Se afirma que la educación peruana está en crisis y se ensayan explicaciones de diversa índole. Habría que advertir que ella no es solo responsabilidad de los organismos oficiales - Ministerio, UGEL o centros educativos- sino por varios otros factores que provienen de la educación no formal.
La cotidianidad callejera es uno de ellos. Cuando a una persona le roban el celular o lo asesinan por eso mismo; cuando dos carros de servicio público se estrellan por ganar pasajeros; cuando algún vehículo cruza con violencia una zona peatonal o el semáforo en rojo; cuando una motocicleta invade las ciclovías y hasta las propias veredas, es que la vida misma es un mensaje que contradice lo que los estudiantes reciben como enseñanza: saber convivir.
Cuando el currículo escolar se propone “orientar los aprendizajes que se deben garantizar como Estado y sociedad” va implícito un compromiso de complementariedad por parte del Estado y la sociedad para que los fortalezca, no que los contradiga. Por eso es que todos quienes tengan responsabilidades sociales, tanto del sector privado o más como funcionarios estatales y con mayor razón quienes detentan cargos públicos, tienen la tarea de ‘educar’ mediante lo que les corresponda hacer o decidir.
No necesitaré citar al Proyecto Educativo Nacional; recurriré mejor a Platón que en el siglo IV a.C. planteaba que “El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano”. Los colegios responsables intentan lograrlo pero, en la vida cotidiana, ¿lo estamos facilitando o destrozando?