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REDES SOCIALES
Viernes 24 de febrero 2012

La crítica constructiva en el método de corrección mutua

Por Julián Licastro.
La crítica constructiva en el método de corrección mutua
Foto: Medios

La experiencia como fuente del saber

La interacción entre la historia y la política es demasiado evidente para tratar de definir el presente sin el aporte de la interpretación del pasado. Por el contrario, advertir las correlaciones estructurales entre el desenvolvimiento de una comunidad de identidad cultural, y los períodos propicios para consolidar grandes cambios sociales, confirma la fuerza movilizadora de unir con armonía memoria colectiva y esperanza, sin resentimiento ni ingenuidad.

Esta necesaria continuidad en el análisis de una trayectoria nacional permite captar el autentico carácter de cada época y el pensamiento directriz de todo un ciclo histórico, sin confundirlo con el impacto bastante efímero de las modas ideológicas sobrevaluadas. De esta manera, una actitud ecuánime hace posible asimilar las lecciones de los momentos culminantes que forjaron grandes victorias y derrotas, para no repetir los errores de la sucesión contrastante de posiciones extremas, que en las instancias aciagas nos condenan al retroceso o al estancamiento.  

El saber humano no tiene mejor fuente de formación que la experiencia. En su largo proceso, el análisis crítico de la práctica, en todas nuestras actividades, constituye las teorías y las técnicas para orientarnos hacia mejores resultados. De allí surge la base para aplicar el criterio creativo a la permanente innovación metódica perfeccionando las formas de pensar, de decir y de hacer. Todo esto, obviamente, debe tener su correlato en el campo de la acción política y social, que es imprescindible para dar contexto general al conjunto.   

La crítica como método, no como arma  

En la elaboración del pensamiento conductor la crítica es un método de corrección mutua, dentro de un equipo con proyección organizativa. No es, por lo tanto, un arma de ataque, sino una herramienta racional para lograr resoluciones compartidas a efectos de una mayor validez en el ejercicio del liderazgo. Esto es imposible sin la creación de un clima de franqueza y de confianza promotor de un intercambio de ideas que, por otra parte, nace de la identidad con los objetivos fundamentales del proyecto común.  

La libertad de expresar nuestra verdad, defendida en el seno de las estructuras orgánicas, y facilitada por la amistad, propende a la colaboración sincera y confluye en la coincidencia de una selección de las mejores propuestas. En este sentido, hay que considerar a los compañeros por su grado efectivo de idoneidad y compromiso político; y distinguir en ellos entre el elogio y la adulación, entre el respeto y la obsecuencia.  

Con este criterio es factible reunir en torno de la conducción la pluralidad de los otros participantes, como unidad enriquecida por la diversidad de criterios encarada con honestidad. Por el contrario, la falta de dignidad personal implica un potencial de engaño y tergiversación de la realidad; con el agravante de ser la realidad el lugar donde habita concretamente la verdad en el arte de la estrategia.  

 

La importancia de abrir espacios de consulta  

De ahí también la importancia de que los conductores de todo nivel tengan la disposición y la habilidad de abrir alrededor suyo espacios de consulta franca, sin molestias ni represalias; porque cuando el sistema retrocede respecto al necesario ascendiente para ejercer el liderazgo orgánico, se provoca una “selección a la inversa” que va descartando a los mejores elementos. En cambio, la existencia de un clima de intercambio provechoso facilita la colaboración sincera entre quienes comparten lo esencial de los lineamientos principales.  

Por lo demás, la democracia como sistema requiere, junto con una plataforma básica de igualdad colectiva en deberes y derechos, el reconocimiento al esfuerzo y al mérito personal para no confundir libertad con anomia y mediocridad. De igual modo, exige la preeminencia de una dirección espiritual y anímica, orientadora de la gestión conductora en sus aspectos técnicos y administrativos; porque más allá de la retórica a favor o en contra de las decisiones políticas y sociales, el alma de los pueblos “prueba la verdad” en los hechos que los afectan directamente.  

Maestría de vida, no imposición ideológica  

Quizás corresponda aclarar que la referencia reiterada al pensar filosófico, no entraña el tono de los profesores o los historiadores de la filosofía académica. Sin perjuicio de ello, la formación de los conductores y cuadros implica por sí una previa introspección reflexiva que, al formular una guía ética y una lógica de acción, impregna todas las actividades que realizan. Ella procura el diálogo desde y hacia el conocimiento, el sentimiento y la voluntad, en la medida de un equilibrio necesario entre escuchar y ser escuchado.  

En este aspecto, el pensar con una matriz filosófica, y su correspondiente doctrina de acción, orienta la apreciación de situación tratando de realizar su aporte a la dilucidación de sus problemas. Ésta es una relación legítima del pensador y el predicador con capacidad docente, pero a condición de no confundir su rol incursionando en lo específico de la conducción interna de fuerzas orgánicas, porque este tipo de liderazgo tiene otras responsabilidades y procedimientos.

