Grover Pango, autor de estas líneas
Pareciera haber una tentación creciente hacia el exceso, la exageración, el disparate. Eso vale en ambos sentidos: hacer grande lo que es diminuto y a la inversa.
Hace poco falleció un futbolista de mediano éxito en penosas circunstancias, pero la exaltación del hecho llegaba a ser desconcertante. Es triste su infancia infeliz y el abandono desde su niñez, pero los desatinos de su vida no ayudan para convertirlo en referente. Alguien escribió, sensatamente, que era un buen ejemplo de lo que no se debe hacer.
Un joven alcalde está empeñado en enfrentar los males del distrito que gobierna. Allí se han instalado, hace tiempo, bandas organizadas que buscan –con métodos nefastos como la extorsión- enriquecerse y sustituir a una autoridad pusilánime o cómplice. Tiene apenas dos meses en el cargo, pero ya hay quienes lo proponen como seguro candidato a la presidencia de la república. ¡Déjenlo triunfar y ayúdenlo, primero!
Únase a lo anterior la magnificación del escándalo. La deplorable conducta de un congresista de la república en estos días está elevada a la categoría de novela. Tanto que hasta el nombre de una protagonista es un misterio, por lo menos hasta el cierre de esta nota.
Por eso y mucho más me pregunto de qué manera contribuye la sociedad –en su conjunto- en la formación de ciudadanos ecuánimes. ¡No le echen la culpa a la escuela, por favor!