El hombre, desde sus orígenes y por su propia naturaleza, es concebido filosóficamente con diversas denominaciones y enfoques. A través de la historia se ha dado cuenta de la existencia de diversos tipos de hombres: El hombre de Cromañón, el hombre de Heidelberg, el hombre de Java, el hombre de Neandertal, el hombre de Pekín, el hombre de Pitdown y el hombre de Folsom.
También el homo erectus, homo sapiens, homo habilis, homo economicus, homo communicans, homo religiosus, homo politicus, homo ludens, homo loquens, homo concors, homo ridens, homo faber, homo ferus y homo patines.
Finalmente, el homo demens, homo delirans, homo fidei, homo instrumentalis, homo eticus, homo videns , homo ciberneticus y homo viator.
El hombre que viaja por caminos o vías, recibe la denominación de homo viator. «Las ideas de viaje y de camino-dice Gustavo Bueno- son ideas genuinamente antropológicas: ni los planetas, ni las plantas, ni siquiera los animales, ni los grandes simios, ni los homínidos, viajan, salvo por metáfora; ni tienen caminos, sino órbitas, trayectorias, rutas o rutinas. Por otra parte, viaje y camino son indisociables, como lo son el andar y el suelo en el que se apoya un pie después del otro. El viaje y el camino se reducen al círculo del ser humano”.
Lo que no es fácil es determinar el alcance que deberá concederse a estas extrañas «sinecdoques connotativas» que parecen insistir siempre en tomar la parte por el todo. Porque si el hombre no está siempre riendo, ni hablando, ni fabricando, ni viajando, ¿por qué entonces tomar una parte de su connotación para definir el todo? ¿Acaso porque, aunque se trate de una parte, ésta expresa el todo de un modo muy notorio o repercute en todas las demás partes? No parecerá enteramente fuera de lugar que intentemos determinar, en el umbral de un libro sobre caminos, sobre vías, qué pueda significar la visión del hombre, en general, como homo viator».
La expresión homo viator quiere decir que el hombre está siempre en camino metafísico (en movimiento), que el hombre va encaminado por una vía que, partiendo de este mundo, acaba en otro mundo, como una propiedad derivada de la esencia del hombre. La vida se concebirá como el caminar sin descanso de la criatura humana desde su condición de hombre en la Tierra hasta su condición de hombre que marcha hacia el seno de Dios.
Plotino (203-270) enseñaba que el hombre, en tanto es un ser espiritual, tiene como último fin o destino de esta vida el retorno al Uno del que procede.
Proclo (410-485), en sus Instituciones teológicas, extendió la idea a toda criatura emanada del Ser único: tras su morada o permanencia (como en su posada propia) en el Uno (moné) Proclo acude ya a la idea del viaje por un camino: la criatura emprende el camino de alineación o salida de sí mismo (pro-odos) que le aleja de Dios, de la casa del Padre; este camino de alejamiento se continúa sin embargo por un camino de retorno que conducirá de nuevo al alma hacia Dios (epistrophé). Desde la perspectiva neoplatónica, habrá que decir que no sólo hay una sinécdoque al extender a la vida mortal la idea de camino.
El cristianismo llegó a llamar «camino» al propio Cristo: «Yo soy el camino». Por ello podrá decir Dionisio, en su Demystica teología: «Condúceme, Señor, por tus senderos y yo entraré en tu verdad».
El hombre está cotidianamente pensando en el fin trascendente hacia el que camina, para no extraviarse o descarriarse, para no desviarse del camino correcto, digno y justo. La vida del hombre es un camino en el tiempo y en el espacio que le conduce a un destino final si sigue las reglas del caminar correcto y viable, del método.
Gabriel Marcel, en 1944 tituló su obra original «Prolegómenos a una metafísica de la esperanza», como Homo viator y, con ello, intentó recuperar, en el contexto de la «filosofía existencial» de la época, la sinécdoque tradicional, que concebía al hombre, ante todo, como un caminante. Un caminante en tanto que ser que «se desplaza en el tiempo» y, desde este desplazamiento temporal, percibido como característico de su praxis, es desde donde busca el camino que pueda ser trazado en el terreno de las cosas terrestres, intentando buscar el camino (quod vitae sectabor iter) y acaso sólo puede «hacerlo al andar», como pensaba también, por aquellos años, Antonio Machado.
El poeta peruano César Vallejo, tuvo mucha razón cuando en su intento de concebir holísticamente al hombre dijo: “Caminante, camino se hace al andar”.