No han caído las primeras luces del 2012 y los vientos de una nueva guerra en el Golfo Pérsico soplan con más fuerza. Pero en esta ocasión, y por primera vez en dos décadas, ya no se trata de Irak –en donde Sadam Hussein fue derrocado en el 2003–, sino de Irán.
El país de los ayatolas y cuna de la antiquísima civilización persa está en la mira de EE UU que ve con suma preocupación su programa nuclear por ser una grave amenaza para la estabilidad del Medio Oriente.
Irán culminó unos ejercicios navales en el Estrecho de Ormuz, que inició el pasado 24 de diciembre. La fecha, ya de por sí, era un claro mensaje para el “cristiano” Occidente, que celebraba la Navidad, una noche en donde debe reinar la paz. Fue algo así como “no se metan con nosotros, los guerreros del Islam”.
Los informes de la prensa iraní señalan que Teherán probó con éxito un misil de largo alcance, capaz de llegar a Israel.
El vicecomandante de la armada iraní, Seyyed Mahmoud Mousavi, manifestó que el ultra avanzado misil “Qader” fue perfeccionado en cuanto a sus sistemas de radar y satélite, así como en su precisión a la hora de alcanzar sus objetivos y su alcance.
Por si fuera poco, la marina iraní también llevó a cabo ayer un simulacro de bloqueo del Estrecho de Ormuz que ha enfurecido a la Casa Blanca, al punto que ordenó el despliegue de un submarino nuclear a la zona como medida de “persuasión”.
Irán ha dejado en claro que si EEUU y sus aliados imponen más sanciones o atacan sus instalaciones nucleares, no le quedará más remedio que bloquear el estrecho, uno de los lugares estratégicos más importantes del mundo.
Se calcula que por esa zona pasa el 35% del crudo que se bombea desde países como Arabia Saudita, Irak, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Es decir, el 17% del comercio mundial.
En total, más de 15 millones de barriles de crudo pasan diariamente por la región, que es patrullada con regularidad –en sus aguas internacionales– por navíos de guerra norteamericanos.
Aunque pueda pensarse que Washington es el único que tiene intereses en la zona, la mayor parte del petróleo y sus derivados, así como el gas natural licuado, tienen como destino final los puertos de Europa y Asia. Vale decir, que el 75% del petróleo que consume Japón pasa por el estrecho, y el 50% en el caso de China.
Si se produjera un bloqueo militar por parte de Irán, se calcula que los precios del barril de crudo se dispararían de US$ 100 estos días hasta más de US$ 200 que, combinados con la actual crisis económica, sumirían al mundo en un oscuro escenario.
Cambios geopolíticos
Pero las maniobras militares son solo algunas señales de que el Golfo Pérsico se encamina a convertirse otra vez en un peligroso campo de batalla.
Todo comenzó el pasado mes de octubre, cuando la organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) reveló un informe detallado en el que señalaba que Irán estaba muy cerca o ya tenía la capacidad de fabricar armamento atómico. Tal panorama cambia de manera significativa el mapa geopolítico de la zona por muchas razones.
La primera y, sin dudas, la más importante, que Irán se haga de bombas nucleares pone en grave riesgo la existencia del Israel, su enemigo histórico.
El presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad es un sátrapa loco que niega el Holocausto judío y amenaza con destruir el Estado israelí, al que acusa de haber sido impuesto por las potencias occidentales a finales de la Segunda Guerra Mundial.
Irán no solo podría lanzar misiles de largo alcance para arrasar las ciudades israelíes, sino también proporcionar armamento atómico menor a grupos terroristas islámicos como Hamás y Hezbollah, o a países enemigos como Siria, para deshacerse de los israelíes.
Israel, para evitar tal panorama ya ha hablado de iniciar un ataque militar contra las instalaciones nucleares iraníes como lo hizo en Irak en 1981 y Siria en el 2007. EE UU y Gran Bretaña pueden acompañarlo en esta misión, aunque hay algunos sectores que piden tiempo para que funcionen las sanciones internacionales que obligue a los iraníes a negociar.
Tanto en Jerusalén, como en Washington y Londres, se está dando tiempo a la diplomacia y a las sanciones aunque es un hecho que los planes bélicos ya se pusieron en marcha.
Una guerra en una zona como el Golfo Pérsico, que movilice a miles de soldados, así como a cientos de aviones y buques de guerra toma, por lo menos, seis meses de preparación. Esa fue la gran lección dejada por la guerra de Irak.
Para apretar aún más el cerco contra Teherán, el presidente Barack Obama tomó dos decisiones importantes el pasado fin de semana: Firmó una ley que prohíbe a cualquier institución financiera extranjera, con negocios en EE UU, que trate con el Banco Central iraní contratos petroleros.
Además, hay informes de que Obama ordenó un reacomodo de la Quinta Flota norteamericana, con sede en Bahréin, y que tiene solo 20 navíos de guerra en el Golfo Pérsico. Ello es insuficiente si se quiere hacer frente a los 23 submarinos y más de 100 patrulleras y barcos de combates iraníes.
Armas al por mayor
Un Irán nuclear también causa los resquemores de los regímenes árabes de la zona, en su mayoría suniìtas, y que ven con desconfianza la teocracia chiìta de los ayatolas.
Para lograr un equilibrio estratégico EE UU ya anunció la venta de armas a sus aliados en la región y que pueden servir como bases para una futura operación militar.
Con los Emiratos Árabes Unidos firmó un contrato de US$ 3,480 millones para la venta de dos baterías lanzadoras con 96 misiles e instalaciones de radar.
En Kuwait, expertos del Pentágono están perfeccionando los sistemas misilísticos, mientras que en Arabia Saudita están a la espera de 84 aviones F-15 y la modernización de otros 70 cazas, por un valor de US$ 30,000 millones.
Con Irak, se firmó un contrato de US$ 11,000 millones para la adquisición de aviones de combate F-16 y tanques de batalla M1A1.
El objetivo, según un portavoz del Departamento de Defensa estadounidense, es devolver a las Fuerzas Armadas iraquíes su nivel de ataque anterior a la Primera Guerra del Golfo Pérsico en 1991.
Washington espera que Irán tome conciencia de los riesgos que lleva iniciar una guerra a la que iría solo, pues el único aliado con el que cuenta es Siria, en donde el régimen de Bashar Al Assad –que soporta fuertes protestas opositoras– es más un apoyo político que militar.
De igual forma, cerrar el Estrecho de Ormuz supone un suicidio económico para Teherán, que puede enfrentar un bloqueo económico internacional como el que sufrió Irak tras la invasión de Kuwait.
El 80% de los ingresos que tiene la economía iraní proviene de la venta de petróleo que en el 2011 sumó más de US$ 100,000, muchos de ellos de las arcas de los rusos y los chinos que, hasta ahora, son el muro para frenar sanciones más fuertes en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pese a que anunció el fin de semana que logró crear su primera barra de combustible nuclear –un paso importante en la creación de armas atómicas–, Irán señala que su único interés es asegurar la generación de electricidad en el país para las próximas décadas, además de producir radioisótopos médicos para tratar a pacientes con cáncer.
Y, como muestra de buena voluntad, propuso a Occidente iniciar una nueva ronda de conversaciones sobre su programa atómico que el “Grupo de los Seis” –EE UU, Reino Unido, Francia, Rusia , China y Alemania– pre condiciona con la suspensión del enriquecimiento de uranio.
Teherán por supuesto se niega, lo que deja a la región a merced de una nueva escalada militar que tiña de rojo otra vez al Golfo Pérsico.