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Miércoles 21 de marzo 2012

El cartel de las drogas buenas

Por Ramón Mestre.
El cartel de las drogas buenas
Foto:mibahia.com

En su reciente visita a América Latina Joe Biden, el vicepresidente de Estados Unidos, quedó boquiabierto cuando Otto Pérez Molina, un ex general tildado de fascista arranca pescuezos, le planteó la necesidad de discutir la despenalización de las drogas en una región asolada por la violencia que el narcotráfico engendra. En su respuesta al presidente guatemalteco Biden repitió consignas gastadas incapaces de tapar el fracaso de la política estadounidense, una cruzada inmoral que ha alimentado la creación de poderosas organizaciones criminales – mafias, maras, los mal llamados carteles – al tiempo que envilece las instituciones públicas y la administración de la justicia.

El vicepresidente atolondrado pudo haberle contestado a Pérez Morales que entendía sus sinsabores porque, en Estados Unidos, también estábamos a la merced de un cartel, el de las drogas “buenas”. Biden sabe que este oligopolio avasalla a millones de personas, sobre todo a quienes tienen necesidad de comprar medicinas muy caras que en este país sólo pueden adquirirse legalmente con receta facultativa. En Estados Unidos el cartel de las drogas buenas manipula a su antojo las normas de la propiedad intelectual y las leyes de la oferta y la demanda con el propósito de cobrarnos precios exorbitantes cuyo promedio es mucho más elevado que el importe de sus productos en los demás países del primer mundo.

Mientras el cartel de las drogas buenas canta las loas del libre comercio, algunos de sus integrantes pretenden tomar represalias contra estadounidenses que intentan ejercer su libertad comercial. Sucede que los avariciosos, al igual que la toxicómanos, exigen un aumento continuo de su dosis activa. Un ejemplo: aplicando la estrategia que puso en práctica en el Reino Unido a fin de impedir que los consumidores británicos importaran sus medicinas de países que cobran menos que las farmacias de Gran Bretaña, la gigantesca empresa farmacéutica GlaxoSmithKline intentó castigar a distribuidores canadienses que exportaban los productos de GlaxoSmithKline a compradores estadounidenses. La empresa buscó y consiguió apoyo en el Congreso federal. No iba a permitir que incontables consumidores estadounidenses adquirieran sus medicinas a precios más moderados en las farmacias del mejor socio comercial de Estados Unidos aprovechando las discrepancias entre los altos precios de ciertos fármacos en este país y de esos mismos productos en Canadá.

¿Cómo justificaron semejante atentado contra el consumidor? Los políticos alquilados por la industria farmacéutica en Washington alegaban que el trasiego de medicinas entre Estados Unidos y el Canadá era “peligroso” puesto que el comprador estadounidense corre el riesgo de recibir productos en mal estado. ¡Qué embuste más transparente! Las drogas adquiridas en Canadá solamente son nocivas para las utilidades multimillonarias que GlaxoSmithKline y otros colosos farmacéuticos disfrutan en Estados Unidos gracias al mercado cautivo que han creado con la ayuda de políticos corrompidos y los demás grupos que salen ganando en esta tracalería abusiva.

Ante sus críticos, el cartel de las drogas buenas suele responder que sus precios desorbitados y sus altísimas utilidades responden a la necesidad de invertir sus beneficios en la investigación científica y en el largo y costoso proceso de conseguir la aprobación oficial de productos novedosos. Eso era cierto hace treinta años. En estos momentos los gigantes farmacéuticos gastan muchísimo más en mercadeo y campañas de publicidad que en la investigación. Para los que manejan el cartel los laboratorios de Madison Avenue son más importantes que los de Harvard o los del Instituto Nacional de Salud. El grueso de sus hallazgos “novedosos” vienen a ser pequeñas modificaciones de la composición molecular de fármacos lucrativos o la combinación de drogas viejas; o el descubrimiento de nuevos usos terapéuticos para medicinas establecidas;o la presentación de ingeniosos argumentos falaces para impedir que un remedio se venda sin receta. Así extienden la vida de fármacos que dejan mucha plata. En ocasiones también han extendido la vida lucrativa de un producto sobornando a fabricantes de drogas genéricas para que estos laboratorios no elaboren la versión barata de una mercancía que el cartel quiere seguir vendiendo a precios inflados.

¿Por qué no habla Biden del cartel de las drogas buenas? La razón es obvia. Es un negocio redondo para sus accionistas, sus criados políticos y sus cómplices en el complejo médico-industrial. Pero es una calamidad para millones de personas, y lo seguirá siendo mientras los votantes no elijan representantes que rechazan el contubernio actual entre políticos de ambos partidos y los colosos de la industria farmacéutica.

 

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