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Martes 31 de enero 2012

A propósito de lo de S. J. de Lurigancho

Por: Julio Garrido Huaynate
A propósito de lo de S. J. de Lurigancho
Foto: Difusion

Mi nota sobre estos sucesos desean ser ecuánimes, reflexivas; no quieren ser por tanto policiales y para el olvido. En el Perú, para que las autoridades hagan algo, tomen cartas en un asunto, es siempre después de la tragedia, y esto no solo es en este gobierno, sino en todos.

Siendo muy joven sucedió la hecatombe del Estadio Nacional; mucho más tarde lo de “Utopía”, luego lo de “Mesa Redonda” y en días pasado lo del ilícito centro evangélico (¿) “Cristo es amor”. 

Mi nota, seguramente será marginal, pero quiero llamar la atención sobre hechos que no pueden ser soslayados. Quizá mucha gente sepa lo que es tener un pariente drogadicto y otra gente no; obvio que los que tienen o han tenido un familiar cercano con esa enfermedad, sabe a qué me refiero. Yo no lo he tenido, pero he visto a amigos sufrir por un hijo o por un hermano con ese mal.  

No solo es una enfermedad, por lo que su tratamiento es en parte médico, sino que es un mal social y familiar; cuando existe uno en la familia, toda la familia se enferma en menor o mayor grado. 

El drogadicto es un ser destruido, casi un Nosferatu; no es el hermano o hijo que uno conoció; es otro ser, egoísta, degenerado, mentiroso, ratero y falto de sentimientos, porque la droga está por encima de todo; de sus padres, de sus hermanos, de la sociedad, y delinquen para saciar su adicción. Roban todo lo de una casa, lo de la familia; no respetan nada.

No voy ha hablar de los genes, que es otro tema; pero quien tiene en su familia a un drogadicto no sabe cómo deshacerse de él, porque diversos tratamientos le han demostrado que muy pocos son recuperables, y en ese trayecto encuentran casas clandestinas que por cuarenta soles semanales los tienes en esas covachas; y pasa lo que pasó. Es inevitable en nuestra sociedad; no tenemos soluciones integrales.

La drogadicción es la peor adicción. Lo que sucede es que los padres ven en un hijo adicto, el retoño de alegría que algún día fue, cuando ese ser que uno amó ya no es el mismo; es cierto que hay una responsabilidad familiar, una social y otra del Estado; pero también hay una de cada uno de nosotros por crear sociedades de escape, por no crear sociedades justas, democráticas y más humanas.
                                   
Magdalena del Mar, 31, enero, 2012
                                 

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