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REDES SOCIALES
Jueves 22 de marzo 2012

La temeridad de Roncagliolo

Por: Luis García Miró.
La temeridad de Roncagliolo
Foto:laindustria.pe

Ahora resulta que el inefable canciller Roncagliolo alega que Perú no podía aceptar el atraque del destructor británico, HMS Montrose, porque existe un compromiso de Unasur –aparentemente allí Argentina impone su voluntad y el resto de países la acata como mansos corderos–, que obliga a los firmantes a prohibir que recalen en sus puertos naves inglesas. Es decir, eso de la soberanía sencillamente pasó a la historia. Hoy se imponen los ucases de fuera. Sobre todo los que alientan gobiernos afines a la red socialista del tirano Castro que financia el impresentable Chávez.

Pero en el hipotético caso que los peruanos estuvieran de acuerdo con el tormento que su política exterior esté digitada, en este caso, desde Buenos Aires –a través de ese instrumento bolivariano llamado Unasur– el infeliz argumento de Roncagliolo cae por su propio peso. Porque resulta que, formal y diplomáticamente, el Perú SÍ se había comprometido con el Reino Unido a recibir en el Callao la citada nave. Es más, el propio secretario de Estado británico de RREE, Jeremy Browne, conversó apenas días atrás con el presidente Ollanta Humala, y el gobierno peruano así se lo comunicó. Tanto que el Ejecutivo pidió al Legislativo que valide –lo que se aprobó– esa decisión pues así lo ordena la Constitución, tratándose de militares extranjeros que visiten territorio peruano. Entonces, si existía la presunta taxativa de Unasur que alega Roncagliolo, ¿qué pasó? ¿Acaso ingenuidad del canciller? ¿Tal vez súbito padecimiento de demencia senil, o quizá consumo de sustancias sicodélicas en las alturas de Torre Tagle? Sea como fuere, el Perú no puede manejar sus relaciones exteriores en forma tan temeraria como lo viene haciendo Rafael Roncagliolo.

Lo que pasa es que el canciller peruano está desubicado. Sucede que la exigencia argentina de bloquear el acceso de naves inglesas a puertos de la región obedece a una medida ideada por Cristina Kirchner para afirmar su voluntad de enfrentarse a los británicos por las Falklands o Malvinas. Voluntad que, en rigor, no es otra cosa que una grosera cortina de humo de la presidenta argentina, ahora agobiada por la caótica situación socioeconómica de su país. En consecuencia, lo que quiere esta señora es que los peruanos la ayudemos a sacar las castañas del fuego –fruto del desastroso gobierno de su marido y el suyo propio–, aupándonos a su mecanismo perverso de salvación política: la antigua táctica de exacerbar el chauvinismo para disimular los enormes problemas internos. Es decir, para engañar a su pueblo.

Perú no puede ni debe ni quiere ser furgón de cola de nadie. Menos de un gobierno como el argentino que viola libertades, como la de expresión; ni tampoco salvador de una nación que –siendo garante del Protocolo de Río– arteramente, le dio armas a Ecuador, en pleno conflicto del Cenepa, para que con ellas segara la vida de nuestros soldados. La dignidad no es negociable. La sangre de nuestros militares no debe ser ignorada en aras de una mal concebida solidaridad con Argentina; país que juega a la guerra para esconder las taras y corrupciones de sus gobernantes.

Pero claro, nada de esto conmueve ni menos interesa a un canciller que no hace respetar nuestra dignidad, nuestra independencia, y nuestra absoluta soberanía para adoptar las decisiones que convengan a los peruanos, y no a los argentinos.

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