La Cumbre de Cartagena

Cuando se lea esta columna, la VI Cumbre de las Américas de Cartagena, Colombia, estará por cerrar y los presidentes regresar a casa. Las evaluaciones vendrán después, especialmente sobre aquello que constituyeron sus cuestiones centrales: Cuba y el combate al narcotráfico. Dos temas cuya característica común es su anacronismo y el fracaso. En lo primero, una suerte de juego de fantasmas, orquestado hace más de cincuenta años, en plena guerra fría, divide nuestra América; debe ser esta la última Cumbre sin la presencia de este país, al tiempo de terminar con un bloqueo injustificable. En lo segundo, el fracaso de la política de drogas en la región es evidente. Como señaló hace poco tiempo el Foro de Diálogo Andino Estados Unidos, promovido por el Centro Carter e IDEA: “Las políticas de drogas no han tenido los resultados deseados. Hay éxitos parciales y de corto plazo, pero ha primado el fracaso. Continúan las amenazas derivadas de las drogas, la delincuencia y el crimen organizado”. Hoy en día hay un clamor compartido por una nueva política que debe examinar, entre otros, la despenalización del consumo.

Pero centrada en esta agenda negativa, la Cumbre es ante todo una oportunidad perdida para sentar bases para una nueva relación, que mire al futuro y no esté anclada en el pasado de quejas y reclamos. Han pasado demasiadas cosas en la región para no demandar un nuevo sistema interamericano. Estamos ya lejos del que marcó la guerra fría y la política del gran hermano y el frente anticomunista, que controlaba la región desde Washington por medio de gobiernos autoritarios de todo tipo. Hoy América Latina es un continente de potencias emergentes, dos de alcance global, Brasil y México, pero con media docena de países pisándoles los talones. Es una región que crece al amparo de una economía mundial multipolar, donde las relaciones comerciales con los países del Norte desarrollado han perdido peso respecto a las grandes potencias del Asia como China e India. Somos una región mucho más consciente de su nuevo poder global y que busca mecanismos de integración que le permita concertar posiciones comunes sobre temas globales, incluyendo comercio o cambio climático. Estamos gobernados, con una sola excepción, por gobiernos electos libremente por sus ciudadanos en elecciones competitivas y por líderes con visión protagónica. Claro, muchas veces nos damos el lujo de desperdiciar nuestras enormes posibilidades, atrapados por rencillas pequeñas, que no nos dejan ver más allá de nuestras propias calenturas.

¿En qué puede basarse una nueva relación? Pues me parece que debe hacerlo en un nuevo trato basado en respeto, acuerdos negociados cuidadosamente sobre políticas de interés compartido como drogas o migración, la exploración conjunta de posibilidades en los campos económico, energético y ambiental, buscando actividades en que ambos podamos ganar y en la construcción de posiciones conjuntas en temas internacionales. Hoy por hoy, América Latina no puede estar ausente de grandes temas internacionales como Oriente Medio, los temas de terrorismo o la reforma de las organizaciones multilaterales.

Esto, claro está, requiere ordenar nuestra casa y estar a la altura de estos desafíos. Pero, es imprescindible también que Estados Unidos comprenda que no puede dar por sentada una relación basada, en el mejor de los casos, en el descuido, pues está ocupado en otras zonas del globo (Con información del diario El Universo).