BANDERAS IRRENUNCIABLES
Ollanta Humala logró convencer a más de la mitad del Perú de que sería un presidente para el cambio con dos banderas, la lucha contra la corrupción y la inclusión social. Tan ético es luchar contra los corruptos que se llevan gran parte de los recursos que pertenecen a todos los peruanos como lo es que los marginados del sistema accedan al progreso y se inserten en la sociedad con las mismas oportunidades.
Estas banderas no son ideológicas, nadie ha reprochado al presidente un exceso de ideología del que pareció defenderse reiteradamente en su conferencia-balance de los cien días, ante un pequeño grupo de periodistas. No está en juego la supervivencia del capitalismo ni la imposición del socialismo, se trata de algo más simple pero inmensamente difícil, de un cambio ético que alumbre un tiempo nuevo con justicia social y sin corrupción. Por ello votó el 53% de los peruanos honestos y de buena voluntad, porcentaje que se mantiene según las últimas encuestas aunque con tendencia descendente.
Ollanta Humala sostiene su imagen de sencillez sin soberbias y va ganando en seguridad personal lo cual no ha impedido que surja la preocupación de que la cruzada ética prometida se relativice. Que no podamos dejar atrás el inmenso daño que el fujimorismo propinó a la moral colectiva inoculando a casi la mitad de la población permisividad con la corrupción. Con mucha razón Vargas Llosa habló de la “regeneración moral y política de una nación a la que, el terrorismo de un lado y, del otro, una dictadura integral, han conducido a tal extravío ideológico”. La opinión pública entiende bien la necesidad de concertación nacional, que involucre a quienes lo apoyaron en segunda vuelta para cerrar el paso al retorno del fujimorismo, pero no al precio de dejar en el desván el cambio ético y social prometido.
El militar que se levantó en Locumba en octubre de 1999 contra la dictadura fujimorista, coherente con sus ideales insurgentes, rescató con su juramentación del 28 de julio el espíritu de la carta de 1979, con sus valores inspiradores de toda lucha contra la pobreza, desempleo y corrupción. Banderas que no dividen, que unen a los peruanos sobre todo a ese 53% que el 5 de junio hizo la diferencia y creyó en ella. Pero por lo que dijo la reforma constitucional podría estar quedando en el camino.
El Presidente respondió acertadamente ante el lamentable caso Chehade, que afecta su gobierno en plena línea de flotación. El vicepresidente congresista no será sentenciado hasta esperar las investigaciones del Congreso y del Ministerio Público, lo cual no disminuye el impacto político de aferrarse a un cargo para el cual ya está moralmente inhabilitado. Todo ello dicho sin acceder al chantaje de una oposición escasa de lauros de honestidad. Sin olvidar otros presuntos responsables como el grupo Wong, tras bastidores, o los tres generales asistentes a la cuestionada cena.
No creemos que la Hoja de Ruta del Presidente esté comprometida, como algunos prematuros decepcionados afirman. El Presidente fue asertivo en el tema social pero es cierto que nos brindó una entrevista light en la que abordó aspectos recurrentes, a la defensiva, soslayando definiciones. Sin embargo no deja de ser preocupante que haya merecido tan rápidas y entusiastas felicitaciones de la oposición, incluyendo la notable y pública de su contendora Keiko Fujimori.