar de sus experiencias, a los visitantes, que, como nosotros, llegan ocasionalmente, pero que anhelamos vivirlo plenamente.
“Un canelazo de rigor, para ir aflojando los nervios y calentando la tarde”, una mezcla de hierbas aromáticas, donde destaca la horchata, que así humeante recibe la picardía del aguardiente. Ya antes lo había probado en la Hostería Dos Chorreras, en las alturas de El Cajas y junto a mis compañeros de experiencia, habíamos quedado encantados. Me tocó ir en el segundo turno, conformado por una legión de siete jinetes, donde me tocó ser la única y bien flanqueada amazona. Mientras esperábamos la vuelta del primer grupo de cabalgantes, alrededor de 5 canelazos ya habían cumplido su misión de relajarme.
La tarde ya recibía a la noche y Killa (Luna), recibía en su bien contorneada montadura, la inexperiencia de esta servidora. Hasta subir al estribo era un acto de proeza, de no haber sido por el apoyo de dos bien fornidos amigos. El guía abría el paso, mientras yo solamente me encomendaba a lo que la noche, el galope de Killa, el camino desconocido y mis dos ángeles guardianes me deparaban.
No exagero si menciono que las estrellas alargaban la proyección de su luz, gracias a las lágrimas que de emoción asomaban. Fugaces y estáticas, todas estaban allí. Y aunque me costaba levantar de rato en rato la mirada, para no perder la concentración de las riendas, la luz de las luciérnagas hacían lo propio casi al ras del camino. Una noche oscura, en donde la Luna que alumbraba era mi mansa yegua. Una noche que me devolvió al día, donde los miedos se fueron, porque la naturaleza se volvió protectora, se convirtió en madre, inexplicablemente predecible…
EL Dato: MONTA RUNA, está ubicado en Totorillas de Tarqui, Cuenca, Provincia del Azuay, Ecuador y se les encuentra en el Facebook como Monta Runa