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Jueves 10 de enero 2013

Chávez y la locura del poder

Por: Saúl López de la Torre.
Chávez y la locura del poder
Foto: theblaze.com

En la introducción de su libro “En el poder y en la enfermedad”, David Owen, cita el siguiente párrafo de la obra imprescindible: “La marcha de la locura: la sinrazón desde Troya hasta Vietnam”, de la historiadora (y premio Pulitzer), Bárbara Tuchman. Veamos lo que dice: “… Somos menos conscientes de que el poder genera locura, de que el poder de mando impide a menudo pensar, de que la responsabilidad del poder muchas veces se desvanece conforme aumenta su ejercicio. La general responsabilidad del poder es gobernar de la manera más razonable posible en interés del Estado y de los ciudadanos. En ese proceso es una obligación mantenerse bien informado, prestar atención a la información, mantener la mente y el juicio abiertos y resistirse al insidioso encanto de la estupidez. Si la mente está lo bastante abierta como para percibir que una determinada política está perjudicando en vez de servir al propio interés, lo bastante segura de sí misma como para reconocerlo, y lo bastante sabia como para cambiarla, eso es el súmmum del arte de gobernar”.  Prosigue: “La estupidez, fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notablemente grande en el gobierno. Consiste en evaluar una situación en términos de ideas fijas preconcebidas mientras se ignora o rechaza todo signo contrario (…) por tanto, la negativa a sacar provecho de la experiencia”. Owen llama “síndrome de hybris” a esta forma de estupidez. Y dice que una característica de esta deformación de la mente es la incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría admitir que se ha cometido un error.

Según Bertrand Rusell el freno del orgullo es la humildad. Y cuando se elimina ese freno del orgullo, se da un paso más hacia un cierto género de locura: “la embriaguez del poder”, es decir, el síndrome de hybris, la ceguera torpe y terca del gobernante que lo lleva a incurrir en el error, una y otra vez, aunque ello atente en contra de su “propio interés”.

En México hemos visto de sobra (es algo que tenemos muy fresco en la memoria), los estragos que causa en la cosa pública “el insidioso encanto de la estupidez”, al que de ningún modo se han resistido los personajitos que nos han gobernado, por corto tiempo, para nuestra fortuna… y la de ellos, ya que al final nadie se salva de los desbarajustes que provoca la prolongación de los individuos en el poder.

Es el síndrome de hybris, más que el cáncer de Hugo Chávez, lo que tiene en vilo la estabilidad política de Venezuela. Si a Chávez no le hubiese penetrado hasta el tuétano la embriaguez del poder que lo hace conducirse como una especie luminosa de elegido de los dioses para gobernar eternamente a los pobres venezolanos, sabiéndose enfermo de cáncer, en vez de contender por un cuarto período en la Presidencia, hubiera hecho lo que suele hacer cualquier mortal con dos dedos de frente y una buena cuenta bancaria: acudir al mejor hospital, con los mejores médicos del mundo, en busca de que le curaran sus males y le prolongaran la existencia. Quizás, con ese mínimo de sensatez, Chávez no estaría al borde de la muerte ni en la lúgubre antesala del cuarto mandato que no ha podido asumir ni podrá desempeñar, para su propia desgracia y la de Venezuela. Quizás, con un mínimo de sentido común y de humildad, Chávez hubiese tenido tiempo de preparar el proceso sucesorio, sin presentarse él como candidato. Quizás le hubiese bastado con seguir el ejemplo de Fidel Castro, a quien tanto ha pregonado admirar, perfilando, abierta y decididamente, la figura de su sucesor, igual que lo hizo Fidel, al saberse enfermo y asumir públicamente su inminente incapacidad para lidiar con los asuntos engorrosos del poder. Pero no pudo hacer lo que la más elemental dosis de sabiduría le aconsejaría. Gravemente enfermo de hybris creyó ciegamente que podía “ganarle la batalla al cáncer” y eternizarse en el poder.  

Así, Venezuela tiene a partir de hoy un presidente moribundo, incapacitado para cumplir con su responsabilidad de gobernar. Hugo Chávez tendría que rendir protesta hoy para su cuarto mandato, pero no lo hará. Ni dará cauce a la celebración de nuevas elecciones, transgrediendo los dictados de la ley, gracias al respaldo del aparato del poder que todavía mantiene.

La Asamblea Nacional autorizó al mandatario, hospitalizado en Cuba, a no presentarse a la toma de posesión y formalizar el juramento en una fecha posterior ante el Tribunal Supremo de Justicia. El presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, leyó un acuerdo que concede a Chávez “”todo el tiempo que necesite para recuperarse y volver a Venezuela, cuando la causa sobrevenida haya desaparecido”. La decisión fue aprobada por la mayoría chavista pese a los reclamos de la oposición, que exige respetar la Constitución en el sentido de que, si Chávez no se presenta, se convoque a nuevas elecciones en un plazo de un mes.

Venezuela, el país con el volumen de reservas de hidrocarburos más grande del mundo, está en crisis. Y todo por ese apego riguroso “al insidioso encanto de la estupidez”, que provoca la locura del poder (Con información del diario La Crónica de Hoy).

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