Manifesté hace pocos meses mi distancia con los líos entre las autoridades de la Pontificia Universidad Católica y el arzobispado de Lima, tema que jamás abordé en esta columna porque fui estudiante de esa casa y me pareció imprudente meter leña al fuego como otros ex alumnos. Por supuesto, se trató de una abstención que me vi obligado a romper por la extrañeza de no ser convocado –a la par que otros respetables colegas cuyo único signo es su repulsa al cardenal Juan Luis Cipriani– a un “desayuno de trabajo con la prensa peruana” por quienes muchas décadas antes, en diferentes circunstancias, tuve una relación bastante más que cordial, respetuosa y probadamente comprometida en los mismos ideales.
Es el caso del rector de la PUCP, Marcial Rubio Correa, mi profesor de los cursos de Introducción al Derecho y Derecho Constitucional, atento siempre a los vaivenes de las pugnas políticas juveniles que me elevó a ser uno de los integrantes del tercio estudiantil de la facultad de Derecho junto a José Ugaz, Humberto Jara y María del Carmen Tovar, bajo el decanato de Fernando de Trazegnies.
O el de la vicerrectora de Investigación Pepi Patrón, cuyo excelente trabajo para la “Agenda Perú” junto a Max Hernández y Nicolás Lynch en la década de los 90 me encargué de promocionar a través de las páginas de las revistas OIGA y del Foro Democrático (institución nacida para reclamar la restauración del Estado de Derecho en el país durante el régimen de Alberto Fujimori), y otros medios donde tenía contacto. Tiempos en que muchos de los nuevos amigos de Pepi no le daban bola y hasta se reían de sus esfuerzos intelectuales. O el del vicerrector académico Efraín Gonzales de Olarte con quien compartimos el directorio del FD discutiendo los términos de nuestros comunicados contra los excesos de Fujimori o la realización de eventos.
Fastidio aparte y más interesado en los vaivenes del alma mater, creí que la visita del cardenal Peter Erdö, enviado del papa Benedicto XVI con el fin de armonizar las posiciones en pugna, serviría de base a una actitud menos enconada de Marcial y los suyos para defender su punto de vista. La respuesta fue otra: marchas, declaraciones altisonantes, las consabidas puyas a Cipriani acusándolo de “fujimontesinista”, vigilias, plantones, llantos, cánticos. Me recordaron las arengas de la izquierda comunista de los 70 en el Fundo Pando: “muerte a los faaaaachos… mueeeeeerte…; muerte a los apristaaaaaaasss… mueeeeerte…; muerte a Varillaaaaaas (Alberto Varillas Montenegro, el secretario general de la PUCP)…mueeeeerte…”, etc.
Desde ahí los sentí perdidos, como lo ha declarado ayer El Vaticano a través de una carta que el secretario de Estado de la Santa Sede entregó a Rubio Correa conminando a las autoridades de la PUCP a ajustar sus estatutos a la Constitución apostólica. Ellas han respondido con el mismo tenor jurídico interno argumentado hasta la saciedad y que sólo llevará el caso a un extremo de politización inverosímil. En efecto, a Rubio y sus seguidores sólo les queda jugar una carta política pues la judicial ya poco tiene que decir respecto al testamento de don José de la Riva Agüero, madre del cordero.
Adiós Pontificia Universidad Católica del Perú. “Muerte a la intransigenciaaaaaa… mueeerte…”.