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Martes 07 de febrero 2012

La autoestima con las luces apagadas

Por: Grover Pango Vildoso
La autoestima con las luces apagadas
Foto: 20minutos.es

Les ofrezco un relato que puede no ser nada novedoso, parecer un refrito, una simple comprobación de algo que ya sabemos y que –tal vez- no tenga remedio.

Se trata de una joven familia, realmente existente, compuesta por Jaime, su esposa y dos niños, una mujercita que va por los 12 años y el niñito aún en brazos. Un policía motorizado los detiene cuando se dirigen en su auto un día domingo a una playa del sur. Solicita los documentos –que están en regla- y anuncia que Jaime ha cometido la infracción de no llevar encendidas las luces que, como debemos saber, es una obligación cuando se está en carretera. Y anuncia que le aplicará la multa de 288 soles.

Jaime se disculpa, argumenta que no sabía que era obligatorio y promete que jamás volverá a olvidarse. El policía le reitera que ha cometido una falta grave y que la multa es de 288 soles. Jaime retorna a sus promesas y el policía a sus reconvenciones por dos veces más pero Jaime, que sabe cómo podría salvarse de la multa, se ha empecinado en no ofrecer nada.

Finalmente, en vista de la timidez del infractor, el policía le dice que pueden “ayudarse mutuamente”. Jaime demuestra que tiene muy poca curiosidad, no pregunta cómo y persiste en disculparse con más ofrecimientos de que será la última vez. El policía comprueba que Jaime es realmente un tonto y le dice, con toda claridad, que todo queda arreglado por 40 soles.

Ahora Jaime alega que no tiene dinero, que apenas tiene para el peaje y que todo lo paga con su tarjeta de débito. Calmado, el policía ahora trata cariñosamente al infractor como Jaimito, recordándole que puede evitarse el pago de 288 soles por el módico desembolso inmediato de 40. Entonces Jaime juega la carta que podría acarrearle el desenlace fatal de pagar la multa que realmente merece: rebusca en su bolsillo el poco sencillo que tiene como argumento de su circunstancial y triste inopia. Y muestra que sólo tiene 1.50 soles.

Con lo que no contaba Jaime era que el policía, no ofendido pero sí impaciente, coge el magro botín, devuelve los documentos y con rápidos gestos señala que siga su camino. Ha terminado el incidente, un sol cincuenta es sólo lo que cuesta un helado y la familia de Jaime sigue su viaje con las luces encendidas. El hecho apenas sólo será pronto una anécdota y tal vez una sonrisa medio amarga.

Pero no. Mejor es no borrar algo así rápidamente, porque hay algunas cosas que cavilar tras la triste coima de aquel día.

Primero: Hasta en el monto de lo “recaudado” está la evidencia de lo que ese pobre hombre “puede valer”. Debe ser desolador que un individuo, ya vencido por la incapacidad de ser honesto, renuncie a la posibilidad de ponerle límite a su defecto. Segundo: Desbarrancado en su deterioro, se olvida que no sólo estaba tratando con Jaime, sino que de todo esto eran testigos la señora y la hijita mayor de Jaime.

En especial sobre esta última, ¿qué pensará de los policías ahora? ¿qué contará en el colegio donde, tal vez, tenga por compañera a la hija de un policía?  Tercero: Seguramente este policía tendrá una familia. ¿Será capaz de reprender a sus hijos por alguna conducta incorrecta? ¿Podrá decirles que los seres humanos tienen “un valor”? ¿Se dará cuenta que él va por la vida con las luces apagadas?

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