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Domingo 26 de febrero 2012

Ana, mi madre, sus colores y mucho más que eso

Por: Francisco Huanacune
Ana, mi madre, sus colores y mucho más que eso
Foto: Generaccion.com

A la derecha, mi madre, Ana Rosas

“Es casi un cuadrado”, señala Anita observando lo que tenía ante sí con admiración. “No exactamente; los he contado y el lado más largo tiene 26 y el más corto, fíjense, 24”, dice precisando tamaños Rosaura. Héctor, mi cuñado, por su parte, haciendo cálculo mental, dice, “en total son 624 cuadrados eh, así como escuchan, 624 que las manos de Mamana han elaborado”. Ana, mi madre, sentada sobre una pequeña banca ubicada cerca a la puerta de la cocina, uno de los lugares en casa de su predilección, solo escucha lo que sus hijos dicen sobre un enorme cubrecama que ha tejido desde el día, hace más de tres meses, que prometió a Anita que haría uno para ella.

“Puedo hacer uno para ti hijito”, lanza en mi dirección mirándome con mucho cariño. “Que va mamá, gracias, así está bien”, le respondo pocos minutos antes de partir hacia el restaurante, pensando en todo el tiempo que le debe haber tomado en tejer el que tengo frente a mí. Ella, podría afirmar leyéndome el pensamiento, me dice que cada cuadrado, muy colorido, que resalta ante la vista le ha tomado 20 minutos en tejer croché en mano, “tan solo veinte minutos Panchito, nada más que eso”. La escucho, la observo, fijo la mirada en su obra, tomo el lápiz siempre presente en el bolsillo derecho de mi pantalón, multiplico luego divido y doy con el hecho de que mi madre ocupó ocho días y dieciséis horas en elaborar este enorme cubrecama.

Una colcha que, probablemente de aquí a un par de meses, acompañará a mi hermana durante sus horas de sueño. Aunque más que eso, ya que seguro estoy, los cuadraditos de diez centímetros de lado fucsia, rosado, marrón y rojo indios, al igual que los lúcuma, naranja y azul eléctrico, así como los verde pacae y limón, y los melón, sin olvidar las diversas tonalidades de celeste, entre ellas el cielo, no acompañarán a Anita tan solo a lo largo de las noches, sino también durante el día cuando la imagen de esta suerte de cobija surja desde su memoria y le recuerde, tal como ella mencionó, “la espontaneidad del espíritu de quien con inmenso amor lo hizo para ella”.

Pronto, exactamente dentro de cinco meses, el 26 de julio, es decir a la vuelta de la esquina, mi madre cumplirá 92 años. Y aun, como pueden ver, teje, aunque valgan verdades hace mucho más que eso. No hay momento, me dicen, en el que se muestre tranquila; “siempre desea hacer algo, así su cuerpo y sus fuerzas no la acompañen en el trajín”, precisa mi cuñada que comparte el techo y la vida cotidiana con ella. Escuchándola, retrocedo en el tiempo, no una década sino tres e incluso poco más de cuatro, la veo desde muy temprano, de madrugada, cantando sus huaynos, haciéndose cargo de un quehacer sin el cual probablemente hoy no estaría redactando estas líneas.

Poco antes de cruzar el umbral de la casa, en el instante previo en dar a la calzada, me toma del brazo y me reitera luego de recostar su cabeza acariciándome que desea hacer otro, uno para mí. “Uno igual, con los colores que quieras” y avanza. La observo, se me nubla la vista, no atino a responder, asiento con la cabeza, fuerzo una sonrisa, me sobrepongo en algo a la emoción, acarició a los autores del soberbio cubrecama, sus dedos, intento decir algo, se me quiebra la voz... Le brindo de sostén mi brazo, avanzó marcando su paso y sé que ese momento trasciende a todos los demás, es eterno, como eterna es mi madre.

TAGS: madre, Tejer
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COMENTARIOS
1 comentarios
Ana mi madre, mi querida viejita. Siempre la recuerdo tejiendo.
Nuestra MAMANA.
27 de febrero 2012
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