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Martes 17 de enero 2012

Buscando algunas respuestas

Por: Grover Pango Vildoso
Buscando algunas respuestas
Foto: Generaccion.com

Un muy interesante artículo de la excelente periodista y mejor amiga María del Pilar Tello sobre el derrotero político del actual gobierno, me ha llevado a hacer algunas reflexiones inspiradas en las preocupaciones de María del Pilar.

Quisiera tener más claro lo que en este momento pudiéramos estar entendiendo por progresismo. Quizás fuera más pertinente hacerse la pregunta al revés: ¿cuándo no se es progresista?

Ahondo en interrogantes: ¿quién tiene que decir qué es el progreso y cómo se lo consigue? Habrá que buscar respuestas con más preguntas: ¿Serán tal vez los empresarios? ¿Ya no tienen que ser los políticos? ¿Le tocará a la llamada “sociedad civil”? ¿Las ONGs son las que saben? ¿O las escuelas de gobierno o de planeamiento estratégico de las universidades?

De sorpresa me ataca el recuerdo de aquellos años en que había que ser revolucionario y que serlo implicaba reclamar que los cambios fueran violentos y radicales, especialmente trasladando la propiedad de los medios de producción. ¿Qué es ser revolucionario ahora? ¿Quién tiene que hacer la revolución y de qué manera? Además, ¿en qué lugar ha habido, realmente, esa revolución proclamada y maravillosa?

Hilvano lo anterior con la evidencia de que hoy existe un real desinterés de la ciudadanía por la política. Nadie tiene una respuesta clara acerca del porqué de esta situación, pero el fenómeno es universal y no se sabe cuándo acabará. Si la gente no cree en la política, ¿en qué cree?

Entonces surge una reflexión en torno a los reales efectos positivos de la llamada participación ciudadana. No tengo sobre ello una discrepancia conceptual. Mis incertidumbres vienen de la “materia prima” de la participación: la ciudadanía. Entiendo que existe una vinculación entre este fenómeno y todo lo anterior, porque si la población muestra desconfianza en lo político, con partidos o sin ellos, es casi natural que no confíe en otras expresiones de representatividad ciudadana. Se dice que no hay institucionalidad en el país; y no la hay porque las gentes, en general, no confían en ser representadas adecuada y honestamente. ¿Por qué? ¿Qué razones hay para que nadie –es un decir- confíe en los otros?

Me queda algo más. ¿Estaremos regresando metafóricamente al principio de los tiempos, cuando el hombre debía batirse casi solo para sobrevivir? ¿O tal vez resulta que la “ley de la selva” está de nuevo y plenamente vigente?

Dicen que con una buena pregunta se tiene la mitad de la respuesta. Bueno. Vayamos afinando nuestro repertorio.

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