Una tarea es dar las herramientas necesarias, desde un núcleo de valores y principios, para facilitar la distinción entre lo verdadero y lo falso; y otra muy distinta es tratar de imponer determinadas decisiones con un dogmatismo cerrado e inaceptable. Dicho dogmatismo es particularmente dañino cuando se combina con dirigentes sin real experiencia[1].  

La misión correcta del predicador, dentro de una concepción de “maestría de vida”, consiste en aportar elementos para que cada uno profundice su equilibrio interior, y el reconocimiento de sus propias posibilidades y limitaciones. Con este  bagaje es más fácil superar las situaciones complejas, e irradiar a los demás la suficiente confianza para adherir a una mayor y mejor participación política o social.

 

Esta función pedagógica, construida sobre el afecto, implica ofrecer, en el estudio de las partes componentes de una coyuntura, la visión de conjunto que facilite articularlas entre sí. Condición ésta para extraer conclusiones operativas que trasciendan lo parcial y lo inmediato, logrando una conveniente amplitud estratégica.  

El análisis político requiere categorías de pensamiento propias e integrales, no puede limitarse a las categorías sociológicas, ni a las categorías psicológicas. Cuando tal reduccionismo se aplica esquemáticamente a evaluar la conducción, se manifiesta la ineptitud de los seudo-analistas y “opinólogos” mediáticos para considerarla como un saber superior y creativo: el único indicado para producir un proceso de trasformaciones estructurales coherentes y  sostenidas.  

Centralización estratégica, no concentración política  

De igual manera, el voluntarismo, la improvisación y el amiguismo que a veces se reúnen en la mesa de los dirigentes, desconocen los rudimentos del oficio de los estadistas y los estrategas que debería inspirarlos. Una misma realidad, vista con perspicacia desde distintos ángulos de enfoque puede motivar criterios diferentes, y sin embargo compatibles con un dirección conjunta apta para prever alternativas y variantes, cuestión que obliga a resignar todo exceso de subjetividad y egocentrismo.  

Otra clave importante es no ceder a la tentación del rupturismo, o la provocación de “crisis artificiales”, autoinducidas por la falsa creencia en aprovechar su potencial emotivo para reforzar una determinada posición personal. Algo que no impide asumir con responsabilidad la respuesta consiguiente a los obstáculos reales que traban nuestra línea estratégica. En todos los casos, además, es importante no abrir frentes indiscriminados, ni hacerse gratuitamente de enemigos; como tampoco desaprovechar lo deseos de participación de muchos nuevos  elementos frustrados por la resistencia implícita en mecanismos deformados por el favoritismo y la corrupción.    

Elocuencia persuasiva, no retórica  

La historia de los grandes movimientos reivindicativos demuestra que, paradójicamente, resulta más fácil enfrentar un orden social injusto desde el llano, que construir un orden social justo desde el poder. Esta segunda instancia, que es la decisiva, se dificulta por la lucha interna, el exceso de ambiciones y el sectarismo. Exige, por lo tanto, una gran firmeza  espiritual y ética para conducir una permanente “evolución” social y económica, y no recaer en actitudes discrecionales con el argumento de la “revolución” imaginaria.  

Hay, sin duda, un arte de hablar en público con capacidad persuasiva, que es una herramienta extraordinaria en manos de quienes emplean la técnica al servicio de la ética. Pero , cuando se transforma en retórica, por la utilización de artificios y apariencias, se convierte en un instrumento destructivo; lo cual se agrava cuando la oratoria de plaza pública se ha reemplazado por la ampliación escénica de los grandes aparatos mediáticos. La palabra elocuente, a diferencia de la palabra retórica, debe ejercer su vocación esclarecedora en forma directa, sencilla y franca, para consolidar la credibilidad del liderazgo.  

Este es quizás el efecto político más destacable de la coherencia y ejemplo de la conducción, porque el progreso real no se alcanza ni con el impacto del discurso brillante, ni con la simple suma de desarrollos económicos sectoriales. Él exige la adhesión y participación más autentica y activa para un avance constante; porque el problema de conducir no termina con el logro de una legalidad de origen, sino que continúa con la legitimidad de fines y su eficacia, siempre contando con la defensa popular más sólida de las reivindicaciones conquistadas.  

Precisamente, la evolución que requerimos no puede inventar la fuerza motriz que deviene de un proceso largo, complejo y anónimo, pero sí es posible estimularla en determinadas circunstancias. Ellas corresponden a los “momentos históricos” dominados por un espíritu mayoritario y contagioso que reclama cambios profundos, que es conveniente lograr por la vía pacifica, sin desconocer con realismo la generación de conflictos de intereses. (24.2.12)

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