El proyecto Conga, en Cajamarca, encabeza la coyuntura de conflictividad social con un desenlace incierto. No es el único conflicto pero si el principal, en el que se juega la mayor inversión privada, casi cinco mil millones de dólares. Es el que determinará la actitud del gobierno, de los militares, de la prensa, de la derecha y por supuesto de la población cada vez más concernida con el tema minero.
Hay mucho en juego. Los intereses empresariales corporativos, la recaudación de más impuestos para el Estado y mayor canon para Cajamarca, la inversión extranjera, la estabilidad económica y política, la autoridad y el estado de derecho, el crecimiento económico que se debe al incremento del precio de los minerales, los recursos para que este gobierno pueda impulsar la inclusión social, etc. etc.
Hace rato que Ollanta está entre la espada y la pared. De un lado la presión empresarial y mediática para que Conga vaya a como dé lugar, por encima de las protestas, incluso echando mano a la militarización. De otro lado la presión social que puede llegar a la violencia popular y a la inmolación, alentada bajo lógicas confrontacionales.
Es sabido que cuando las emociones se ligan a los símbolos no queda espacio para las razones. Y Conga es hoy un símbolo mediático de lo que no debe ser. El peritaje internacional no solucionará la desconfianza. El pie de guerra existe, como siempre, bajo un manto de desinformación y de gritos destemplados.
Conga es una caja de Pandora de la cual saldrán fantasmas, amenazas, imposiciones, ataques, alaridos y muerte si fuere necesario para imponer o desterrar el proyecto. No saldrán respuestas que disipen las dudas y la desconfianza ya instaladas. El clima de polarización entierra la razón en algún punto equidistante entre los extremos. El país tiene recursos mineros que debe vender para desarrollarse y combatir la pobreza pero la minería no puede ser autodestructiva y responder sólo a intereses privados sin dejar riqueza para los verdaderos dueños que son los pueblos. Para ello es necesaria la transparencia. La del Estado y la de las empresas Yanacocha y Newmont para poner las cartas sobre la mesa. Esto se logrará con el peritaje internacional? ¿O éste ya ha sido condenado a la irrelevancia para oídos que no escucharán razones?
Humala está en un disparadero. Conga definirá su derrotero político y social. La conflictividad y las protestas amenazan con dar forma a un nuevo poder étnico que viene organizándose a la manera de Bolivia y Ecuador. De nada le serviría al presidente atender la tentación militarista que viene de los cantos de sirena de la élite empresarial y mediática con la cual no quiere chocar. Pero tampoco puede exhibir indecisión en las horas de incertidumbre y de emergencia que se anuncian, que pueden alterar a la población y a sus dirigentes que no hacen ascos a las acciones ilegales. La protesta social es un derecho que debe ser ejercido sin violencia. Dirigirla no es un estigma, criminalizar a sus líderes echaría más leña al fuego.
El proyecto no puede ni debe imponerse militarmente. Si Conga es una caja de Pandora, y tiene todos los visos de serlo, habría que comprar tiempo para poner paños fríos y buscar más adelante la salida pacífica y dialogada que atienda razones y deje las emociones y las ambiciones desenfrenadas, de lado, hasta un mejor momento. Que Humala no cargue con los muertos que podrían venir.