La innovación, un mandato (I)

No hay nada mejor, me dijo uno de mis profesores casi al final de mis días de vida universitaria, que referirse a la etimología, es decir al estudio del origen de las palabras, cuando se trata de introducir y plantear el tema que a uno le concierne, “abre trocha”, entonces me señaló. Echo mano de este sabio consejo, no sin antes agradecerle mentalmente al autor de este aserto, y pienso en voz alta en el significado de la palabra innovación, cavilando en torno a la forma de abordar mi participación en una conferencia sobre la Innovación en el Perú. La palabra por lo demás se presta para el ejercicio.

Y no exagero. Ya que surgiendo para ocupar un lugar en el acervo lingüístico de nuestro idioma, el español, a mediados del siglo XVI, en el trance histórico que significaron las décadas que siguieron al periodo de los grandes descubrimientos geográficos llevados a cabo por una Europa ávida de nuevas tierras, el vocablo innovación, en armonía con la dinámica del momento de su emergencia, sirve para referirse al hecho que se suscita cuando en un escenario establecido, algo nuevo, todavía desconocido, se introduce. No podía, pienso ahora, haberse concebido entonces mejor término.

Aunque no solo para entonces, pues como la historia de los casi cinco siglos que siguieron a aquel momento nos mostraron, la cadencia de lo nuevo que surgía legitimaría con el tiempo la utilización del término. Al punto de que a medida que este avanzaba, sobre todo luego de que el acceso al saber se secularizó liberándose para siempre de la intromisión de la escolástica, la palabra innovación, sirviendo para referirse a su propósito primigenio, serviría también para recordar que el acceso al escenario novedoso implicaba dejar atrás aquello que pudo en un momento considerarse permanente.

Mucha agua ha pasado desde entonces bajo el puente de la historia, hoy todo esto es parte de la norma. La innovación ha dejado por ende desde hace mucho de constituir una excepción; forma, sino parte de nuestras vidas, al menos del estadío referencial que nos impulsa a proseguir como comunidad de destino y proyectarnos en conjunto al mundo globalizado. Al extremo de que no hay hoy en día país digno de ese nombre que a partir desde su Estado, de su mundo empresarial, desde sus claustros universitarios y centros de pensamiento, sin olvidar desde el seno de su sociedad civil, que no reclame para sí políticas e iniciativas que fomenten y encaucen lo que esta implica.

La innovación es hoy pues la condición sine qua non cuando de lo que se trata es de pensar en la forma de introducir sin ambigüedades al Perú en el mundo globalizado que exige de aquellas colectividades que desean estar un día en el pelotón de los líderes dar muestras de capacidad de creación de vanguardia. Nada sería más perjudicial para un país como el nuestro que el hecho de tomar a la ligera este mandato que desde los albores de la modernidad señala el derrotero de todas aquellas sociedades que estimulan la creatividad de sus gentes para hacer suyo lo bueno que trae consigo el porvenir. Innovar, la innovación, es el mandato.