Como si se tratara de un rompecabezas bizarro, el primer ministro Valdés va colocando a través de frases insólitas las piezas de un sistema de gobierno que ya empieza a hacérsenos conocido. Primero definió diálogo como “o firman o me voy”, y se fue, aparte que inauguró el principio de que el gobierno decide con quién dialoga y que los que no han sido elegidos en elecciones no tienen derecho a participar (él no fue elegido en ninguna elección, sino designado en un complot contra el expremier Lerner).
Luego declaró que su gobierno es de la estirpe pragmática. Es decir que se sirve de lo que le funciona, y aproximó por su cuenta y riesgo a Ollanta Humala con el primer período de Fujimori, para después de las críticas de la prensa, precisar que Fujimori había sido un “buen gobierno, salvo el golpe de Estado”.
Insistió en que la gran transformación había quedado de lado y se mandó con lo de la teatralización de las víctimas de la violencia, que por una ultrajada (a veces de veinte soldados), la desaparición de un marido o un hijo, se ponen a llorar en público.
Y ahora dice que la marcha del agua debe ser “técnica y no política”.
Si el objetivo era darle “coherencia” al gobierno lo que se ha logrado es una coherente incoherencia. Valdés tiene estilo Fujimorista, pero su finura y sentido de oportunidad para las declaraciones lo asocian al general Artola de LA PRIMERA época de Velasco.
La gente que lo escucha se está volviendo a preguntar sobre los méritos de este comandante empresario que hacía buenos negocios en Tacna de los 90 y por eso está tan agradecido al gobierno de la época que le permitía ingresar autos usados sin pagar impuestos y que era proveedor de cal de las canteras de su suegro, a la empresa Southern Perú y por eso cree que minería es “técnica” y agua es “política”.
Nada de esto, por supuesto, lo califica para ser el segundo hombre del Ejecutivo, y de su ejecutoria en el Interior tampoco se recuerda nada bueno antes de su actitud saboteadora en la negociación final sobre Conga, cuando ya tenía en la cartera el estado de emergencia.
Probablemente el buen Valdés crea, sin embargo, que ese vacío de historia política y en su caso de gestión pública, son sus méritos, y que en compensación tiene la de exsoldado y empresario, es decir pragmático y no político.
Carlos Iván Degregori describió la década de los 90 como la década de la antipolítica, teniendo muy claro que la aversión a los partidos y a los cuadros políticos no tecnocráticos, fue un excelente disfraz para pactar condiciones onerosas para el país en materia de contratos, facilitar la corrupción y la violación de los derechos humanos, que son heridas que hasta el presente no acaban de cerrar y nos dividen entre políticos que vienen de la antipolítica y partidos que tratan de jugar el juego de la despolitización porque creen que es más popular.
La derecha que se burla diariamente de la supuesta poca preparación de los nacionalistas para gobernar, nunca objeta la calidad del primer ministro que ayudaron a instaurar luego del fin del gabinete Lerner. Felizmente Valdés es una prefiguración de lo que la reacción quisiera como cabeza de gobierno para los cinco años.
El artículo de opinión fue publicado en la revista Bajo la Lupa.