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Domingo 25 de marzo 2012

El propósito de la visita papal

Por: Thomas Wenski (*)
El propósito de la visita papal
Foto: vanguardia.com.mx

El lunes, 26 de marzo, el Papa Benedicto XVI aterrizará en suelo cubano. El pueblo cubano, incluyendo cubanos de estas orillas, le va a recibir con el cariño y el entusiasmo de quien “viene en nombre del Señor”. Llega en su papel de pastor universal de la Iglesia Católica –y como una de las responsabilidades más importantes del Papa es confirmar la fe de los católicos, el propósito de esta visita a Cuba tiene fines pastorales: o sea, reafirmar la fe de los católicos de la Isla y, a su vez, resaltar la importancia de los valores del espíritu a todos los cubanos. Así, si el Papa va a Cuba es porque también él reconoce la valiosa labor de la Iglesia cubana –de sus obispos, sus sacerdotes y religiosas, y sus laicos– que desde su pobreza quiere servir a su pueblo como levadura de esperanza evangélica.

Es verdad que los cubanos –aquí y allá– desean un cambio que vaya más a lo político; sin embargo, la visita de Benedicto XVI a Cuba no se espera con tintes políticos, se espera con tintes pastorales. A pesar del c1ima de sospecha y desconfianza que con frecuencia produce la vida bajo regímenes totalitarios, la Iglesia en Cuba quiere ayudar al pueblo cubano a superar la falta de confianza mutua y a construir la unidad sobre la base del perdón y la reconciliación. Solo por un camino inspirado en el amor evangélico y no en el odio ideológico, el pueblo va a poder encontrar las pautas seguras para construir un futuro de esperanza en Cuba. Esto define el propósito de la visita como también define la misión de la Iglesia en general.

Como comentó Oscar Espinosa Chepe, periodista independiente dentro de Cuba, en El Nuevo Herald, el 22 de marzo, “la Iglesia Católica ha dado sobradas pruebas de haber estado siempre al lado de la ciudadanía, sin discriminación de ningún tipo. Las presiones –hijas de la desesperación causada por tantos años de sufrimientos y represión– para que adopte posiciones parcializadas y divorciadas de la realidad, lejos de ayudar en el contexto nacional actual perjudican en la labor de fortalecimiento del consenso a favor del cambio y del decisivo papel de la Iglesia como puente de comunicación entre todos los cubanos, comprendidos por supuesto, nuestros compatriotas residentes en el exterior, componentes inalienables de nuestra patria”.

Es preciso reconocer lo difícil que es valorar desde fuera la frágil línea que existe entre el retiro cobarde de una posición profética y la prudencia frente a la opresión para sacar provecho del poco espacio que existe. Hay que evitar cometer injusticias graves por parte de aquellos que viviendo en un contexto social diferente aplican criterios simplistas en sus fáciles condenas.

Nosotros los que viajamos desde Miami como peregrinos también queremos reconocer la labor de la Iglesia de Cuba y queremos ser solidarios con ella cuando celebra con alegría junto con el Santo Padre los 400 años del el hallazgo y la presencia de la Virgen de la Caridad en Cuba. Las palabras, “a Jesús por María, la caridad nos une”’, también se dirigen, como afirman los obispos cubanos, a los “hermanos cubanos que viven fuera de Cuba, porque la Virgen de la Caridad es símbolo de la Patria, es vínculo de unidad de nuestras familias, de nuestro pueblo y, ante todo, porque es la Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios, Salvador de todos los hombres”.

Nosotros vamos a Cuba porque es la Iglesia Católica cubana que nos invita. Y la presencia entre los peregrinos de un buen grupo de norteamericanos al lado de los cubanoamericanos servirá para destacar los estrechos lazos históricos que unen a la Florida con Cuba. Recordemos que este territorio, durante los años de la colonia española, fue parte de la entonces diócesis de Santiago de Cuba.

La visita de Juan Pablo II marcó un antes y un después entre el pueblo, a nivel de Iglesia, aunque, en aquel momento, no percibió grandes cambios en las relaciones Iglesia-Estado. Como un joven sacerdote cubano comentó hace poco, “para todos, fueron días de alegría por las calles, de energía, de una sensación de libertad, fue espectacular; era otro pueblo”. Así fueron los efectos de la visita de Juan Pablo y esperamos algo parecido en esta visita de Benedicto XVI.

(*)Arzobispo de Miami.

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