Miércoles 01 de mayo 2024 | Contáctenos
Tal vez porque en algún momento el término Líder (leader, sinónimo de guía) fue asumido por el mundo empresarial para nominar así al responsable ejecutivo de sus entidades asociadas, se produjo una extraña suposición: que las instituciones políticas se parecían a las empresas.
Pero el rol del liderazgo tiene para el mundo empresarial una función –incluyendo la forma de alcanzar ese status- que dista mucho de lo que debiera esperarse del liderazgo político.
Hacer este deslinde parecería ocioso si no implicara que el “éxito” empresarial (alcanzar rentabilidades) guarda una relación que eventualmente puede ser conflictiva con el “éxito” político que no es otro que conducir una sociedad hacia una conquista: la justicia social, pongamos.
Lo deseable es que exista una sinergia real entre ambos logros: la prosperidad económica y la existencia de la justicia social; pero es deseable, no automática. Hay diversos casos en que la primera no necesariamente es generadora de la segunda; por el contrario, agudiza la injusticia.
Es ideal que el éxito económico sea concurrente a la generación de la justicia social, cuyo principal responsable es el Estado y sus instituciones. Es su tarea satisfacer las necesidades básicas de la sociedad a la vez que potenciar sus capacidades mediante la educación y así originar un círculo virtuoso: a mejores ciudadanos mayor prosperidad para todos. He allí otro rol del Estado: ser generador y garante de ese equilibrio. Ya se ha dicho hace tiempo: no se trata de quitarle la riqueza al que la tiene (o la promueve) sino de generarla (con preparación y facilidades) para quien no la tiene.
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