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Miércoles 18 de abril 2012

Incrustaciones de primer mundo

Por: Jaime de Althaus.
Incrustaciones de primer mundo
Foto: Referencial

La empresa Dirose, exportadora de harina de ají páprika, decidió comprar tierras para sembrar ese producto y asegurarse su abastecimiento. Lo hizo, pero a la hora de la cosecha descubrió que no podía conseguir mano de obra, y vio que a otros les pasaba lo mismo, con el riesgo de perder sus cosechas. Se le ocurrió, entonces, buscar una solución tecnológica, y se presentó al concurso del Fincyt con un proyecto para desarrollar una cosechadora mecánica y electrónica, sobre la base de la robótica. Hoy tiene ya, a nivel experimental, una cosechadora de 96 brazos que reconocen el ají por el color rojo, lo arrancan y lo colocan en una bandeja transportadora. No solo resuelve el problema, sino que el costo de la cosecha se reduce abismalmente. En un año la podrá colocar comercialmente y eventualmente exportarla a países como España, que dejaron de producir ají páprika precisamente por el costo de la mano de obra.

Lo que significa que en el Perú hay sectores que empiezan a tener configuraciones de primer mundo. ¿Quién podía imaginar, años atrás, que en el agro peruano pudiese faltar mano de obra y que empresas hicieran investigación y desarrollo para encontrar una solución robótica a ese problema?

Ahora no solo vamos a poder seguir exportando harina de páprika y otros productos agroindustriales, sino también robots para la cosecha. ¿Qué hizo posible este salto? Pues, entre otras cosas, una ley laboral simplificada y flexible que permitió contratar y poner en planilla a cientos de miles de trabajadores, al punto que ya no los hay disponibles salvo que se pague mucho más, lo que ha determinado que el salario se haya multiplicado por tres en los últimos cinco años.

Hay quienes sostienen, sin embargo, que el problema en el Perú, la principal traba al crecimiento, es la desigualdad. De allí a postular restricciones a la gran inversión, supuestos beneficios laborales o límites a la propiedad de la tierra, no hay sino un paso. Pero es al revés: es el crecimiento del mercado, la libertad económica en general, lo que está llevando a reducir la desigualdad, expresada en el índice de Gini. De lo que se trata es de eliminar trabas y regulaciones, bajar los pagos por corrupción, simplificar y reducir la tributación. Liberar las fuerzas productivas, en suma.

Así reducimos desigualdad y empezamos a dar saltos tecnológicos. Una multiplicación de la inversión minera, por ejemplo, transformaría el Perú en pocos años. En efecto, el crecimiento de la inversión minera desde los 90 ha desatado una expansión extraordinaria de la industria metalmecánica –con mucho empleo–, y de los servicios de ingeniería. El año pasado el Perú exportó 700 millones de dólares en máquinas y equipos para la minería de otros países. Cesel, una empresa de servicios de ingeniería, se ha expandido en los últimos años a casi toda Sudamérica y Centroamérica. Ahora faltan ingenieros, técnicos y hasta obreros especializados en el Perú.

Y falta un Estado que facilite el despliegue libre de la economía, con una institucionalidad de reglas de juego eficaces, no de trabas y corrupción, y con servicios eficientes.

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