El nombre e imágenes en torno de Mario Vargas Llosa serán intensamente profusos estos días y no cesarán por un buen tiempo. Pudiese ser que no a todos les parezca que fue digno de admiración, pero será imposible ignorarlo y nadie podría negar que es el peruano que más alto y más lejos ha llegado en el mundo de la literatura. Una larga lista de premios así lo confirman, en cuya cúspide está el Nobel de Literatura.
Con una producción literaria que alterna narrativa, ensayos, dramaturgia y memorias llega al medio centenar, a la que hay que sumarle centenares de artículos, programas televisivos, entrevistas incontables y adaptaciones al cine por él autorizadas. La gran cantidad de honores recibidos por Vargas Llosa tiene suficientes razones, pero nada supera –a mi juicio- los motivos declarados por la Academia Sueca al concederle el Premio Nobel de Literatura 2010: “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota.”
En la trayectoria de un intelectual como Vargas Llosa quizás sea tan singular su inmensa producción literaria como la variedad de apreciaciones que genera su existencia, ya en su vida privada como en la evolución de su pensamiento político. Lo que menos podemos encontrar en la vida de Vargas Llosa es la monotonía o la predictibilidad.
Hay personas muy respetadas por sus vidas rectilíneas e inalterables. Existen también otros seres humanos con capacidades inusuales en los que se producen evoluciones, mutaciones, decisiones sorprendentes. Todo ello nos muestra que la genialidad es un atributo que no hace distingos.
[17abr25]