“Sé que me está matando, pero no puedo parar”, declaró la adolescente Amy Lewis, quien vive en Chesterfield, una localidad en el condado inglés de Derbyshire. Al parecer, la chica empezó a tomar a los 12 años para encajar dentro de su grupo de colegio.
Pero muy pronto la bebida se convirtió en una adicción que la llevó a consumir 12 veces más de la dosis recomendada para un adulto. En su corta vida, la adolescente ya pasó por tres lavados gástricos, y los médicos le advirtieron que necesitará un trasplante de hígado si sigue tomando así.
Hoy en día, la chica trabaja en un McDonald’s para pagar su adicción, que llega a costarle 300 dólares semanales. A las tres botellas de vino que Amy toma cada día hay que sumarle el medio litro de vodka que consume durante el fin de semana.