Callao

Las prisiones peruanas dividen sus pabellones entre limeños y chalacos que se disputan sus dominios. La disputa es por una sola razón: en el Callao de habla con lenguaje procaz y directo. A gritos y empujones desde esquinas, bares a burdeles. En Lima se habla a media voz y con codos y pellizcos que presionan a no decir lo que sientes.

En Lima las madres son dominadas por hijos y parejas. En el Callao los delincuentes mandan en calles y paraderos pero son las mujeres las que deciden en sus casas que se come y con quiénes te reúnes a brindar o no.

Sólo La Punta se salva de no ser tan chalaca o mordaz. Parece un retazo o de Barranco o San Isidro. Es en el club Regatas de La Punta donde un empresario pesquero de origen hebreo se reunía cada fin de mes en sendos desayunos para desarrollar - con expolicías o exchoros y cronistas judiciales - el porqué de tal crimen o quién lo había planeado.

Esos intringulis eran develados en medio de fritos encebollados y picantes. El objetivo era muy claro: pulir mentes policiales en base a razonamientos delictivos de alto calibre como esas balas que abaten a limeños y chalacos o en calles o en letrinas del presidio.