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Viernes 03 de febrero 2012

Arcilla y soledad

Por: Julio Garrido Huaynate
Arcilla y soledad
Foto: (Lunamarina) Dreamstime.com

La soledad es para el artista, como la arcilla lo es para el alfarero. Es el parto de la creación, el cofre del debelar del mensaje que cada persona dedicada al arte guarda en sí y que nunca llega a conocer en toda su extensión porque siempre lo sorprende la muerte antes de sacar a luz todo lo que por designio tiene, y lo efímero de la vida no le permite verter en su integridad total.

Diría que el desiderátum de sus angustias lo constituyen su libertad, el uso de su libertad, y hasta su instinto propio de lograr tener un espíritu libérrimo; absoluto y totalmente libérrimo; digo todo esto recordando la última obra de Gabriel García Márquez que supone el declive de su ambición literaria.

“Memoria de mis putas tristes”, es una novela menor en la gama de libros geniales que escribió. No creo que sea por su edad; hay en sus páginas un impulso juvenil que no se agota en ese texto; lo que sucede es que, la anécdota que la sustenta: su auto homenaje al proponerse desvirgar una niña putita a los 90 años como celebración a su onomástico, se volatiliza al guardar distancia un tanto hipócrita con el evento.

Me explico: no hizo un uso, ni de su libertad total a la hora de describir y concebir su trama, como no lo hizo frente a prejuicios que no se le conocía hasta antes del libro que mencionamos. Se auto limitó.

Me dio la impresión a la hora de leerlo en ese trabajo que estuvo pensando, cómo a su edad pudiera su esposa pensar mal de él, una hermana, (no sé si la tenga), una hija, su nieta y hasta su madre si la tuviera viva; se cubrió para disimular algunas de sus fantasías que siento propias; y menguó la fuerza del texto.

Un escritor para ser siempre joven en su prosa, debe ser siempre libre frente a sus propios prejuicios. Nunca debe pensar, a la hora de escribir, ante una idea sexual o compromiso de alma o lo que lucubrarán “el perrito y la calandria”; lo que especularán de su comportamiento.

La vida de un escritor inscrita en su obra no puede ser de oídas, tiene que vivirse totalmente; esto vale también para el texto de Vargas Llosa sobre su putita que le restó fuerza indudable a su descripción y a la postre a su libro.

Un escritor escribe sobre lo que conoce en realidad y explota en fantasía irrestricta, total. No importa lo que piensen los demás; eso es auto censura.

Acabo de terminar una novela llamada “Vírgenes de la Selva”, ambientada en Iquitos, en la espera de presentarlo éste año. Temo que les duela a los charapas y a su pueblo que tanto y  reiteradamente confieso amar, y entiendo que me criticarán más que al autor de “Pantaleón…; empero eso no me quitó fuerzas al escribirlo, porque sé que es una aldea cosmopolita que aún no digiere sus complejos, historias y anécdotas. Y lo que he escrito lo he hecho con el amor intenso que siempre les profesaré; aún si me llegan a odiar.
 
Magdalena Del Mar, 3, enero, 2012
Julio Garrido Huaynate

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