Fraternidad

En estos días de febrero me siento obligado a rememorar lo que significa y me dice la palabra FRATERNIDAD.

De estudiante la leí en la historia y en las clases que se ocupaban de la Revolución Francesa. También la oí en las reuniones políticas a las que mi curiosidad de adolescente y el ejemplo de un hombre probo me condujeron. Y ya en la vida universitaria se hizo parte de una forma de vivir a la cual he tratado de mantenerme fiel.

En una indagación rápida sobre la actualidad del concepto “fraternidad”, hemos venido a encontrar que, a la par de la preocupación que genera la aparente “vacuidad” de su actual contenido, persiste el interés por desentrañar sus secretos y su utilidad. Sin duda porque la fraternidad tiene el peso y la importancia proveniente de aquello que compromete: “la unión entre hermanos o a los que se tratan como tales”.  Nada menos.

Por ello ha sido y seguirá siendo motivo de reflexiones históricas, filosóficas y políticas, especialmente. Digamos que, pese a la aparente escasa importancia real que el concepto puede tener para los tiempos que corren, tan rendidos a los axiomas del libre-mercado, la fraternidad reserva las fuerzas de su impacto y, de hecho, subsiste poderosamente –tal vez en una suerte de anonimato- cuando  en la reflexión política se hace alusión a los derechos humanos y a la justicia social.

La importancia de la fraternidad se mide también por su antigüedad. Fueron los estoicos desde Zenón de Citio (siglos IV y III a.c.) quienes se interesaron en destacar lo  que por entonces podría llamarse “hermandad universal”. Con mayores precisiones estará presente la fraternidad en la aparición del Cristianismo, donde la importancia de “amar al prójimo” es también un atributo proveniente del amor de Dios. Será Inmanuel Kant quien en el siglo XVIII recupere el concepto bajo el nombre de “hospitalidad universal”, para que ya en la Revolución Francesa recupere absoluto protagonismo en el marco de una comunidad jurídico-política que se desea alcanzar.

Hoy las preocupaciones por la fraternidad se hallan adormecidas y aparentemente confinadas a meros ejercicios académicos en determinados círculos intelectuales. Y tal vez entre nosotros, ni siquiera eso.

Acotando lo dicho a una dimensión conmemorativa y peruana, y celebrando el derecho a hacer de la fraternidad un ejercicio perteneciente a todos, es igualmente cierto que en las efemérides de la política nuestra hay un “Día de la Fraternidad” que lleva el sello del aprismo en el recuerdo a Haya de la Torre. Cortésmente rehúso a la tarea de un recuento histórico de esta celebración, instituida por el discurso inolvidable de Manuel Seoane el 22 de febrero de 1946, como rehúso cualquier afán de escudriñar ni juzgar su praxis pues no me considero autorizado para ello. Sí me quedo –y me reafirmo- con que ha sido y sigue siendo un vínculo maravilloso, un combustible insuperable, una medicina prodigiosa  y una severa vigilancia en las horas complicadas de las reflexiones, las decisiones, los sufrimientos y las responsabilidades.

Las cosas existen cuando alguien cree en ellas. Y mejor si las practica.