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Lunes 28 de noviembre 2011

2021: El Bicentenario

Por: Raúl Chanamé Orbe
2021: El Bicentenario
Foto: Difusion

Si algo caracteriza al común de los peruanos es nuestro pasadismo. No somos conservadores ni retardatarios, simplemente que nos sentimos más cómodos meditando sobre lo pasó en la historia, especulando sobre lo que debió ser de ella, discutiendo la fecha en que se "jodió" nuestro país.

Nos apasiona la ucronía -o la reflexión de lo fallido en la historia-, lo que debió ser el Perú sin la conquista de los españoles, lo que hubiéramos sido con una invasión portuguesa o inglesa, lo erróneo de no haber escogido una monarquía en vez de una república, lo trágico de no haber pugnado por un Estado federal en vez de uno unitario, o lo que hubiera sido el Perú, si en vez de votar por Fujimori lo hubiéramos hecho mayoritariamente por Vargas Llosa en 1990.

El hombre renacentista se liberó del medioevo mental cuando dejó de interpretar el tiempo de manera circular (bien, mal, bien) y lo colocó de manera lineal: pasado, presente y futuro. Usando el pasado como experiencia, el presente como reto y el futuro como posibilidad. De allí surgiría la utopía, o idealización del futuro, que fue domeñada por la racionalidad que la convirtió en la idea del progreso ascendente que alimenta la prognosis.

El desarrollo no sólo es un estado material, es también un estado emocional en relación al tiempo. Los pueblos que han monumentalizado exageradamente su pasado como los hindúes, los persas o los egipcios han terminando renunciando al futuro e interpretando con pesimismo el curso de la historia, como lo observó Oswald Spengler a principios del siglo XX, congelándose a la espera del tiempo circular. Hoy existen pueblos, estados y hasta continentes que han quedado atrapados en este túnel del historicismo.

En el inconsciente de algunos pueblos la nostálgica por el pasado ha debilitado la inserción en el presente y la renuncia al futuro, identificando a esta con el pesimismo, la catástrofe o la escatología; ella ha sido el fundamento psicológico de muchas revueltas sociales como la de los canudos en Brasil, la chiíta en Irán, la senderista en el Perú o recientemente la de los talibanes en Afganistán. Intentos sangrientos por "restaurar los mejores tiempos".

El proceso de emancipación no sólo fue un sacudimiento político o constitucional, fue sobre todo, una insubordinación mental, ella prohijó la reflexión de El Mercurio Peruano y la trascendencia del vocablo Perú, le siguió la reflexión futurista de Manuel Lorenzo de Vidaurre y su Plan del Perú (1810) y posteriormente los aportes de Manuel Pardo y su "República Práctica" (1872) las cuales nos invitaron a pensar al país más allá del presente, pugnando por imaginar el futuro nuestra nación. A pesar que algunos conservadores buscaron restaurar el pasado colonial, en tanto ciertos liberales también pretendieron restaurar un Tahuantinsuyo republicano, sin observar que la historia esta hecha de dos antítesis: continuidad y cambio.

Con el siglo XX empezamos a reflexionar de manera liminar sobre el futuro, gracias a la generación del "novecientos" y muy especialmente con la generación del "centenario" que por medio de Jorge Basadre inventó la identificación del futuro por medio de la promesa. Idea que Jorge Bravo Bresani, Emilio Romero y José del Carmen Marín Aristas plasmarán en el denominado "Proyecto Nacional", que el CAEN identificara como diagnóstico situacional (presente), y cuyas conclusiones estructuraron un conjunto orgánico de alternativas estratégicas (prognosis) a realizar más allá de los gobiernos, como políticas de Estado.

El Proyecto Nacional de los años sesenta fue cumplido de manera escrupulosa por los militares reformistas con resultados no esperados, pues produjo la urbanización acelerada, alfabetización súbita y emergencia social. Tras esos acontecimientos la sociedad en su conjunto se reconoce como mestiza, informal y joven, esa nueva identidad no ha logrado levantar un proyecto para los próximos cincuenta años capaces de dar viabilidad histórica al nuevo Perú.

En épocas en que hablamos de acuerdo nacional, no debemos mirar afuera para empezar a entender a nuestro país. El Acuerdo de la Moncloa o el Pacto de Punto Fijo no se asemejan a la realidad peruana de exclusiones mortales. Todo acuerdo se basa en voluntades que puedan proyectarse en el tiempo más allá del presente. Diagnosticar y mirar al futuro requiere de fechas simbólicas. En el inconsciente para algunos hay recuerdos funestos 1492 o 1879, pero también fechas esperanzadoras como 1821 o quizás podríamos levantar una simbólica como el del 2021, acontecimiento que a todos nos permita avizorar lo que queremos para nuestro país en el año del bicentenario de la independencia, como por ejemplo ¿Cuánto de renta per cápita desearíamos para los peruanos? ¿Cuál debería ser el nivel de pobreza? ¿Cuál debería ser el nivel de escolaridad? ¿Cuánto es el monto del PBI? ¿Qué tipo de Estado? ¿Qué clase de gobierno?

El pasado es imposible variar, aunque algunas busquen alterar su interpretación para justificar sus estropicios presentes. Sobre lo que sí existe albedrío es sobre el presente, aunque en nuestro caso este se fundamenta sobre un pasado tortuoso para unos y virtuosos para otros. En tanto, el futuro no es ineluctable, este puede cambiar para bien, asumiendo que el desarrollo futuro requiere acuerdos, pero el pacto es producto de una visión compartida de esa promesa, milenaria llamada Perú.

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COMENTARIOS
1 comentarios
Dales a tu pueblo educación, salud, tecnologia, y trabajo y todo saldrá para delante. Lo demás es pura y simple retörica. (palabreo como desis vosotros)
29 de noviembre 2011
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