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Miércoles 14 de diciembre 2011

Miguel de Unamuno entrevistado por Brian J. Dendle

En Barcelona de 1906.
Miguel de Unamuno entrevistado por Brian J. Dendle
Foto: biograf?asyvidas.com

¿Qué impresión le ha hecho Barcelona?

Estoy mareado.  Prefiero Salamanca. Allí se tiene tiempo para todo, hasta para pensar.  Allí todo es regular, metódico... Pero, ¿y aquí?  Todavía no lo sé.  Años atrás, cuando vine por primera vez, anoté en mi cuaderno: “Barcelona. Salgo a las calle... Me encuentro con unos muchachos que llevan grandes corbatas, gesticulaban mucho al hablar...” Pero ahora no los he visto.  Y casi estoy desconcertado.

Sin embargo... Me han visitado muchas personas.  Y, en todas ellas, he notado que su única preocupación es la idea política.  En ello hacen como un amigo de Bilbao. Si alguien le pregunta, -¿Qué piensa usted del eclipse de la luna? -No sé, no sé: habrá que estudiarlo- les contesta.  Pero esta respuesta no la hace con el objeto que anuncia: sino para tomarse el tiempo de ver si el eclipse tendrá alguna relación con su idea fija: el ensanche de Bilbao... Igual hacen los catalanes.

Puesto que de catalanes habla, ¿qué le parece su literatura?

 No existe. Hasta hoy no he hallado un solo escritor que piense y escriba en catalán, y nada más que en catalán.  Todos ellos, desde Verdaguer hasta Alcover -para no citar más que los poetas-, escriba en catalán, sí, pero sus obras encajan perfectamente dentro de los moldes de Castilla.  No hay ni uno solo de los literatos catalanes, que lo sea genuinamente, y sin parecerse a nadie.  Por poco que uno los estudie, nota que su filiación es castellana, francesa, o italiana..., e incluso noruega.  Pero lo que se llama una obra catalana, y nada más que catalana, ¡esa obra no existe...! Desengáñese usted: los catalanes no son como los portugueses.  ¡Esos, esos sí que, a veces, tienen cosas verdaderamente originales! Y se comprende. Están en el extremo de una península, de cara al mar y de espaldas a Europa. Verdad es que sus escritores tocan un guitarrillo de dos cuerdas: la lírica y la erótica.  Pero algunos de ellos lo hacen admirablemente. Y con una finura de oído que falta a los de aquí... A pesar de que, en su mayoría, estos son unos “mercuriales”,  es decir, que se inspiran en las cosas del Mercure de France...

¿Qué me puede decir de El Mercure de France?

Lo abomino.  Pero debo decirle que padezco de francofobia.  Lo mismo que los daltonianos no distinguen ciertos colores, yo no distingo la literatura francesa. Es demasiado claro. Y, sobre todo, demasiado artificial.  Los franceses son unos geómetras. Construyen muy bien sus libros. Tienen su comienzo, su medio y su fin.  Allí hay mucho arte, pero no hay sentimiento, todo lo hacen por coordenadas cartesianas.  Y, en las cuestiones de emoción y sentimiento, se portan como sus fabricantes de flores artificiales: toman cuatro trapos, los recortan en forma de pétalos, los montan en flor, los pintan y hasta los perfuman.  El resultado es portentoso: parece enteramente una flor, pero no lo es... En cambio, lo que sí admiro mucho en ellos es su instinto de divulgación científica, en eso son realmente admirables... En cuanto a los demás, franceses tienen más orgullo que verdadero valor.  Sus literatos creen que, en el fondo, un Shakespeare, un Goethe o un Kierke Gaard no son más que fabricantes de bloques, para que ellos hagan libros.

¿Hay alguna animadversión más respecto de los franceses?

Una cosa que me molesta mucho en ellos es su manía de clasificación en escuelas y publicar manifiestos. Como que, generalmente, estos resultan abominables, y las obras que de ellos salen... bastante buenas.  Pretender hacer arte científicamente, dándose cuenta del cómo, por qué y a dónde va la inspiración, es una fenomenal herejía...

¿Cuál considera el carácter distintivo del arte moderno? (primera década del siglo XX)

No lo tiene, es un caos, esa es su mayor característica.  Se tiende a lo individual, a lo personal. Y cada cual expone sus ideas como puede o sabe.  Por otra parte, a mí las ideas no me interesan, son moneda corriente que pertenece a todo el mundo, y cada uno las hace circular, en la forma que más se amolda a su personalidad.  La personalidad, la manera cómo gasta sus monedas intelectuales, eso es lo que me interesa en un escritor. Y mis preferencias van hacia los solitarios, aquellos que nadie conoce, o hacia los que se atraen las más crudas censuras.  Leo poco, menos de lo que algunos se figuran.  Desde hace algún tiempo, mis lecturas se limitan a exégesis, criticas religiosas y obras poéticas, aunque de este último, poco.  En cuanto a la novela de literatura pura, me cuesta trabajo leerla, mejor dicho, la temo... La otra novela, la que sirve de pretexto para decir “cosas”,  me parece una cobardía.  Su autor inventa un muñeco que dice lo que él no se atreve a decir. Prefiero mi sistema: decirlo todo yo mismo, aunque me contradiga.  Eso es lo que he hecho en mi libro sobre el “Quijote”, y lo que hago en el “Tratado sobre el amor de Dios”, que estoy escribiendo... Porque yo creo en Dios a pesar de las demostraciones de su existencia.  Esa duda, o esperanza, es la que me sostiene... Para terminar: conste que padezco de misogalismo... ¡Con decirte que hasta hace quince días no he leído a Víctor Hugo!

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