Nosotros los grones

No sé si somos la mitad más uno o la mitad menos uno de todos los peruanos. Tampoco me importa. Sólo sé que somos una inmensa emoción blanquiazul.

Puede ser que en la Copa Libertadores no salgamos triunfadores (y me dará pena y rabia, pero hincharé para que nos vaya bien), aunque alentaré a Pepe Soto desde mi casa para que haga un buen equipo y los guapée desde fuera cuando haga falta, como él sabe hacerlo desde cuando era capitán. Por supuesto quiero y exijo que este año seamos campeones del descentralizado. Quiero ver más “potrillos” en la cancha, por favor, y no unos “refuerzos” que, casi siempre, están jugando sus descuentos fuera de su país de origen.

Ahora sí me compraré la chompa clásica que he prometido regalarme (ojalá haya una XL) porque la oficial de este año no me gusta, aunque el diseño sea bonito. Yo quiero mis franjas azules gruesas sobre el fondo blanco y nada más, las de siempre y para siempre.

Por ahí me vendrá una ráfaga de desaliento cuando los vea perder un partido y tal vez hasta apague el televisor cuando jueguen mal y también puedo llegar al extremo de “castigarlos” no viendo el siguiente partido o varios, dependiendo de la bronca. Pero no podré dejar de ver los diarios para saber cómo les va.

Mi Alianza ha cumplido 111 años y tengo 111 motivos más para seguirla queriendo, como la quiero desde aquella tarde de agosto de 1955 cuando mi padre tuvo la bondad de llevarme a mi estadio provinciano para ver a los negros que venían de Lima para las fiestas de mi tierra. Desde entonces me hice grone y cometí la barbaridad de no sentir pena cuando mi equipo local perdió por goleada. Y tampoco sentí vergüenza varios años después cuando mi corazón tacneño no se encogió cuando Alianza le ganó al Bolo en Tacna y yo –víctima del amor - olvidé dónde estaba y grité ¡GOL! entre el silencio herido de mis amigos, que no me mataron porque me quieren y me perdonan (aunque yo sé que hay varios aliancistas entre ellos).

Aquellos negros del 55 eran de magia y encanto. Mi delantera de cinco centellas tenía a Félix Castillo, Willi Barbadillo, el gran Valeriano López, Vides Mosquera y Oscar “Huaqui” Gómez Sánchez. No recuerdo a todos, pero sí la elegancia de don Cornelio Heredia, el señorío de don Guillermo Delgado, el “león del José Díaz”, y a un chiquillo que corría por todas partes y le decían “Conejo”.

Con ellos comenzó mi larga pasión blanquiazul que el tiempo coronó con años estudiantiles como vecino de La Victoria, para sellar así mi firme pertenencia grone. No podré olvidar jamás la afiatada inteligencia de Manuel Grimaldo y Juan De la Vega en medio campo o la versatilidad de aquel “Conejo” que era Víctor Benitez. Había que rendirse ante el vértigo de Juan Joya, la picardía de Perico León, el malabarismo de Pitín Zegarra, el despliegue talentoso del Nene Cubillas, la velocidad arrolladora de Julio Baylón y la genialidad  -poesía en movimiento- de César Cueto, que Andrés Iniesta y  Xavi Hernández del Barcelona de hoy, hubieran aplaudido de pie. Y claro que hay mucha más historia reciente que acrecienta nuestro orgullo y que, en el fútbol globalizado y empresarial de hoy, llenará nuevas páginas de gloria.

Así como no importa que seamos la mitad más uno o menos uno de los peruanos, lo que si importa es que los grones somos un corazón grandote y entero que late de amor por la blanquiazul.