La fundición ha sido la razón de ser de La Oroya desde 1922. La ciudad ha crecido alrededor del complejo metalúrgico y ha aceptado pasivamente el costo del “progreso” poniendo en riesgo su salud.
Cuando Doe Run Perú compró el complejo metalúrgico a Centromín Perú en 1997 prometió cumplir con el Programa de Adecuación Medio Ambiental (PAMA) en diez años, sin embargo no cumplió con los plazos previstos.
Hoy, los niños de La Oroya sufren de múltiples dolencias. Tienen problemas en los riñones y el hígado, tienen caries, el esmalte de los dientes se les torna color negruzco por el plomo.
Para los afectados, el Estado siempre estuvo ausente. Luego de chequeos médicos a vuelo de pájaro, de diagnósticos incompletos en centros de salud de Lima, no recibieron ningún tipo de tratamiento del Ministerio de Salud.
“Usted no sabe cómo era caminar por aquí. Vivíamos prácticamente como en una cámara de gas. Te ardía la garganta, los ojos”, dice M.C. un técnico dental que forma parte del grupo de afectados que decidieron denunciar al Estado.
Relata también que cuando una de sus hijas tenía dos años comenzó a convulsionar sin razón aparente. Le salieron sarpullidos en la piel, verrugas en la espalda y las manos. Tenía 32 ug/dl (microgramos por decilitro) de plomo en sangre, cuando la Organización Mundial de la Salud advierte que el máximo nivel de riesgo es 10.
Con información de Juana Gallegos.