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Miércoles 04 de abril 2012

La fuerza del lado oscuro

Por: Pablo Palmero Salimas
La fuerza del lado oscuro
Foto: secuestro-emocional.org

Existe una fuerza que nos lleva a creer, mientras nos fustigamos, que cuanto más sufrimos, mejor nos irán las cosas, que cuanto más aguantemos la humillación, más dignos somos de valor.

Si damos un repaso a la evolución, en las últimas décadas, de la trama de las películas, la literatura u otras formas artísticas (cómico, teatro, etc.) donde se nos invita a vivir un relato imaginario, nos damos cuenta de un hecho común: la aparición de un poder destructor que ocupa un lugar importante y la difuminación de los límites entre lo que es bueno y lo que no lo es. Incluso se llegan a enaltecer determinados personajes, agresores deliberados y sádicos en sus formas, como auténticos protagonistas. Si intentamos dilucidar este fenómeno, no desde una perspectiva moral, sino psicológica, nos damos cuenta de la enorme atracción que genera el poder "que puede destruir". Un poder que podríamos ejercer en un momento dado para conseguir nuestras finalidades. Una energía interna enorme que nos podría capacitar para acabar con algún sufrimiento, propio o ajeno, de una manera más o menos fulminante.

Todas estas fantasias que consumimos diariamente, sea vía formato audiovisual o neuronal (es decir, en nuestro pensamiento privado, secreto e inconfesable), revelan un hecho incuestionable: si nos atraen y las podemos sentir es porque esta fuerza y este deseo están en nuestro interior, nos pertenecen y somos responsables de ellos.

Esta es la fuerza con la cual nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás. Es la fuerza que alimenta la rabia y el odio enmascarados con comentarios irónicos, la misma que nos mantiene en un estado de juicio constante contra los otros y contra nosotros mismos, la que nos impide contester en determinadas ocasiones o dar lecciones a los demás cuando en el fondo sentimos desprecio o condescendencia hacia los que supuestamente ayudamos; la que nos lleva a creer, mientras nos fustigamos, que cuanto más sufrimos, mejor nos irán las cosas, que cuanto más aguantemos la humillación, más dignos somos de valor. Es la fuerza, en definitiva, que nos mantiene enclavados a situaciones y relaciones destructivas. No es necesario un sable láser para entrar en contacto con ella, y si no la vemos es porqué en el fondo estamos tan metidos en su olor y sabor que creemos que eso es la vida.

El panorama es duro y crudo, sí, pero no podemos olvidar que todo eso nos atrae porqué hay mucha fuerza detrás. Nos podemos plantear por un momento la posibilidad que esta energía no sea fruto de un impulso de muerte y destrucción inherente al ser humano, como nos han hecho pensar desde la mayoría de corrientes religiosas, políticas, culturales e incluso filosóficas y psicológicas (con el viejo concepto de "Thanatos"), sino el producto de la perversión de una corriente de fuerza vital que no ha podido desarrollarse.

Un impulso de vida roto y destrozado. Un deseo puro de encuentro con uno mismo y los demás, en una conquista de la sensación de milagro de sentir la existencia y que no ha podido manifestarse. Un odio que en el fondo no es hacia la vida sino hacia nuestros límites y condicionantes personales actuales.

Si consideramos esta visión alternativa, podemos empezar a tomar una verdadera responsabilidad con nosotros mismos, la luz y la sombra, y actuar socialmente con un nuevo compromiso de comunidad.

Eso también deja las puertas abiertas a un trabajo personal que considere la existencia de esta fuerza del "lado oscuro", que no la niegue o añada más lucha, sino que la pueda aprovechar como un impulso, quizás confuso, pero inicial y necesario para encontrar aquello que a cada cual ha truncado la posibilidad de ser él mismo.

Conseguir todo eso no es fácil, pocas cosas nos acompañan en el reto. El rechazo externo, pero sobretodo interno, a afrontar determinados aspectos de nosotros mismos, es muy grande, pero podemos pedir ayuda, y cada vez somos más los que estamos dispuestos a ver esta parte de la vida y a permanecer en ella, esta parte en la cual nadie quiere estar, para apoyar el derecho y el proceso de sentirse uno, de sentirnos vivos.

 

Nota publicada en laeco.net

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