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Lunes 19 de marzo 2012

Israel-Palestina: La historia (I), la conexión judía

Por Sergio Paz Murga.
Israel-Palestina: La historia (I), la conexión judía
Foto: Lamula.pe

Tratar de explicar los orígenes y las causas del conflicto en el Medio Oriente no es una tarea sencilla. En un pedazo de tierra tan pequeño como el departamento de Ica hay demasiadas cosas involucradas: Historia, política, dinero, pero lo que la hace “especial” y la razón de muchas guerras y sangre, es la participación del mismísimo Dios.

Pese a ser el conflicto con la mayor cobertura del mundo, pocos son los que entienden la enemistad entre israelíes y palestinos. Se ven en la televisión que se matan mutuamente, pero por qué, ahí está el punto central.
¿Israel y Palestina son lo mismo?, ¿en qué creen los palestinos y los israelíes?, ¿hay un odio visceral entre judíos y musulmanes?, ¿qué es ser árabe?, ¿a quién pertenece la llamada Tierra Santa?, ¿por qué es tan difícil llegar a un acuerdo de paz?, etc.

Desde esta columna, y en los próximos días, trataré de responder algunas interrogantes sobre el tema, aunque debo advertir que no es la versión final ni oficial, pues hablar de la tierra de Dios es cosa seria, y puede causar susceptibilidades en algunos sectores.

Una fe incólume

Empiezo este largo viaje con la conexión histórica de los judíos con esas tierras que llamamos hoy Medio Oriente.
Hay que destacar que los judíos son uno de los pueblos más antiguos de la historia que ha soportado esclavitudes, masacres, diásporas y que, pese a ello, ha mantenido incólume su fe –en un solo y único Dios–, sus costumbres y sus ritos.

El padre del pueblo judío es Abraham, un hombre que nació alrededor del año 2011 a.C en un pueblo llamado Ur (hoy ubicado en el actual Iraq).
Según las santas escrituras, Dios le pidió a Abraham que abandonara sus tierras y se dirigiera al país que Él le indicara para formar un “gran pueblo”. El lugar no era otro que la llamada tierra de Canaán que iba “desde el río de Egipto (El Nilo) hasta el gran río Éufrates (Iraq)”.

En el encinar de Siquem –que se ubica a dos kilómetros de la ciudad palestina de Nablus, en la llamada Cisjordania o Ribera Occidental–, Dios le dio a Abraham y a su descendencia esa tierra.
Cuando Abraham llegó a los 100 años su esposa Sarah dio a luz a un hijo llamado Isaac que se convirtió en el heredero del pacto. Según los musulmanes –y aquí ya empieza a desarrollarse el conflicto– el “verdadero” heredero fue Ismael, el primer hijo que tuvo el viejo líder con su esclava egipcia Agar.

En esos tiempos era común la poligamia, por lo que Sarah no tuvo problemas en entregar a su esclava para que le diera descendientes a su esposo y fruto de ese encuentro nació Ismael, quien luego fue expulsado del campamento tras el nacimiento de Isaac –no primogénito, más sí el llamado hijo legítimo–.

Es conocida la historia de que Dios le pidió a Abraham que diera a su hijo, su “único”, en sacrificio como una prueba de su fidelidad y amor. La tradición judeo-cristiana señala que fue Isaac –el legítimo y también el único que se encontraba viviendo con el patriarca debido que a que Agar y su vástago habían sido expulsados por Sarah– el elegido.

Los musulmanes, claro está, señalan que al momento del sacrificio Isaac no había nacido por lo que la heredad de la tierra prometida corresponde a Ismael y a sus descendientes –los llamados ‘ismaelitas’– que se establecieron en Egipto y el golfo Pérsico.

El profeta Mahoma manifestó que Ismael fue la cabeza de su genealogía y que él ayudó en la construcción de La Meca.

Tribus y Jerusalén
Pero volvamos al nexo judío con la tierra prometida. Isaac, el heredero del pacto, tuvo un hijo al que llamó Jacob y que luego cambió de nombre a Israel –“el que lucha con Dios”–. Sus 12 hijos, con sus familias, se convertirían después en las famosas ‘12 tribus de Israel’, y nacería así la nación israelí.

No pretendo extender mi relato en detalles históricos pero podría resumir la historia en que los hijos de Israel bajaron a Egipto luego que una hambruna golpeó la región. Vivieron allí por 430 años, en los que se multiplicaron y luego fueron esclavizados por el Faraón que temía su fuerza.

Lo que sigue es conocido. Moisés los liberó y tras errar 40 años en el desierto fueron liberados por Josué, quien en cinco años conquistó la tierra de Canaán y cumplió la antigua promesa hecha por Dios.
Los israelíes se desarrollaron y formaron un gran reino, cuyo líder más conocido fue David, quien conquistó Jerusalén, y la proclamó su capital en el siglo XI a.C.

Luego de 70 años, y tras los gobiernos de Salomón y Roboam, el reino se divide en dos tras una sangrienta insurrección.
El sector septentrional del reino se separó bajo la conducción de Jeroboam, y conformó, con 10 tribus, el reino de Israel. Su capital fue Samaria, tuvo 19 reyes y duró poco más de 200 años en los que volvió a introducir el culto al becerro de oro.
El reino del sur pasó a ser entonces conocido como Judea –de allí viene el nombre ‘judío’–, con su capital Jerusalén y constituida por dos tribus –las de Judá y Benjamín–. Sus reyes fueron descendientes de David y, por lo tanto, se les consideraba como trasmisores de la Alianza y los descendientes del pueblo de la promesa.

Los judíos más piadosos aseguran que la desobediencia e infidelidad del pueblo provocó la ira de Dios que permitió las invasiones de los asirios y los babilonios. Estos últimos fueron los que destruyeron el Primer Templo y provocaron el Primer Éxodo de los judíos.

Fue el norte el que cayó primero y su población dispersada hasta el punto que hoy se habla de las “10 tribus perdidas de Israel”.

Tras un cautiverio de 70 años, los judíos regresaron a su tierra y reconstruyeron su nación. Sin embargo, la aparición del Imperio Romano sería un golpe de gracia para los israelíes.

En el año 6 d.C los romanos convirtieron a Judea en una provincia del Imperio y se inició así una difícil relación entre sectores judíos que favorecían a una convivencia pacífica o tolerante con Roma, y otros más radicales que pedían rebelarse contra los invasores paganos.

Las cosas llegaron a un punto máximo de tensión en el 66 d.C cuando estalló una revuelta que culminó con la destrucción del Segundo Templo –que construyó Herodes el Grande– en el año 70. Se calcula que las revueltas costaron la vida de tres millones de judíos y otros 100,000 fueron enviados a Roma para que los gladiadores se “diviertan” con ellos.

El odio de los romanos hacia los judíos llegó a tal extremo que en el año 130 pusieron a Jerusalén el nuevo nombre de Aelia Capitolina, por el emperador Adrián (Aelias Hadrianus) y el dios Júpiter Capitolinus, y construyeron un templo a Júpiter en el mismo lugar que el templo judío, que se alzaba sobre el Monte Moria, el mismo lugar del fallido sacrificio de Abraham a Isaac … o Ismael.

Además, para borrar todo rastro de identidad judía, la región pasó a llamarse “Syria Palaestina”, la forma latina de Filistea, la tierra de los filisteos, antiguos enemigos históricos de los judíos en sus luchas por Canaán.
Ahí tenemos, entonces, el por qué a Israel o Judea se le conoce también como Palestina.

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